Fiestas de invierno

21 Dic

Llega la Navidad. El capitalismo se pone las pilas y se encienden todas esas lucecitas multicolores en nombre de la paz y la solidaridad y demás palabras grandilocuentes, que ya han pasado a ser conceptos vacíos, porque nuestra sociedad, gracias a las manipulaciones subliminales del sistema global, hace tiempo que no es sociedad propiamente, sino un conjunto de individualidades muy mal avenidas, por cierto. Somos, en fin, por ley de ciertas consignas de ese catecismo laico de confitería en tonos pastel, un batiburrillo de egos maltrechos en patética pugna con sus semejantes a cuenta del hueso roído de una triste chuleta.

En el antiguo colega, camarada o compañero -términos todos obsoletos- vemos sólo ya un rival en liza por un puesto de trabajo, no necesariamente digno. Recordemos, ante todo, que trabajo significa un salario con el que mantener -o intentarlo- a toda una familia. Eso que hoy día es un privilegio que toca a una de cada cuatro personas que lo codician y va pareciéndose un poquito a la lotería, el Euromillón o así. Lo que toca en estas circunstancias, las nuestras -recordemos- es odiar pues a dos semejantes, por lo menos, y hacerles bien la pascua en lugar de deseárselas felices con un beso bajo el muérdago.

Si en vez de mirarnos el uno al otro, mirásemos ambos en la misma dirección, descubriríamos al verdadero enemigo común y tal vez juntos lo podríamos combatir. «Es la economía, estúpido», como dijo aquel y recordemos que, desde tiempos ancestrales, la economía consiste en que la mayoría ahorre para que unos pocos despilfarren, precisamente, los que manejan el tinglado (mira tú por dónde).

Bonito ejemplo de dicha práctica es que ahora el trabajo que corresponde a dos e incluso tres personas sea desempeñado por una sola, que además de cargar con una jornada laboral extenuante, carga con el odio de esas otras personas que se han quedado en el paro «por su culpa» ¿Por qué será que nos seguimos equivocando de culpable aún ahora que la saturación de la novela negra es uno de los muchos opios del pueblo?

«Es la economía, estúpido» ¿acaso no caemos después de tantos siglos a cuestas? Desde aquella pirámide social de la Edad Media de nuestros primeros años escolares, tuvimos que comprender que el pilar de una economía y, en consecuencia, de una sociedad consiste en que muchos vivan mal para que pocos vivan muy bien. Estos muchos sostienen con su precariedad a los gerifaltes y posibilitan, a base del pago de impuestos, la vida muelle de quienes los gobiernan en contra de sus propios intereses.

A cambio, los políticos nos entretienen, de vez en cuando, arrojándonos graciosamente desde su mesa bien provista, una pata de pollo para darle jaleillo a la jauría, que se morderá entre sí para distraerse del hambre, dividida en torno a debates que desgastan la energía y nada solucionan. Pero, en fin, tenemos entrada en la ópera bufa, podemos observar cómo se interpreta ese torpe sainete del Congreso, interpretado por actores mal zurcidos, que se insultan hasta tirarse de los pelos con desprecio absoluto de las reglas clásicas de la oratoria y la retórica y apostar por éste o por aquel como en una pelea de gallos para luego masacrarnos entre nosotros y concluir que el enemigo es el semejante y, en el colmo de la sandez, el inferior, ignorando que no hay peor enemigo que la ignorancia, esa trampa que nos han puesto a huevo. Por culpa de la ignorancia, creemos pensar y opinar cuando sólo repetimos consignas bien publicitadas, que nos despistan de los temas incómodos que tanto nos urge resolver por nuestro bien, o mejor dicho, nuestra salvación.

La economía, ese tipo de economía de la que hablábamos en líneas anteriores, perjudica seriamente a nuestra salud, pues entre los recortes en Sanidad se contempla que las enfermedades son un lujo que no nos podemos permitir la mayoría, a no ser que sean compatibles con el trabajo y parece que ahora todas sean compatibles, hasta un cáncer.

Al calor y la luz del alumbrado de las vísperas nocturnas de Navidad, voy en taxi hacia las urgencias del hospital privado que corresponde a mi obra social con un dolor inequívoco de rotura en mi hombro, que me impide mover el brazo izquierdo y allí, tras serme realizadas las radiografías pertinentes, el médico de guardia concluye en darme la buena noticia de que sólo ha sido una contusión, dicho lo cual, se ausenta de la consulta unos minutos, durante los cuales se persona un enfermero para ponerme el cabestrillo y, por fortuna, echa una ojeada a las radiografías.

-Tiene rotura ¿no se lo han dicho?

Se lo hace observar al médico cuando regresa y éste conviene en que el enfermero tiene razón, pero igual me manda a casa en un taxi. Esto no es nuevo para mí, en el primer día del verano me rompí tres huesos del pie derecho y otro médico de guardia del mismo hospital dictaminó que sólo era un esguince, lo cual desmintieron después dos traumatólogos de otros centros. Inicié entonces sesiones de fisioterapia que no pude concluir al ser reincorporada al trabajo y ahora se explica por eso esta última caída, ya que fue un paso en falso de ese pie debilitado lo que me hizo caer y romperme el hombro.

«Es la economía, estúpido», ahora lo entendemos. Las hospitalizaciones son caras- incluyen menú diario- las operaciones son caras y es mucho más barato enviar al paciente a su casa y que se cure como pueda hasta que regrese al trabajo lisiado, pero hay que recordar, como nuestros mayores, que lo barato sale caro y el efecto placebo no sirve para los huesos.

La economía es incompatible muchas veces con la solidaridad y la piedad que promueve el espíritu navideño, aunque invite al gasto de la mayoría. Por mi parte, propongo llamar a estas fechas tan poco entrañables «Fiestas de invierno». Nada más.

4 respuestas a «Fiestas de invierno»

  1. Fiesta de invierno, sol de día,
    que irradia luz como el premio
    del gordo de la lotería,
    bien repartido, por cierto
    entre Málaga y sus pueblos
    de los unos, alegría
    de todos, algarabía
    como si fuese un convenio
    pactado, de pocos días,
    la inocentada por medio
    y al final, la epifanía…
    Lejos quedaron las sillas
    puestas junto a la candela,
    “hoy no te irás a la cama
    lo mismo que las gallinas
    porque hoy es Nochebuena”
    decía con candor la abuela,
    la candela se pasaba
    y el rescoldo daba paso
    al frío de la madrugada…

    Feliz Navidad y a recuperarse pronto de todo. Y de todos. Un abrazo

    • He comprado décimo en siete,
      mi número favorito,
      mas no me valió la suerte
      el dichoso numerito,
      y me di un susto de muerte
      antes de hallar la fortuna,
      como siempre, no doy una….
      Antes de darme otro piño,
      dime, Winspector, en suma,
      tirando de exoterismo,
      qué cifra me ha de tocar
      en la lotería del niño?

      • Por todo lo que se mueve
        entre el uno y el cinco,
        que termine en diecinueve
        aunque no gritemos ¡bingo!;
        siendo el cero opcional
        para conformar la cifra
        al principio o al final
        sin que parezca una hidra:
        cero, cinco, uno, uno, nueve
        que es un número bajito
        cinco, uno, uno, nueve, cero
        que resulta más rollizo…
        Tremendo vaticinio fue
        desmesurado y con gracia
        el que le hizo a Francia
        Torres y Villarroel:
        “Cuando los mil contaras
        con los trescientos doblados
        los cincuenta duplicados
        y los nueve dieces más
        entonces tú lo verás
        mísera Francia, te espera
        tu calamidad postrera
        con tu rey y tu delfín
        y vencida será, al fin,
        tu mayor gloria primera”

        Cuenta, cuenta, que tampoco es tan malo
        el mil setecientos noventa (aunque bajo)

  2. Por el ocho que se va,
    por el nueve que comienza,
    por el siete que es mi amado
    con el uno a la cabeza,
    ya lo tengo pergreñado;
    este décimo será
    la Revolución Francesa.

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