Que Málaga tiene rota la línea del tiempo es un hecho más que evidente. Solamente hay que considerar el que debería ser nuestro pasado más próximo para darnos cuenta cómo en ninguno de los casos éste permanece en nuestra memoria.
En base a ello y tras reflexionar sobre el carácter propio de los malagueños, llegaba hace días a la conclusión de que el «excava y recuerda» con el que comenzaba mi primer artículo, nos lleva inevitablemente a un sistema basado en el rechazo del pasado para comenzar siempre un nuevo futuro. Me decía en twitter Salvador Moreno Peralta que debiéramos hablar de una idea sugestiva de «excavar hacia el futuro» para intentar encontrar nuestra identidad. A dicha conclusión sólo se llega si tras excavar no aparece nada porque todo ha desaparecido. Es el reflejo de Málaga.
En esta línea e intentando encontrar en el mediodía de nuestra historia a la gente que lo merece, sale a la luz un personaje de la leyenda viva malacitana: El Tiriri.
Cualquiera de nosotros se ha cruzado alguna vez con el Tiriri. Se trata de un señor que desde hace ya muchos años, ve pasar a Málaga y su propia vida desde un tercer plano. El Tiriri contempla, observa desde una silla en la esquina del café central cómo todo pasa y reconoce que de lo que pasó ya poco existe.
Es una relación cómplice la del Tiriri con su ciudad. Gabriel de la Santísima Trinidad Campos Robles nace en Mayo de 1931 en el barrio de la Trinidad. Gitano, de familia flamenca, chiquitillo y muy negro. Así aparece Gabriel que, por su planta menuda, pasa a ser apodado como El Tiriri.
Cantaor flamenco con raíces. El Tiriri nace en el seno de una familia humilde pero que ha sabido mantenerse gracias al arte. Su padre, Manuel Campos fue un reconocido cantaor en Málaga. Su hermano El Ronco, su tía La Pirula o su prima La Cañeta, son algunos de los familiares que han estado siempre en torno al Tiriri y que con el tiempo se han convertido en artistas reconocidos.
La vida de Gabriel transcurre en torno al flamenco. Desde joven trabaja en distintos tablaos malagueños y comienza a dar vueltas por toda la geografía española cantando seguiriyas, bulerías y soleares, y explicándole al público que él viene de una tierra donde hace calor en invierno y en la que se le quiere muchísimo.
No mentía. El Tiriri con el paso del tiempo y conforme su fama y merecida categoría en el mundo del flamenco iban avanzando, era cada vez más querido entre los malagueños. Durante nueve años, Gabriel ha sido toda una institución en la gran taberna flamenca de Málaga y ha trabajado con los mejores y más reputados cantaores de la historia, pasando a trabajar con Miguel de los Reyes en su compañía y siendo estrella principal en espectáculos flamencos de prestigio, acompañado siempre al toque por los mejores guitarristas del panorama.
Con la llegada de la madurez, el Tiriri dedica el total de su tiempo a trabajar únicamente en reuniones de cabales por toda España donde, según él, se encuentra más cómodo.
Gabriel se convierte en el cantaor del establishment malagueño y su figura resulta indispensable en cualquier fiesta o evento donde el flamenco deba estar presente. Esta fama y los años de trabajo dan como resultado que en su casa no falte nada.
Gabriel ha sido siempre un tipo pintoresco y de los más populares de Málaga. Era el que llamaba «mi rubia» a su mujer siendo ésta muy morena y que caminaba por calle Larios siendo parado cada dos minutos por gente que lo quería saludar –y que quería compartir un ratito de guasa con él–, Con el paso del tiempo, como le ocurre a la mayoría de las personas, lo que se era se va dejando de ser y poco a poco Gabriel se iba agotando. Se suele decir que la de cantaor flamenco es «una vida mu mala» pero en el caso del Tiriri han sido numerosos los encontronazos que su corazón ha tenido con el pasado y entre el motor y alguna que otra pieza más, el personaje se ha ido apagando y ha tenido que limitar, hasta ser nulas, sus apariciones artísticas.
A día de hoy las cosas son bien distintas para él. El Tiriri vive con sus hijos en una casa del pabellón de Ciudad Jardín. Conserva gente a su alrededor que está siempre pendiente de él y su salud. Tiene un ángel de la guarda que se preocupa mucho por él, Alfonso Queipo de Llano. Recibe una paga, la más baja, con la que vive como puede. Aunque sus hijos trabajan, es ley de vida que el desarrollo de las familias haga que los más mayores vayan andando sin molestar por su casa. Así, Gabriel consigue una segunda paga siempre que sale a la calle. Son muchos los que se cruzan con él y le dan un abrazo porque lo quieren y porque ven en él a una Málaga que se pierde. Cada uno de estos abrazos, se acompaña de un recado en el bolsillo de la chaqueta de Gabriel. Sin que se dé cuenta -que se da- recoge lo justo para ir tirando.
Un día es dinero y otro día es un vasito de leche en el Café Central. En cualquier caso el cariño inagotable de muchos no es sino una recompensa por lo que ha representado.
Un señor camina por calle Larios. Pin del Cautivo en la solapa. Manos atrás, repeinado, con camisa y chaqueta de hace décadas y con la mirada que parece perdida pero que no lo está. Es el Tiriri de Málaga.
Rememorar complementa lo vivido para no olvidar.