Resulta bastante recurrente durante estos días de pasión teorizar acerca del verdadero sentido de la Semana Santa. No son pocos los discursos y juicios de valor en torno al comportamiento, los modales y el respeto. Algunos no andan desencaminados.
Los tronos que discurren por la ciudad se convierten en verdaderas capillas itinerantes y en algunos casos en muros de las lamentaciones en los que muchos dejan depositadas plegarias y esperanzas. Es evidente que, ante estos iconos devocionales, debamos guardar las formas y comportarnos con un mínimo de respeto.
Pero hay quien hila aún más fino. Hay quien mide los aplausos a una Virgen, quien recrimina al de al lado las muestras espontáneas de cariño a un Cristo o quien toma como referente algunos convencionalismos cofrades y los aplica en todo momento. Ésta, la del cofrade pedagogo, es una especie que se va extendiendo conforme la Semana Santa progresa y el conocimiento general adquiere niveles superiores.
Es probable que la sobreexposición y especialización del mundo de la Semana Santa haya hecho que se pueda confundir e incluso banalizar el verdadero sentido de la Pascua cristiana y en particular el significado de las cofradías. Una hermandad en la calle despliega todo su patrimonio a la vez que da testimonio de fe. Ese contraste tan especial entre la parafernalia y el recato solamente se puede entender desde el equilibrio y la desdramatización.
No descubro nada nuevo. Fue en el concilio de Trento donde se estableció el dotar de un mayor aparato devocional a las procesiones y apostar por ellas como medio evangelizador de masas. Es por tanto, que hay cabida durante estos días para el silencio al paso de la hermandad de los Dolores así como para los vivas a la Virgen del Rocío por su barrio; –sería complicado si fuera al contrario–.
Ambas maneras están permitidas y son comprensibles. No confundan los sentimientos con las formas, los primeros son ilimitados y las segundas hay que guardarlas. El cofrade, con el paso de los años, se va convirtiendo en un quisquilloso analista de procesiones, pero esa facultad no le impide, o eso debería, poder mantener ese contacto sagrado con la Virgen y su Hijo. No nos quedemos sólo en la floritura, vayamos más allá. A lo verdaderamente importante. Seamos consecuentes con lo que somos y lo que tenemos.
La Semana Santa vivirá durante siglos pero nuestro paso por ella es efímero.
Tomemos las cosas con sensatez y disfrutemos de este sacro espectáculo que es la semana santa. Con capilla musical no se llega antes al cielo, pero tampoco con alardes de fervor. Mesura.