He recomendado el barrio de Belváros para alojarse en Budapest por su situación estratégica, pero por muchos otros motivos, puedo recomendar el de Erzsébetváros (antiguo barrio judío). Es el más auténtico de todos, el menos restaurado y el más vivido. Encontraréis multitud de tiendas donde aprovisionaros, restaurantes muy económicos y locales alternativos donde pulula la creatividad. En ellos hay exposiciones, teatro y música en vivo y muchos abren a partir de las 12.00 h. del mediodía. O sea, que también son opción para los menos trasnochadores.
Me refiero a los llamados “bares en ruinas”, que se idearon sobre edificios abandonados con una antigüedad de más de cien años que los jóvenes recuperaron para el ocio. Su mobiliario y decoración, procedente de los vertederos, está dispuesto con tanta gracia que logra crear espacios de veras acogedores. Predominan en ellos los patios interiores al aire libre, por lo cual son más gratos de visitar en verano, aunque en invierno la clientela no se arredra y se toma allí su pinta con su gorro y sus guantes.
Pero, en fin, mejor vivirlos entre los veinte y treinta grados y, si se supera esa media, ir a la zona de aire acondicionado. El Extra, en Klauzál utca, en su zona interior, después de pasar por el patio techado de paraguas, cuenta con una discoteca refrigerada, ideal para refugiarse del bochorno del estío. Vivir la noche en pleno día tiene su encanto.
Qué decir del Szimpla Kert, es el icono, la idea madre. Erigido sobre lo que fue una fábrica de estufas, cuenta con diferentes salas, donde los objetos de desecho recrean magníficas decoraciones. En las paredes, tatuadas de grafitis, hay colgados secadores de pelo, bicicletas, herramientas de jardinería y, entre guirnaldas de luces, ordenadores obsoletos que proyectan sugerentes imágenes. El edificio se multiplica de espacios donde se proyecta cine independiente húngaro, se celebran encuentros literarios y actuaciones musicales inéditas, incluido el patio, que ofrece al público asientos de todo género, desde un coche salvado del desguace hasta una bañera. La imaginación al poder en dos plantas, que refrescan especies vegetales, cuidadas con aplicado cariño. Fantástico.
Esta capacidad de crear ambientes cool con materiales de reciclaje es una tendencia que ya he visto en el Neustadt de Dresden (Alemania) y que, copiada en otros lugares de Europa, ha dado ya sus brotes en nuestra Lagunillas. Esperemos que cuaje como barrio alternativo y que sea así fuente de ingresos como estos otros. El turismo se vuelve loco con estos sitios ¿nos vamos a quedar atrás?
Los amantes del lujo prefieren llegarse al Café Nueva york, que se encuentra en este mismo barrio judío de Budapest. Su nombre se debe a la agencia de seguros que albergaba “New York life” y tanto su fachada como su interior parecen los propios de un palacio real.
Se dice que las plantas altas albergaron las redacciones de varios periódicos y la cafetería fue cobijo propicio de escritores, ya que les daban gratis la tinta y el papel y hasta contaban con un menú de precio reducido.
Hoy día ya no queda nada de eso, sólo turistas mitómanos que hacen cola para tomar un café a precio astronómico. Si es cuestión sólo de admirar el lugar, se puede entrar por la puerta del hotel y recorrer los salones. Entraremos en una atmósfera bañada de luz dorada por las magníficas arañas que cuelgan de los techos, decorados con exquisitos frescos de mediados del XIX, y los quinqués venecianos de los veladores. Hay columnas salomónicas, piano, camareros uniformados, tarta sacher, chocolate caliente y champán, mucho mármol y rejillas art decó, que disfruta ahora el turismo globalizado con bermudas, riñoneras y chanclas. El comunismo, la dictadura del pueblo, no ha podido impedir que las clases populares quieran participar del gusto de la clase aristocrática. Es lo que hay.
Tal vez ya que cae la tarde es hora de ir a la avenida Andrássy, en verano recorrerla a pleno día es inhumano, igual que si a esas horas alguien quiere recorrer la Castellana de Madrid. Pero hay que ir; allí está la Ópera y el Instituto Cervantes. También está la Casa del Terror ¿pero, de verdad, yo quiero ver la casa del terror? Sé que en ese edificio se perpetraron contra los ciudadanos abusos por diferir de los regímenes totalitarios que sometieron a Hungría, que igual los pronazis que los prosoviéticos se sirvieron de este espacio para interrogar, torturar y ejecutar a los disidentes y me repugna tanto saberlo, que creo que no soportaré ahondar en esa repugnancia. Que un gobierno tenga que recurrir a la violencia y la represión para legitimarse es, de veras, deplorable.
No. Paso de largo ante la Casa del Terror y me dirijo directamente al Instituto Cervantes, donde recibo una amabilísima acogida junto a mis libros, que pasan a formar parte de su biblioteca, y sigo caminando hasta Városliget (el parque de la ciudad), ubicado al final de la avenida Andrássy.
Tras la monumental Plaza de los Héroes, hallamos una réplica del castillo de Drácula en Transilvania, que, sin embargo, no resulta nada tétrica. Contemplamos el reflejo de las torres góticas en el lago desde las hamacas gratuitas del embarcadero con una sensación de paz absoluta. Todavía se puede entrar a los baños Széchenyi que cierran a las diez de la noche, pero en esta experiencia conviene emplear una jornada completa. Hay muchos otros baños en la ciudad, pero, si hay que elegir entre ellos me quedo con estos. La suntuosidad de su estilo neobarroco no intimida ni exige por sus impagables servicios un precio excesivo. El espacio exterior cuenta con dos piscinas de agua fría, la de natación y la de divertimento, y una de aguas termales a 38 grados, que se usa igual en invierno, donde algunos habituales juegan al ajedrez y, en el espacio interior, las quince piscinas cubiertas, de diversa temperatura gradual, obran milagros en los huesos. Los bañistas autóctonos y foráneos, relajados y de buen ánimo, comparten los espacios con exquisita urbanidad. Noto cómo mi pie dolorido se alivia con los baños, lo cual justifica ya el viaje. Hay otros motivos para regresar a esta ciudad, pero sólo con éste bastaría. Toma nota.