Málaga tiene en nómina lugares y personajes que conforman el delicado sistema óseo de la ciudad. Son varias las personalidades que llevan el nombre de nuestra tierra escrito en la frente y aunque sea al dar la mano, firmar un albarán o saludar de lejos, transmiten mensajes llenos de calma y seguridad: “Tranquilo, soy de Málaga como tú, la quiero con locura y de aquí no me muevo”.
Acostumbrados a calles vendidas al mejor postor –postor siempre del quinto pino- y con una ciudad franquiciada a las grandes marcas, hemos llegado a ahogar la esencia local hasta hacerla prácticamente invisible.
Lo malagueño y lo andaluz ha sido pervertido de tal manera que incluso nos llegan palets de nuestra cultura enlatada desde Cerdanyola del Vallés para montar chiringuitos que, con un cubito lleno de botellines y dos rodajas de chorizo, pretenden vender Andalucía a los pieles rosas que inundan nuestras calles durante todo el año.
Es tanta la presión y el ansia por el dinero, que cada vez son menos los lugares donde se respira Málaga sin ser aire prefabricado y embotellado.
Hay sequía en la ciudad de sitios con papeles donde quien te salude no lleve dos relojes para saber siempre qué hora es en Ecuador.
Se echa en falta a más gente como fue Don Rafael Pérez-Cea, se necesitan más personas como Don Mariano Reche o como el dueño de la extinta La Cordobesa en calle San Juan. Pero resulta, qué cosas, que es la propia ciudad la que llega incluso a gruñir a quien menos te lo esperas.
Uno de esos personajes que Málaga tiene a disposición las veinticuatro horas del día es José Cobos, el dueño de la bodega El Pimpi.
José, desde este momento Pepe, es un señor peculiar. De los que desprende solera sin necesidad de decir nada. De mediana edad y en muy buena forma física, este cordobés –ya malagueño de adopción- se sitúa entre las personas más queridas e influyentes de la ciudad.
A simple vista, cuando alguien piensa en las fuerzas vivas de un lugar, suelen venir a la mente políticos, Obispos, rectores, presidentes de instituciones y fundaciones, etc. En pocos casos se imagina nadie que, un señor que posee una bodega de vinos, pueda ser tan tenido en cuenta. Y cuando lo ves, te das cuenta de que nada es casualidad.
En el año 1971, dos socios llegan a la sucursal de Córdoba en verano: Málaga. Aterrizan con un único proyecto. Un objetivo. Un fin. Una empresa verdaderamente ambiciosa que consiguen con solvencia, la creación de una bodega tradicional en un edificio histórico. El Pimpi.
Este edificio alberga en sus muros la historia clásica y el devenir propio de Málaga. Lo que comenzó siendo un convento en la collación de San Agustín pasa a ser una sala de fiestas en la época del “aperturismo” hasta que llega a manos de Pepe y su socio Paco Campos. Es en ese momento en el que, sin darse cuenta la ciudad, se planta en Málaga una semilla de la flor más rica y valiosa jamás existente. La flor de la cultura.
El Pimpi –así se llamaba ya la sala de fiestas que albergaba el edificio- debe su nombre a un término inglés usado en el puerto de Málaga para denominar a los señores que surtían a los marineros de diversos productos y servicios -Hagan el favor de no buscar en internet qué significa “Pimp” o sabrán qué productos les facilitaban a los marineros- . Con el paso del tiempo, estos pimps pasaron a pimpis y de fácil
Desde su apertura, Pepe Cobos ha sabido impregnar de sabor propio de local serio y honesto a la bodega, sabiendo administrarla de tal forma que por ella pasen reuniones de amigos jóvenes, parejas, trabajadores y personalidades. Todos bajo el mismo techo y sintiéndose cómodos.
A día de hoy, en calle Alcazabilla hay un consulado de nuestra cultura donde se da cabida –gratis. Repito. Gratis- a infinidad de encuentros culturales que dan vida y sentido a la ciudad. Cualquier malagueño relacionado con la cultura ha pasado por esta bodega para asistir a una presentación de un libro, una mesa redonda o una conferencia. El Pimpi es la casa de los lunes culturales, la de la Orquesta Filarmónica de Málaga, la de las reuniones para hablar inglés, la de la Asociación Hispanogermana, la de los clubes de lectores, la del sindicato de escritores, la del flamenco. La del arte. La de lo puro que encuentra en lo sencillo su esencia.
Pero ahí solamente queda lo visible. Y también hay lo que no se ve. Hay una casa que cada mes entrega decenas de miles de euros a la ciudad. Que invierte en sí misma ayudando. Porque ayudar no es solamente dar pan, que también. Pero ayudar también es promover y apoyar a quien se dedica de pleno a los demás. El Pimpi vende y factura para ellos pero también para los Ángeles malagueños de la noche, para las Hermanitas de los Pobres, para el Banco de Alimentos, para los asilos, para Médicos sin fronteras, para Cudeca, para la Universidad de Málaga, para la Academia de San Telmo…y así hasta una relación de más de cien instituciones, grupos, entidades y particulares a los que Pepe y su familia ayudan en silencio y con la mayor de las sonrisas.
Así pues, hace poco, quienes manejan los designios urbanísticos de la ciudad decidieron abrir por fin la plaza que separaba calle Granada y Alcazabilla y que, hasta ahora, se mantenía oculta para la mayoría de los ciudadanos. Ante esta circunstancia, sale la “oferta” para que cualquier gentil empresario se haga con el local anexo al Pimpi para su explotación que, sí o sí, sería hostelera.
Con el razonamiento básico de cualquier persona sensata, Pepe Cobos decide apostar por su negocio y arrienda este local para continuar con su bodega, sin plantear nunca jamás abrir nada en otro lugar de la ciudad y con el único objetivo de mantener su negocio.
A día de hoy, El Pimpi disfruta de una gran terraza que responde a las propias de sus locales. Debido a ello, han florecido como en las patatas, que aunque sanas sacan ramas, personas que han configurado dilemas ante la ocupación de las calles de Málaga.
Seré breve en mi exposición: Larga vida a la gente de aquí que trabaja aquí y con gente de todos sitios. Larga vida a quien emplea la suya propia por una ciudad. Larga vida y largas terrazas a quien dejará El Pimpi en herencia a toda Málaga. Larga vida a quien respeta la cultura y se pone de barrera para intentar que no se pervierta.
Y vida corta a quienes resoplan sin saber bien por qué, basándose únicamente en el clásico arte malacitano de echar por tierra al vecino pero aplaudir al extranjero. Corta vida a las franquicias que venden Andalucía en plástico y no en madera. Corta vida a las calles de marca. Corta vida al jamón envasado al vacío y las aceitunas del quinto pino. Diga no al vino dulce de Valencia teniendo Córdoba, Jerez y Málaga a dos metros. Diga no al cubito y salude al catavinos. Que se les va la vida y se quedan sin conocer a qué sabe su tierra.
Vayan todos al bar con S.L de Madrid. Yo me voy con Pepe Cobos.
Viva Málaga.
Pues bueno seria que dejara dormir mas de cinco horas a los vecinos de la plaza de la Merced. Comienza la carga y descarga sobre las siete y cuarto y acaba a más de las dos de la mañana. Es bueno que la gente trabaje ,pero no a costa del descanso y la salud de los demás.