Llega uno a estos tiempos de Cuaresma en Málaga con ganas similares a las que se le tienen al turrón el día veinticuatro de diciembre. La sobre exposición del asunto y la pesadez cansina del cofrade hacen que realmente nunca empiece y acabe la época de las Cofradías para muchas de las personas que habitamos en esta tierra.
Este hecho –que es una realidad- deja patente que estamos ciertamente alejados del sentido real de la Cuaresma. Pervertimos el término. El fondo y la superficie. Y acabamos dando la bienvenida con marchas de semana santa, plumeros y túnicas a algo que reivindica en cierto modo lo contrario. Un ramadán a lo cristiano donde debe sobrar todo salvo la limosna, el ayuno espiritual y la oración.
¿Qué rollo, no? Puede. Pero es que la Cuaresma es eso. Y no debemos confundirla con esas cosas que suceden por estas fechas. Es un sí y un no. Es querer hacer pensar algo que no es. Se supone que estamos ante una fecha destacada en el calendario de los cristianos y que sirve para purificar e iluminar nuestra alma y nuestra vida en general a modo preparatorio para la Pascua.
Preparar. Aunque no la túnica de nazareno –que también- pero sobre todo al que la lleva puesta. Cuaresma no es limpiar un trono y quitar la pátina de suciedad de un año entero. Pero sí que lo es la de limpiar al que coge el trapo y que se despoje de todo lo que sobra dentro de él.
Y es hora de pagar. Pero no papeletas de sitio y silla en las tribunas –que también- pero lo es fundamentalmente para invertirlo en caridad. Caridad verdadera. De la que pica. De la que duele porque gastas de verdad. ¿Es caridad echar una moneda de cobre en un cepillo de una iglesia? No. Eso no es caridad. Salvo que tengas solamente diez céntimos para todo el mes.
Queda claro pues, que los aplausos por la cuaresma de muchos de los cofrades no son sino gritos públicos para contar que realmente no saben de qué va el asunto y llamada a los cristianos para que le cuenten por qué camino hay que ir. Complicado.
Hay un periodista en Málaga al que sigo la pista y con el que he tenido la suerte de colaborar en los medios durante casi dos años y se llama Antonio Moreno. Antonio es miembro del equipo de comunicación de la Diócesis de Málaga y junto con Encarni y Ana María llevan a cabo una labor semi pública pero riquísima en valores. Y ahí, en personas como ellos, acabo viendo la iglesia y los cristianos de los que jamás me querría apartar.
En el caso de Antonio –siguiendo sus razonamientos y aportaciones a través de las redes sociales- te das cuenta de lo necesario que es tener luces intermitentes a la hora de emitir juicios de valor sobre cualquier asunto del panorama público y social. De igual manera, atendiendo a Antonio, acabas siempre dándote cuenta de que es mucho más difícil –y valioso- aportar ideas, razonamientos e incluso críticas aplaudibles desde el reposo de los pensamientos y esquivando la tibiez de lo momentáneo. Y ahí. En ese dilema, nos deberíamos encontrar muchos cristianos malacitanos.
Con la llegada de la Cuaresma, el género periodístico –licenciados o no- fluye entre las casas de hermandad y las sacristías en busca del chisme de turno para dar vida a columnas de papel impreso. Se nos ancla un muelle al trasero y a la más mínima chispa saltamos para denunciar a voz en grito las injusticias cometidas por aquí y por allá.
La Cuaresma se llena de Pablos Iglesias –nunca mejor dicho- para advertir lo mal que lo hace la Iglesia por aquí y por allí. Y yo, en más de una ocasión, he picoteado en esas ensaladas.
Si bien es cierto que las opiniones son respetables y los criterios plurales, ha llegado un momento en el que resulta del todo incómodo el chisme sagrado cuando –de calle- hay mil y uno motivos positivos que hacen nimias ciertas actuaciones.
Y como es tiempo de reflexión, no viene mal recogerse y asimilar que antes de llamar a la iglesia malvada por dar la espalda a alguien divorciado hay que ver qué casta de pájaro es el susodicho. Igualmente hay que reparar al respecto de los comentarios sobre la opinión publicada del obispo sobre asuntos como la homosexualidad y antes observar qué papel juegan y han jugado hombres y mujeres homosexuales a día de hoy en la iglesia. Pensándolo bien, puede que el mensaje que a veces nos llega tenga su pequeña carga de perversión y levantemos las espadas sin haber mirado a nuestro alrededor.
Resultaría incoherente denunciar lo encorsetado de la iglesia o las cofradías sobre los gays y lesbianas mientras son parte activa dentro del mundo de la Semana santa desde un atril para pregonar hasta cualquier sala de juntas.
Reposo. Meditación y limosna. Y protección ante el mensaje facilón que nos ponen en el cuenco del desayuno y con el que nos venimos arriba a la hora de ajusticiar. Que hay de todo. Eso está claro. Y gente tonta dentro y fuera. Eso es seguro. Pero hay que saber licuar.
Ojo cuidado. Eso no quita que cada uno tiene su librillo y a mí me da que el Obispo y yo no somos de la misma cuerda. Pero bueno, tampoco está la cosa tan mala. Y es que se podría llamar ObispaDos. Con dos puertas. Y dos lemas. El que nos dicen que proyecta y el que realmente hace.
Estoy releyendo la columna antes de mandarla y me doy cuenta que me ha quedado muy formalito. Esto va a ser por leer las cosas que publica Antonio. Qué follón.
Viva Málaga.