Se cumplen dos años, madre mía de mi vida, de la desaparición de Olga Muñoz. De nuestra amiga. Del ejemplo a seguir.
Resulta curioso cómo la muerte suele robar sin querer queriendo a gente a la que no le toca aún partir. Es doloroso observar cómo se acaba con el fracaso de la vida y sin posibilidad alguna de recurso ante ella.
Conforme pasa el tiempo, el recuerdo de Olga va haciendo una mella considerable en mi persona. Cambia por completo la percepción que tuve al inicio de esta situación. He pasado por diferentes etapas. Por montañas de esperanza, de alegría, de reflexión sobre la vida e incluso de resignación ante el absurdo planteamiento personal y peregrino de la resurrección terrenal.
Al final, para la gran mayoría de personas, el recurso más sencillo pasa por afirmar cosas del tipo: “Ella está aquí con nosotros”. Y es cierto en parte, pues las personas brillantes dejan una estela que no se borra y que en algunos ni se percibe. Olga lo ha conseguido sin saberlo. Ha logrado que haber sido su amiga sea carta de presentación. Ha conseguido que queramos a toda su familia. Ha conseguido que ser amigo de Olga sea motivo de alegría y que con esa categoría ya tengas el cielo ganado para todo el que la conocía.
Hace unas semanas, me dirigía al cementerio para acudir a la misa del padre de un buen amigo y me crucé con la esperanza y la fortaleza hecha mujer. Me encontré con la madre de Olga. Y ella, con la mirada serena y las lágrimas esperando para hacer acto de presencia, me dijo algo que me hizo ver las cosas de manera distinta una vez más. Me habló de las personas que le dicen que no se preocupe. Que Olga está con nosotros. Y ella me dijo que no. Que Olga ya no está. Y que no va a volver. Que hay que saber quién fue. Que hay que saber cómo se ha ido y qué se ha hecho cuando se fue. Hay que intentar sostener lo vivido y crecer con ello pues una parte de ella se mantiene por siempre. Pero no está.
Y yo certifico que no está. Que aparece su estela. Una estela maravillosa. La más brillante del mundo. La que venía de vuelta. La que se adelantaba. La que sabía mucho sin hacer ostentación de su inteligencia sobrehumana.
Pero la prueba evidente de que no está, es que ya no la leemos. Ni la escuchamos. Ni la olemos ni la disfrutamos. Pero nos queda su obra. Sí. Como los grandes escritores. Y, qué cosas tiene la vida, muchas de las cosas que Olga escribía eran trasladables a diferentes etapas. La riqueza mental es atemporal. Y prueba de ello son estas cortas líneas que un día dedicara a los Baños del Carmen. Lean y disfruten a Olga Muñoz. Que sus letras siguen vivas aunque ella ya no esté con nosotros.
“El concejal de urbanismo tiene corazón. Negro, pero lo tiene. Hay activistas de movimientos verdes que lo donaron y aún siguen vivos. La vida es compleja y muy complicada. En el caso de los Baños del Carmen, además, el concejal tiene sentido estético, porque “Salvemos los baños del Carmen” ¿de qué? ¿de los hippies y artistas que pululan y que te hacen una tarde de playa insoportable? ¿Del hijo del rasta que te tira la arena a la cara? ¿De su perro piojoso? ¿De los cuatro estudiantes de la escuela de arte dramático que hacen una performance sin gracia que no pueden decir nada superficial? Son tan aburridos como los protagonistas del Camino de los ingleses: manidos y con pretensiones. Es más divertida la playa a la altura de la desembocadura de la Caleta. Si vas sola y extiendes la toalla puedes escuchar a Irene contarle a Cuki que el día anterior se lió con Borja. Luego llega Borja y la vida entonces siempre es una fiesta.
Hablemos de la restauración en los baños del Carmen. De su bar. Las sillas están sucias. Polvo adherido al plástico que pertenece a los albores del hombre. Los camareros tienen mucho malaje. Normal, con lo que tienen que aguantar… En el té flotan objetos extraños y la hierbabuena que le echan es el ramillete completo con tallos incluidos. Y eso por no hablar de la playa. Es un tratamiento de piedroterapia gratis en la planta del pie.
Lo único salvable por esperpéntico son los novios que van a hacerse fotos de boda en ese contexto decadente, chungo, guarro-hippie. Algún día se caerán unas vigas y todos lo lamentaremos. He llegado a ver novias que se metían con el vestido en el agua. Me imagino que esa imagen la sacarían de aquellos videoclips con lo que se amenizaba Baywatch. Pamela con traje vaporoso se revuelca con uno en la orilla mientras sonaba una canción romántica.
En definitiva por tomar una postura: el sitio es un detrito gigante. Deberían hacer un pequeño puerto deportivo como muelles de madera. Yo me compraría un barquito y ya no irían los hippies sino gente elegante. Sería un reclamo turístico nacional. Generaría ingresos y como los infraestructuras determinan las superestructuras, los jóvenes actores de arte dramático irían a escuelas inglesas de interpretación y aprenderían a construir verdaderamente un personaje. Igual para que me sigan guardando un hueco en este periódico, debería acabar diciendo algo como “en el tema del balneario, como en otros, deberían ser los ciudadanos los que decidiesen y no los intereses económicos”. Pero yo, como pequeña burguesa y ciudadana reconocida, decido libremente que me interesa lo que a los intereses económicos. Aunque pensándolo bien, disfruto tanto con la estulticia…”
Dos años y se te echa de menos con la misma intensidad del primer día.
Viva Málaga y viva Olga.
Gracias por recordarla de este modo, y por permitirnos que volvamos a recordarlas a través de tus palabras y de las suyas. Precioso.