Hoy Pitita me ha acompañado al médico y, al salir, se ha empeñado en ir a un bar de Huelin.
-En realidad, más que un bar, ya sabes, es un concepto.
Al oír lo del concepto, me temo que mi amiga me quiera llevar al local de alguna secta orientalista, donde nos agasajen con infusiones de azahar y ajonjolí y nos ganen para su credo con frases de superación de los Vedanta Sutra.
-Oye, Pitita, no estoy yo de ánimo para nada y mucho menos para conceptos.
-De eso se trata, de que estés de ánimos. Ya verás lo bien que te lo vas a pasar en el tingladito de Peter y Erol. Son unos maestros en proyectar conceptos de ocio y no te hablo sólo de cocina fusión, es el ambiente que crean…
¿Concepto de ocio? ¿Cocina fusión? Y quién sabe si tal vez una divertida pieza de microteatro…No, la verdad es que no estoy de humor, pero la sigo, por pura fatalidad- porque es imposible negarse a las iniciativas de Pitita- y porque la falta de humor ya no me la quito en casa, ni mucho menos. Cuando el ánimo se tuerce así, de esta manera, una se lo lleva a dondequiera que vaya, donde esté y a la hora que esté.
El local de Peter y Erol huele a curry y repollo hervido, tiene mesas altas, taburetes y un empapelado vintage y, si es algo más que un bar, por el momento no lo aparenta.
Sale Peter a recibirnos; un alemán muy rubio y amable de unos treinta y tantos años con el que Pitita parece tener mucha complicidad.
-Sabes, chica, Peter es decorador de interiores y estilista. Pero también se le da muy bien la hostelería, este chico es una joya, y Erol, su pareja, cocina de muerte.
Saluda Erol entonces desde la ventana de la cocina. Un hombre de la misma edad de Peter con cabellos, de tan negros, azulados, misterio bronceado en la cara y sonrisa irresistible de dientes blanquísimos a lo Georges Corraface, cuando sedujo a Ana Belén. Parece turco, o sea, turco de los que quitan el hipo.
-Qué suerte tienes, Peter.
-Sí, claro, Erol es un as de la cocina.
-Ya, eso también.
Peter va a prepararnos unos cócteles con zumo de tomate, menta y un chispazo de algo y los trae a la mesa humeantes.
-Es el toque de oxígeno- comenta.
No pedimos nada de picar, porque las normas de la casa, me explica Pitita, es dejarlos hacer para que nos sorprendan. Forma parte del concepto.
Me escaman las citadas normas, pues las sorpresas fuera de carta, suelen ser un gran clavo y, si son conceptos, mucho más. Los conceptos son cosa abstracta en la fantasía, pero cuando se materializan en la cuenta, hieren como puñales, sumando cifras de tres.
Sus componentes pueden ser cualquier amasijo de ingredientes mezclados en batiburrillo, que no necesitan ser muy caros, pues en definitiva lo que se paga es la imaginación del chef.
Las recetas de toda la vida se han creado igual que los conceptos. O sea, en sustancia, la situación era que una personalidad llegaba a un palacio de imprevisto y el cocinero tenía que apañárselas con las cuatro cosas que tuviese en la despensa. Así nacieron al mundo la pizza margarita, la tortilla francesa y el dulce de leche, por ejemplo.
Y así ahora trae Erol a nuestra mesa algo muy parecido a dos hamburguesas…diminutas sobre sendos ladrillos, nada diminutos por cierto. Y se dispone a explicarnos el plato, pues cuanto más pequeño es, más explicaciones necesita. De modo que empezamos el discurso por los ladrillos, que no son unos ladrillos cualquiera, sino cocidos con hueso de aceituna, cáscara de almendra y podas forestales de los bosques de Muniellos.
-Anda, mira tú por dónde.
-Sobre estos ladrillos, se mantiene caliente el plato y, a su par, le añaden una cualidad aromática-comenta Erol.
-Pero no se comen, ¿no?
Pitita me mira imperativa y escandalizada con un texto claro,” cállate”, y añade:
-Y qué apetitosa se ve esa hojita de espinaca.
-Claro, porque lleva dos días macerándose en vinagre de Módena y luego la hemos escarchado con azúcar de palma de coco.
-Qué cucada ¿y la carne?
-La carne es de soja y el queso vegano.
-¿Cómo es eso?
-Pues, naturalmente, no viene de las ubres de un animal, sino que se compone de agua, aceite y almidón.
-Pero el tomate es tomate ¿no?
-Por supuesto, el tomate es vegetal del auténtico; un cherry como el que más.
-¿Y está caramelizado?
Erol deja las explicaciones y, en un tono seco y cortante, se retira muy digno a la cocina:
-Que disfrute de la comida, señora.
-Lo ves- dice Pitita indignada- has ofendido a Erol con tus comentarios irónicos. Con lo que ha trabajado en este plato, el pobre, y lo sensible que es, desde luego…
-Lo siento, Pitita, he tenido un mal día.
-Pues avísame cuando tengas un día bueno, porque últimamente…¿pero qué haces, chica, estás llorando?
-¿Yo? será la cebolla…
-Si no tiene cebolla.
-Ya, no tiene casi de nada…
Cruzamos las miradas y nos echamos a reír. Entonces viene Peter con los cafés turcos.
-Apuradlos pronto, que os voy a leer el futuro en los posos del café.
Supongo que eso forma parte del concepto. Hemos comido poco, pero vamos a conocer nuestro futuro. Eso es impagable.
-Lo veo claro, Pitita, vas a tener otro hijo.
-Jajaja ¿con la menopausia?
-Sí, y a tu amiga le darán por fin ese papel en el cine…
-¿En el cine? Pero si es escritora.
-¿De verdad?
-Oye, Peter, estoy oliendo a cordero asado.
-Sí, lo está preparando Erol, es lo que cenamos cuando se van los clientes ¿no os habréis quedado con hambre?
-Puessss…, ¿podemos probar un poquito?
Varios años han pasado
desde que Pepiño Blanco
diera alas al “conceto”
concebido junto a un seto
de su Galicia natal
como Newton bajo un árbol
la ley de la gravedad
gentileza de un manzano
que le apuntó a la cabeza.
Para guardar equidad
en los campos de Betanzos
donde medran bien las berzas
a Pepiño le enfilaron
no la cabeza: el estómago
que no era el sitio “correto”
si bien a partir de entonces
usándolas como amuletos
llegaron a trocar voces
significados y conceptos
haciendo un tal remoce
de lenguaje y pensamiento
que no han llegado las doce
sin que te toque algún “eto”.
Salvo en Güelin, por supuesto;
junto a fragancias y olores
volátiles, que se comen
y te dejan con lo puesto
destaca sin correctores
el sabor de los espetos …
Huelin, antaño barrio obrero
lo concibió un “arquiteto”,
Nepomuceno de nombre,
hombre de muy vivo genio
y de San Telmo académico.
Casitas dio al proletario
del sector azucarero
por cuenta del empresario Eduardo
Huelin que dio nombre al barrio,
y el alquiler lo pagaban
con parte de su salario,
tenían por fin váter propio
y hasta cerdos que cebaban
en el patio
y a aquella gloria porcina
sumaban unas gallinas,
que de viejas hacían caldo
cada cual en su cocina,
que ya era gracia divina
no tener que discutir el turno
de las letrinas
ni compartir los fogones
comunes de corralones
con las airadas vecinas.
Bien poco queda de aquello,
tal vez sólo los espetos,
la industria se marcho fuera
y a las vides atacó la filoxera,
los nietos de los obreros
sirven como camareros,
pues en esta era
de cruceros
Málaga de hospitalaria
es hostelera
y el capital extranjero
se queda en los merenderos,
y, si no, ponen un bar
y nos venden el “conceto”.