Me niego a asumir continuamente que la cultura popular malacitana pasa por asumir los arquetipos de ciudad embadurnada en ambigüedad y chovinismo de tercera basado en el propio desprecio por aquello que te pertenece. No deja de ser cultura el respeto y protección del patrimonio local como herramienta diferenciadora y con capacidad para que todos los malagueños nos convirtamos en guardianes de lo nuestro.
Con estas premisas y cercando nuestro proyecto en la conservación del centro histórico como elemento significativo, aparece un panorama desolador de miseria, inmundicia e indiferencia hacia el patrimonio que estamos perdiendo. A día de hoy, trazando los límites del centro de bien de interés cultural desde el la Trinidad a Gibralfaro y desde el Puerto hasta el Molinillo, podemos afirmar con total rotundidad que el nivel de marginalidad y decadencia supera con creces al de la mayoría de cascos históricos andaluces.
Para analizar dicha realidad considero necesaria la diferenciación entre dos tipos de ruinas: la patrimonial y la social. Con respecto a la primera, el nivel de ruina es alarmante. Es más, resulta mucho más sencillo enumerar las calles dignas que tenemos y considerar el resto en estado de postguerra que repasarlo de la manera inversa.
A día de hoy en Málaga, capital cultural de la farsa, tenemos calles sin asfaltar o pavimentadas con cemento sin suelo ni alcantarillado a pocos metros de la plaza de la Constitución. En esta Málaga nuestra, tenemos solares donde ayer mismo se calentaban indigentes en torno a una hoguera a menos de un metro de un comercio de Inditex. No hay saneamiento en todo el centro de Málaga y hay lugares donde ha llegado hace menos de una década.
No tenemos conciencia de que la mayor marginalidad y los niveles de indigencia más extremos se repiten día a día en ese lugar tan especial que es nuestro centro histórico y que cuenta con nuestra total indiferencia e incluso aprobación. –Si me ponen luces de Navidad lo demás me resbala–.
¿Por qué no paseamos por otras calles que no sean Larios y Strachan? ¿Por qué no caminamos por Cobertizo del Conde con la historia real de Málaga cayéndose a pedazos? ¿Por qué no los llevamos a Tomás de Cózar donde viven criaturas entre vigas podridas por culpa de un especulador? ¿Y si nos damos una vuelta por calle Gigantes? Vaya con sus hijos o con su novia y dese un paseo. Es un ejercicio de responsabilidad conocer bien tu ciudad y preocuparse por ella.
La destrucción de nuestra memoria y la merma de la capacidad de crítica hacen que nos inhabilitemos a nosotros mismos como civilizados. No somos buenos ni mejores por tener solamente tiendas de prefabrica en la plaza de la Constitución. Es más, eso nos hace pobres y estúpidos por permitirlo. No podemos vivir con el entorno de Ollerías en ese estado tan ruinoso. No podemos caminar por calle Los Cristos con una fuente centenaria destrozada y charcos negros en su entorno. Málaga está minada de solares, de cornisas a punto de caer y que parece que se aguantan por vergüenza. Seguramente sea ésa que nos falta para arrancar promesas y compromisos a los demás que ayuden a interrumpir este deterioro.
A día de hoy la ciudad sigue rememorando y viviendo del plan de desarrollo e intervención que nació para la Trinidad y el Perchel donde los urbanistas y arquitectos locales decidieron que había que comenzar a actuar. A día de hoy seguimos en la misma actuación y es desde hace pocos años cuando se ha venido diciendo, que no cumpliendo, un plan de rehabilitación global de nuestro centro maltrecho.
Mientras se plantean subvenciones de 20.000 euros para crear un barrio de artistas prefabricados en la zona del ensanche con un nombre ridículo, tenemos el patrimonio cultural real a punto de desaparecer. No podemos esperar que sean los grupúsculos benditos del Colegio de Arquitectos los que nos saquen las castañas del fuego en la ciudad día tras día pues son ellos quienes deben dedicarse a reconstruir sin necesidad de movilizar también. Málaga vive ensimismada esperando que del cielo caigan venturosos movimientos que nos conviertan en lo que fuimos. Y curiosamente, al excavar para contemplar el pasado, enlazamos con la segunda división de esta podredumbre que padecemos y es el análisis de nuestra forma de ignorar el problema.
Busquemos razones mil pero el resultado será que hace cien años lo que ahora está derribado estaba lustroso. Las pinturas murales lucían en las fachadas y ahora ni existen y los baños del Carmen no tenía un bar de música más que reprobable en estado cochambroso. ¿Qué nos pasado? No lo sé. Pero a día de hoy en esta ciudad se da cabida a la basura con marca franquiciada. Nos divertidos y damos palmas por haber perdido un puerto y ganado una extensión de calle Larios con locales comerciales y pavimento repetido una y mil veces en ciudades variopintas.
A saber si la diferencia entre las gentes que se calientan en un solar de San Julián en torno a un fuego con tablones y los que defienden una ciudad tan maravillosa como la nuestra por poder comprar faldas a cinco euros en una tienda americana manejan el concepto adecuado para defender lo suyo. Los de la hoguera por lo pronto no han hablado, los de las tiendas sí.
Málaga está hueca. Es arqueología. Llena de fachadas que recuerdan lo que fue y evidencian lo que hemos permitido que sea. «…morirán de frío los desertores de la ciudad ambiciosa de su memoria» (Montalbán).