Siempre que leo un texto que me conmueve y compruebo que su autora o su autor sigue con vida, hago lo posible y casi lo imposible por conocerlo en persona. No puedo resistirme a la tentación de establecer un contacto con alguien que expresa pensamientos y sentimientos cercanos o idénticos a los míos; procurarme su amistad y tener la ocasión de entablar charlas con las que solazarme y enriquecerme. En muchas ocasiones, he tenido que sobreponerme a mi lacerante timidez para lograrlo y, aún así, no siempre lo he conseguido. Sin embargo, me doy por satisfecha de todas estas tentativas, por esas otras veces en las que sí obtuve respuesta, fuese positiva o negativa. Hay que comprender que el escritor es el alter ego valiente de un tímido que se vale del texto escrito para superar una carencia de habilidades sociales, por lo cual puede resultar hosco ante las presencias físicas y mostrarse a la defensiva con más púas que el erizo. Lo que se interpreta como antipatía, es en la mayoría de los casos, sólo miedo; miedo incluso a decepcionar al admirador, más susceptible de decepción cuanto más ferviente.
Hay que ser muy valiente para afrontar con éxito a quien te contempla más como ideal que como humano. Viéndolo así, se podría considerar que un escritor simpático en su trato con un desconocido es casi un milagro, por eso, cuando esto ocurre, te sientes beneficiado por la fortuna. Y ocurre. Tirando de osadía, yo he encontrado amigos entre los escritores, por lo que doy por muy bien invertido el esfuerzo, que ha sido mucho en mi caso.
Con Carmen Martínez Oroz, sin embargo, la relación se estableció de un modo más distendido desde el principio, porque no la había leído antes de conocerla, o sea, que primero conocí a la persona y luego a la escritora. Esto ayudó, sin duda. El encuentro fue en la cafetería-librería La Qarmita de Granada, donde presentó su primera novela, “Tu amor, mi enfermedad” y debo decir que lo conservo entre mis más gratas experiencias. En su manera de expresarse, delataba un carisma y un halo de humanidad, más allá de todo parangón. En realidad, fue Pablo quien me sugirió ir a conocerla, después de ver anunciada su presentación, y también él quien me animó a que le hablase, cuando acabó el acto. No hay que olvidar que un buen compañero para una escritora tímida- lo que suele ser una redundancia- es su mejor aliado. Valga esto también para Miguel, el compañero de Carmen, quien una vez que nos saludamos, propuso que nos intercambiásemos los libros, las direcciones y los teléfonos.
-Tenéis que apoyaros entre vosotras- dijo.
Fue un modo de expresar en voz alta, lo que nosotras en silencio ya habíamos pactado con un cruce de miradas. Nos habíamos caído bien desde el primer momento.
Al día siguiente, comencé a leer su novela y aquel primer sentimiento de empatía se confirmó y creció hasta llegar a la última página, lo que lamenté muchísimo, porque aquella trama, más que leerse, se vivía como se vive en un hogar confortable y acogedor. Algo que sólo se consigue cuando se escribe con el corazón y desde la más palpable honestidad. En Carmen no hay desdoblamiento entre persona y escritora. Nunca finge y eso lo pude comprobar después de varios encuentros en su casa apacible y apartada en pleno campo de las afueras de Vejer de la Frontera, donde cultivaba su amor a la naturaleza, a la lectura, la escritura y la docencia ¿cómo no íbamos a ser amigas?
Ya entonces planeaba su segunda novela, en la que invirtió la dedicación propia de su natural perfeccionista. Su afán es la calidad, por encima de la cantidad; mide, sopesa, valora, sin que la pasión con la que escribe pueda malograrle la exactitud y pureza en la expresión, que es la característica de una sencillez muy trabajada ¿habrá que decir que ser diáfano sin descuidar el lenguaje es mucho más difícil que ser críptico y oscuro?
Pues ese equilibrio difícil logra “Terra levis”, la segunda obra de Martínez Oroz, que hoy presento en Málaga (Librería Proteo, 19.30h) con la garantía y el orgullo de ofrecer una obra tan legible y válida para los iniciados como para los eruditos. La trama no carece de intriga, pues presenta un crimen y tiene logrados tintes de novela negra, si bien esto es para mí un pretexto para analizar la complejidad de la sociedad y las relaciones familiares en pleno siglo XXI y también su fragilidad, “Sit tibi terra levis” es un epitafio clásico que se dedica a un difunto, aunque no sólo eso, pues más allá de la literalidad nos advierte de lo resbaladizo que es el terreno que pisamos, tan asomado siempre al abismo.
A San Paulino, una remota aldea del Finis Terrae (adviértase también el topónimo apocalíptico) acuden los prófugos tras el fracaso de sus experiencias vitales para hallar la paz, ignorando que es en esos lugares pequeños y remotos donde más fácilmente se desencadenan las pasiones violentas. El mal puede aflorar en cualquier persona con un arma de fuego a la mano, dice Amparo, maestra rural y uno de los personajes de la novela, que acoge en su casa a Antonia, la protagonista, quien busca un lugar para la reflexión, después de dar por zanjado su matrimonio de más de tres décadas y procurar asumir que su hijo de treinta años, Iván, a causa de su educación sobreprotectora, se precipita a un futuro sin rumbo, alternando su precario trabajo de camarero con una incierta vocación artística que le lleva de participar en “payasos sin fronteras” al teatro de terapia.
Esta novela continúa el episodio protagonizado por las mujeres de “Tu amor, mi enfermedad”, que vivieron el activismo revolucionario en la universidad en plena agonía del dictador y les toca luego asistir al desencanto. Sus ideales se han hecho añicos como sus familias y sus amores de juventud, pero intentan salir del naufragio con cierta dignidad en un paraíso particular, amenazado por la codicia de los constructores y sobresaltado por los disparos de los cazadores furtivos, donde se sobrevive al paro con el tráfico de droga que llega navegando por el estrecho en concurso con las pateras de inmigrantes y se da la difícil convivencia entre autóctonos y hippies. San Paulino es, en fin, un microcosmos que da cabida a todas las lacras de la sociedad actual; un espacio ideal pero no para la paz, sino para la zozobra, que nos servirá para analizar las grietas alarmantes que presenta nuestro actual sistema.
“Terra levis” no es sólo una novela más, es la novela adecuada en el momento justo. Si la leéis, me daréis la razón.