Málaga durante su historia se ha caracterizado por encubrir bajo el recurrente adjetivo de cosmopolita una severa falta de identidad que hace que sus ciudadanos caminen dando tumbos identitarios sin conseguir verdaderamente estar orgullosos de lo que son. Uno de los casos más graves es el de su feria donde hace pocos años familias enteras disfrutaban y bailaban por las calles del centro, creando originalísimos espacios vivos en lugares inusitados durante el resto del año y familiarizando a los negocios tradicionales con los ciudadanos.
A día de hoy todo eso se ha borrado. Ha desaparecido y se ha sustituido por unos sanfermines veraniegos donde personal de cuestionable categoría procedente de media Europa hace parada para disfrutar de sus posibilidades.
Los resultados y el éxito son evidentes pues durante una semana las calles del centro se convierten en simulados retretes, donde el decoro en el vestir desaparece y el lugar en el cual nuestros turistas derraman toda su alegría ya digerida en las esquinas de las cuatro calles decentes que tenemos. Ante este panorama de penalidades, la postura de los malagueños se debiera convertir en una fiebre restauradora y defensora de lo que es suyo no permitiendo el despropósito que significa atentar contra la imagen de su ciudad. Nada más lejos de la realidad. La ciudad dormida que es Málaga se adentra en ese mundo de auto degradación participando de ella de manera decidida. No hay clases sociales. Todo el mundo se mimetiza con el estilo chabacano dominante y quien hace días caminaba de manera civilizada por calle Císter hoy rompe botellas en el patio de los naranjos.
Desde fuera nuestra situación se interpreta de manera contradictoria. En primer lugar resalta la fama otorgada por aquéllos que ven la posibilidad de ir en bañador y chanclas por el casco histórico de una ciudad mientras beben hasta caerse –cosa respetabilísima– y se lo pasan estupendamente gracias a la infraestructura que se crea en torno al ciudadano bebedor pero a su vez se sorprenden y no deja de chocarles el hecho de que se permita esa erosión urbana sin que nadie ponga el grito en el cielo.
¿Y por qué a los malagueños no les importa? La razón parece sencilla y viene representada en el devenir social de la ciudad. Los malagueños han visto durante generaciones cómo personas de diversos lugares del mundo han usado la ciudad para su beneficio, absorbiendo hasta la más mínima porción de riqueza disponible que solía conllevar la destrucción de parte del patrimonio local. Ello siempre iba acompañado de la destrucción del capital cultural evitando así la conexión de las personas con la ciudad y cualquier afán de recobrar la identidad saqueada.
Ante esta situación de limpieza étnica el malagueño ha sabido crear mecanismos de defensa para no sufrir y para ello han dejado de ver. Han borrado nuestra memoria colectiva y nos hemos convertido en ciudadanos inertes que no dejamos traspasar las realidades penosas que suceden en la ciudad. Y siglos después la historia se repite. Convivimos con gestores que permiten verdaderas aberraciones patrimoniales o de merma cultural bajo la voz callada de los ciudadanos. Los malagueños se han dado por vencidos, han dejado que les extirpen la memoria y se muestran impotentes ante algo que no solamente les repercute de manera directa sino que están en obligación de impedirlo.
¿Desde cuándo has hecho daño a alguien que quieres? ¿Malagueño, por qué no quieres a Málaga? La ciudad necesita despertar de ese soporífero estado de merma en el que vive. Ha sabido ser hipnotizada hasta el punto de poder llegar a ser arma y herramienta política para el beneficio de unos pocos. ¿Cómo se puede entender el odio desmedido acompañado de falso malagueñismo y las palmadas en el pecho a la hora de insultar lo ajeno cuando permites que la feria del centro siga existiendo en su forma actual?
En Málaga se ha dado el caso de que la ciudadanía haya llegado a exigir un respeto y reconocimiento externo que ni ella misma se tiene. Es incompatible defender a Málaga desde un botellón en calle Císter. Es incompatible defender a Málaga justificando la feria del centro con los beneficios económicos. Es mentira que compense turísticamente. Es falso que la ciudad gane en popularidad. Es incierto que seamos los mejores. Nunca compensará a Málaga destrozar su centro durante una semana. Tenemos una feria que nos deja en evidencia como malagueños. Es nuestra culpa todo lo que está pasando en Málaga por no detenerlo.
Que sirva de algo ser ciudadanos de una de las ciudades más maravillosas del planeta. Que seamos conocedores de lo que somos y que sepamos representarlo. Que Málaga deje de tener como tradición su pérdida. Es hora de despertarse y saber definir lo que somos. Conocer nuestras capacidades y no permitir que nadie se aproveche de nuestra ciudad. Somos los culpables pero estamos a tiempo de reaccionar. De lo contrario Málaga seguirá desapareciendo poco a poco. Y permanecerá adormecida, callada. Como siempre.