Hace muchos años escribí un artículo sobre el pulpo. Eso marcó en mi vida un antes y después. Hasta aquel momento pensaba que nadie me leía, pues nadie me lo notificaba, así que, creyéndome ilegible, me relajé y me solté en los temas, sin esperar respuesta alguna, pero la hubo, vaya que si la hubo. Contra lo que se crea, uno no comprueba que es leído porque reciba cúmulos de elogios y parabienes, sino porque encuentra, sin preverlo, un montón de gente ofendida con serios propósitos de linchamiento. Eso pasó; el pulpo era una metáfora en mi artículo de un masculino que se dio por aludido de la peor forma y, junto a sus amigos, me la liaron parda. O sea, que descubrí que no eran pocos los que me leían en secreto, si bien no fue la mejor manera de enterarse.
Aquel artículo del pulpo marcó un segundo hito en mi carrera de columnista, el primero fue por un artículo sobre el culo de Antonio Banderas, que gustó mucho a su madre, quien lo celebró en un programa televisivo, lo cual fue una mención, sin duda, bastante honorífica.
A pesar de que aquel pulpo no fue acogido, en cambio, con benevolencia alguna, le tomé cariño al animal, pues más vale recibir respuestas airadas que no recibir ninguna y, a día de hoy, me sigue brindando satisfacciones.
Cada vez que escribo sobre pulpos, me acuerdo del primer pulpo, y se vuelve a liar; es un cefalópodo infalible en la prosa. Así que cuando leo sobre alguno, se me despierta un gran interés. Tal fue el caso del pulpo Paul que predijo las victorias de la Selección Española en la Eurocopa de 2008 y el Mundial de 2010 en Sudáfrica. Dicho cefalópodo que ya tiene página propia en Wikipedia, nació en el Sea Life de Weymouth al sur de Inglaterra, pero fue pronto trasladado a Oberhausen (Alemania) para entrenarlo en el vaticinio para el que resultó tan certero que despertó la admiración mundial, aunque también algunos enconos.
Por su querencia a los colores españoles, el periódico alemán Westfälische Rundschau acusó al pulpo de traición y el entonces presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, y la ministra de Medio Ambiente, Elena Espinosa, propusieron ponerle guardaespaldas para protegerlo de posibles represalias y se pidió su traslado al Zoo Aquarium de Madrid, cosa a la que se opusieron rotundamente en Oberhausen, pues era el animal más visitado del parque.
Contra el manifiesto del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, que denunciaba al cefalópodo de agente de la propiedad occidental y de la superstición, recibió muchas distinciones. Fue nombrado amigo predilecto del pueblo de Carballino en Orense por el alcalde, embajador internacional de la Copa Mundial de fútbol que quería organizar Inglaterra en 2018 y, a su muerte, se le erigió una estatua en el parque alemán, se le dedicó una calle en un pueblo de la Isla de Elba y un lugar en la web oficial de la Unión Europea de Asociaciones de fútbol por haberse ganado un espacio en el mundo del deporte. En la India, además, se puso de moda tener un pulpo como mascota y en China se estrenó un thriller, inspirado en la vida de Paul, que tuvo varias secuelas en el cine.
Teniendo en cuenta que Paul vivió menos de tres años, se puede decir que ningún humano ha podido superar su cuota de gloria. Y es que, cuando un pulpo se pone a ser estrella, deslumbra a todo el firmamento.
Un pulpo derrama mucha tinta, un pulpo toca la fibra como lo toca todo por todas partes, dirige el destino del mundo desde una urna de metacrilato y si dice de meterse en un texto lo llena de luz.
Elisabeth Mulder, escritora en torno a la Generación del 27, tiene cuantiosa prosa y poesía para merecer un bienaventurado lugar en las letras, aunque sólo le bastaría haber compuesto esos inolvidables versos al pulpo para ser objeto de mención: Una noche soñé que un pulpo me quería/ ¡Oh la indecible angustia de aquella aberración/ Nunca he sufrido tanto; cuando amaneció el día/ dijérase que había perdido la razón/.
¿Alguien ha visto a un pulpo acercársele quedo/ asqueroso y lascivo, monstruoso y feroz?/ Por primera vez supe qué es ser presa del miedo/ qué es hundirse en la sima de una demencia atroz/.
En versiones, como ésta, onírica e inquietante, o por el género de la loa, está claro que el pulpo nunca deja indiferente. Si no es porque se cruza en mis líneas un pulpo, habría creído que mi prosa era invisible, si no es porque Paul irrumpe en el fútbol mundial, no se montan tan apasionadas controversias.
Leo que el pulpo se está poniendo más caro que el caviar, que ya no se deja pescar como antes. El pulpo se cotiza, claro está; si puede ser hijo ilustre o embajador y tiene ya estatuas y calles a su nombre, normal es entonces que no se conforme con ser picadillo en pipirrana o cocido con papas a la gallega; ese pobre pulpo, que es el único animal que recibe una paliza después de muerto y al que yo, con todo cariño, dedico este panegírico. Paul, allá donde estés, recibe este homenaje; los que tanto gozamos con tus profecías, aliadas a los triunfos de La Roja, jamás te olvidaremos. Queremos un hijo tuyo.