El género negro no es el fin, sino el medio para la creación de una nueva novela mediterránea que, rebelde a la insípida homogeneidad globalizadora, reivindica la diferencia no en conjunto de todos los países ubicados en la llamada cultura solar, sino en la particularidad de cada uno de ellos. Se trata, por tanto, del resurgimiento de un neo nacionalismo romántico, que bajo la coartada policiaca, pone el acento en la originalidad de una región o ciudad hasta hacerla familiar y deseable al lector. Quien haya visitado las páginas escritas por Petros Márkaris, Jean Claude Izzo y Andrea Camilleri difícilmente se ha podido sustraer al impulso de viajar a la tierra donde los investigadores Kostas Jaritos, Fabio Montale y Salvo Montalbano viven sus peripecias, lo que ya han aprovechado como negocio las agencias turísticas, que en Sicilia siguen facturando ahora más que nunca las rutas de Il commissario a causa del reciente fallecimiento de su creador Andrea Camilleri, quien tal vez ha sido el hijo más brillante de Vázquez Montalbán y el que mejores frutos ha cosechado con la nueva novela mediterránea, si se tiene en cuenta la creciente venta de ejemplares y la consecuente mitificación de la imaginaria Vigata (materializada en Donnalucata) y el barrio de Marinella (playa de Punta Secca), donde la supuesta casa de Montalbano es alquilada por noches a los viajeros.
Cuando entré de lleno en el mundo del commissario, gracias al seminario sobre Andrea Camilleri que Giovanni Caprara organizó en Málaga y la ponencia sobre mi novela “La confesión nefanda del asesino improbable” que ubicó en él, el catedrático Enrique Baena, yo también hubiese dado cualquier cosa por bañarme en ese sugestivo mar africano de las recónditas playas casi vírgenes que se vislumbran desde empinadas y áridas colinas salpicadas de matorral mediterráneo, cenar en la terraza de Salvo arrullada por el rumor las olas la pasta ncasciata de Adelina, almorzar en la trattoria de Enzo un risotto con tinta de calamar, una merluza con salsa de anchoas o cualquier otro plato de pescado fresco y, tras la siesta, pasear en busca del misterio por las angostas calles empedradas de un pueblo aislado en la memoria de otra época remota. Un efecto, que, sin premeditación, yo también hubiese querido provocar en los lectores de “La confesión nefanda del asesino improbable” en la idea de que estos pueblos de la alta Axarquía, antiguo refugio de bandoleros, dan de sí la fascinación de la oscura leyenda, el paisaje recóndito y abrupto y una gastronomía muy particular.
La novela mediterránea es, más allá de la trama policial que presente, un deseo de dar a conocer la personalidad de la tierra en la que se desarrolla, pero, por otra parte, gracias a dicha trama, sirve de vehículo a la crítica social y hace así visible el lado oscuro de la ciudad que representa, porque cada ciudad si es particular en sus luces también lo es en sus sombras. El mal a grosso modo es igual en todas partes pero dependiendo del lugar tiene sus matices. Para dibujarlos de un modo exacto, sutileza nada sencilla, es preciso un profundo conocimiento del medio que se elige como pudridero de almas. Si este medio es Málaga en las primeras décadas del siglo XXI, la novela adecuada es Lola Oporto (Ediciones del Genal) pues describe vivamente esa clase de infierno al que puede ser arrojado un alma en la que las malas inclinaciones se fomentan en un determinado caldo de cultivo, cuyo hálito inspirador y punto de origen será el arribismo promovido por el espíritu del pelotazo que llega en vaharadas desde Marbella por las actuaciones de un alcalde corrupto que enarbola como armas de progreso la burbuja inmobiliaria y el fomento de las mafias. El Gilismo, fenómeno bien conocido por el autor José Antonio Sau, será el marco propiciatorio en el que los criminales de la novela maceren su ciega codicia y su falta de escrúpulos y una policía honesta, la propia Lola, pierda por maledicencias su reputación. En un clima de corrupción impune es fatal que el honrado sea chivo expiatorio como le sucedió al mismo Mío Cid, héroe de nuestra epopeya nacional, quien como hará Lola Oporto, emplea todos sus esfuerzos en recuperar el honor perdido. Como en toda obra épica y novela policiaca se gestará una lucha entre el bien y el mal, pero también entre el mal y el mal, pues el personaje oscuro encuentra a su otro borgiano en una réplica de su yo aún más joven y despiadada y esa venganza de su doble traidor quedará explícita desde la primera frase de la obra; “Emilio Lupiáñez decidió asesinar a Jacinto Villa de Losa”, que es un recurso muy logrado desde el boom de la novela hispanoamericana. Del impacto que produzca la primera frase de una novela depende mucho el interés consecuente del lector.
Pero hay referentes de esta novela mucho más actuales como es la lucha de los dos egos beligerantes en unos grandes almacenes que remite al cine delirante de mi admirado Álex de la Iglesia o esos espacios oníricos que son los mismos almacenes ya abandonados donde el protagonista se mueve como un fantasma. Estos pasajes que son mis favoritos me llevan a pensar en una novela neta malagueña que se estudiará algún día en los libros de texto. Es la novela melancólica de la que fueron pioneros Antonio Soler y Garriga Vela que recrea “El cuarto de las estrellas” en la olvidada fábrica de cemento “La Araña”.
Hay ruinas no tan pretéritas, espacios fantasmales que inspiran al genio narrativo y motivan la imaginación de los lectores ¿serán los almacenes Sanlúcar de Sau trasunto de los almacenes Goya o de los almacenes Mérida? ¿Habrá algún fantasma que descubra Lola Oporto en el interior de los cines Astoria y Victoria?
Nuestra ciudad tiene muchas historias que contarnos y rapsodas capaces de darle voz. Lola Oporto es un gran ejemplo de lo que afirmo.
A primera vista resulta interesante esta novela, que recrea ese ambiente sórdido y corrupto de las élites del Gilismo, cuyas sombras sí que se alargaron más que la de cualquier ciprés. Fueron todo y uno caerse el Muro, descomponerse la URSS, llegada de las mafias a gran escala, destacando entre ellas la rusa, a Marbella…y aterrizaje de Jesús Gil. Todo lo demás estorbaba, incluidos los policías no afectos al “régimen” y, de suyo, honrados como Lola Oporto o Sérpico y mira cómo acaban, engullidos “al Oporto”. Y en cuanto a la Junta, se limitó, creo, a desempeñar un papel muy similar al que hizo el Vaticano ante las terribles noticias que le llegaban de la Shoá: echar balones fuera, cuando no meterse en el costillar, que es donde medran bien los buitres negros.
Por recordar al vates que no quede:
«Elevo la mirada, y ni una estrella cuento
en el cielo nocturno del imperio gilista.
Aquí solo rutila el dorado excremento
tan caro al renovado progreso socialista.
Es la milla de mierda, el circense dislate,
jauja de concejales mafiosos, sin hartura,
con progres reporteras y macarras con yate,
y busconas, y chulos de la telebasura…”
Saludos.