Ya llegan las calores a la tierra del Tiriri. Ya llega la flama al asfalto de calle Victoria a las tres de la tarde. Las chicharras. Las colas de hora y media en la heladería Inma. El olor a humanidad en los autobuses. Las señoras con el bambito fresquito dándose golpes en el pecho con el abanico de caña. Los roales en las camisas. El terral, las mosquiteras y las almohadas empapaítas. Málaga ya está dando chancletazos por sus calles.
Ya ha desembarcado en Málaga la partida de Huskys Siberianos para que cada espetero tenga uno a su lado y la gente le pregunte: “Efe, ¿no paza caló este animá aquí?”.
Llega el verano a Málaga, o como dice la gente rara, la época estival.
Partamos de la base de que un servidor no es muy de veranillo. Siempre he sido más de calcetín y en estas fechas de solano no estoy cómodo. Casi nada bueno pasa en Verano. La Semana Santa no es en verano. Los Reyes Magos no vienen en verano. Las buenas películas no salen en verano. En verano se derrite el chocolate y el jamón se pone malo. La feria del centro es verano. Nada bueno pasa…nada bueno.
Málaga vive del turismo. Es evidente. Nada más hay que darse una vuelta para ver carteles de Picasso con una tapa en la mano en la puerta de un bar –como haya espíritus y Picasso se vea en un cartel con media de rusa en la mano debe sentirse muy orgulloso de la ciudad que lo vio nacer. Nacer y marcharse-.
Ahora llega la temporada alta. Se abre el telón. Ya esperamos a los guiris como lo hacían en Villar del Río. Dando palmas y cantando con salero. ¡Ya llegan! ¡Ya llegan!
Pero…¿Quién llega?
Es más que probable que por las necesidades, el hambre y nuestro carácter propio malacitano que nos hace estar recubiertos de una fina capa de goma para que nos resbale absolutamente todo, no hayamos reparado en el tipo de persona que visita nuestra ciudad y su actitud en ella.
No debemos ser Dobermans de calle Larios pero tampoco Caniches. Una cosita normal. Un “está usted en su casa pero cuidadito con la alfombra”.
Nos estamos acomodando al extranjero sin camiseta por el centro. Al de las chanclas en el museo Picasso con el ruidito que producen tan desagradable. ¡Plas plas! –Plas plas te daba yo a ti con to la chancla en la…perdón-.
Ahora se acerca el momento de llegar a la terracita y que un salmonete ponga los pies en una silla a tu lado.
Al final la gente que deja los cuartos no suele ser esa de la que nos quejamos. Los que echan el ratillo al bajarse del crucero y van a los restaurantes caros no suelen ir mal vestidos. Al final, los que se alojan en Málaga y de verdad la quieren conocer no suelen ir en bañador. Al final, los que respetan a la ciudad suelen ser gentes encantadoras, educadas y formales. Y con dinero.
Pagamos un canon elevado por ser ciudad turística. Lo pagamos y lo padecemos.
Eso de sentirse extranjero en tu casa está feo pero aquí suele ocurrir.
Habría que rascar para ver de dónde viene el problema. Igual lo tenemos en casa. Igual somos nosotros.
Si aquí triunfa lo falso tradicional. Si aquí triunfa el merdellonerío en la feria. Si aquí triunfa el pasotismo, puede que nos estemos comiendo las batatas que nosotros mismos sembramos.
Podemos probar este verano a ser un poco más malajes con los que no se portan bien con la ciudad. Da igual si son de aquí o allí. Podemos copiar al dueño del Café Central cuando le echó arrestos y decidió poner el cartelito donde prohibía a los descamisados entrar en su establecimiento. Podemos dar ejemplo y hacer que los que no cumplen se sientan mal. Excluidos. No seamos asustones. Ni tampoco nos dejemos engañar. No merece la pena permitir que Málaga se convierta en vestuario de playa hasta Septiembre por vender cuatro refrescos y cinco bolsas de patatas.
En Barcelona está prohibido y multado ir sin camiseta por el paseo marítimo.
Aquí con que no intenten entrar en los museos o vayan por pleno casco histórico ya nos podemos dar con un canto en los dientes.
Se acercan días complejos. Días de perniles blancos a la vista de todos. Días de choques irremediables al cruzarte con quien va desde la playa a su casa en calzoncillos «y con er zalitre en lo arto».
Hace tiempo surgió el eslogan en toda España de “Al turismo una sonrisa”. Aquí les hemos dado la sonrisa, una palmada en la espalda, le abrimos la cama, le dejamos que vayan como quieran e incluso sonreímos y los acompañamos cuando revientan la ciudad en esa feria que deja el centro tan bonito.
¡Claro que sí!
Igual es hora de modificarlo. De añadirle lo de que al turismo una sonrisa pero también una camisa. O si no buscamos uno inverso. “Si viene sin camiseta, galleta”. Bien es cierto que se promueve un poco la violencia pero estoy convencido que más de uno asumiría con gusto el proyecto.
En cualquier caso aún está por ver cómo se da el verano. También hay cosas buenas. Todavía queda por ver la estampa de nuestro alcalde en braga náutica como cada año. Las regatas de jábegas y las noches de Pedregalejo. La feria del real. La Espiga y el hombre que canta rumbas antiquísimas.
A ver cómo se da la cosa. Mientras tanto hay que esperar a que salga la Virgen del Carmen y bendiga las playas. Hasta ese día no se puede bañar nadie. Que lo dice mi madre.
Viva Málaga.
Jajajajajajaj, sublime again querido Gonzalo. Y si además de una camiseta le damos unas zapatillas de esparto de esas de Calle San Juan de toda la vida, para que arremangadito se parezca más a un marengo o al cenachero
Me gustas escribiendo Gonzalo: Traes nuevos aires y unas maneras inteligentes, sigue así, hermano y mi enhorabuena.
Por fin alguien dice la verdad sobre Picasso. Nació y se marchó.
Pues no se que tiene que ver las camisetas con las buenas maneras y el respeto. ¿Hace calor? Yo diría que si, así que ya me dirás el problema de ir sin camiseta.
Creo que nadie mea en el suelo o paredes de su casa, tira basura, insulta o agrede a las personas con las que convive, pero en cambio si vamos sin camiseta. Vamos yo lo veo claro no se tu.