Conocí a Javier Salvago en la librería Proteo. Buscando en la sección de poesía actual, encontré un libro suyo de poesía llamado «Variaciones y reincidencias», cuyos versos me supusieron una gran revelación, ya que encerraban pensamientos que compartía de un modo muy próximo. Desde entonces lo declaré hermano del alma, sirviéndome de aquel volumen para hacer un trabajo de doctorado y fui rastreando otros libros suyos que me confirmaron en aquella primera complicidad.
Años más tarde supe que este autor era el guionista de Jesús Quintero, el loco de la colina, y que lo siguió siendo en casi todos sus programas ya en televisión. Yo no era muy devota de aquellos espacios («El perro verde», «Qué sabe nadie», «Ratones coloraos», etc…), pues el personaje de Quintero me resultaba sobreactuado, sin embargo, me captó toda la atención una noche que recitó un monólogo sobre la posibilidad de que regresase a la tierra Jesucristo, quien de nuevo, sería traicionado y sacrificado de la misma horrible manera. El texto inquietante y revelador no podía ser de otro sino de Javier Salvago.
Ahora tengo entre manos otro libro de Salvago, «No sueñes conmigo»; un compendio de relatos también muy inquietantes y reveladores, que, con muchas variantes, giran en torno al tema que más nos sobrecoge a todos; la muerte.
El primer relato- que da título al libro- se inicia con un siniestro planteamiento; Damián Torres sueña con que Jaime Oliva, un antiguo compañero de universidad, muere en un lamentable accidente…Desde entonces teme la hora del sueño, pues a medida que sueña con muertes, se materializan tal y como las sueña ¿y si sueña con la muerte de su madre o con la suya propia?
La fatalidad llega a cumplirse en su fecha precisa y nos avisa en el sueño («Variaciones sobre un tema de Borges» «Terrores nocturnos»). No se trata de un fenómeno paranormal, porque la paranormalidad no existe, ya que la normalidad en sí misma es bastante rara; todo lo normal es raro y todo lo raro normal, lo que ocurre es que sólo estamos capacitados para percibir una pequeña parte de esa normalidad, el resto la intuimos.
No es superstición creer en que hay otras presencias invisibles, cuando nos creemos visibles sólo por superstición («Sara está aquí» «El otro»). La única certeza que podemos tener es que no elegimos vivir como tampoco el momento de la muerte («El suicida reincidente», «La única salida»). Según estos relatos, ni siquiera moriremos, por propia voluntad con el suicidio, pues es la fatalidad quien decide nuestro fin y esas autoridades que no vemos y que todo lo controlan.
Entre la ciencia ficción, la distopía y el existencialismo, Salvago también plantea el tema de la inmortalidad y la existencia de Dios («Kevin el inmortal», «El síndrome de Cotard») Hay existencias que parecen ser inmunes a todo tipo de accidentes casuales y provocados y se diría que podrán resistir cualquier prueba. Sin embargo, estas no hacen más que prolongarse hasta el momento en que los hados cortan el hilo a su antojo.
Con respecto a la divinidad, Salvago la concibe como una forma de poder. Las divinidades, de origen humano, y, por tanto, caprichosas y arbitrarias, nos controlan como el ojo del Gran Hermano, teniendo innumerables herramientas para vigilarnos; cámaras, satélites, informaciones muy personales vertidas en internet. Saben cómo vivimos a cada momento y hasta nuestros más íntimos deseos y pensamientos y juegan con nosotros como los niños con sus videojuegos («Dioses y demonios», «Un viaje increíble» «Rezar ¿para qué? ¿Quién escucha?»). Ellos crean las condiciones para que se provoquen las guerras, las epidemias, las catástrofes naturales y las crisis. Ellos diseñan a los líderes mundiales que sostienen el sistema y también a los líderes opositores antisistema. Son autores y testigos de las contingencias a las que nos hemos de enfrentar, su naturaleza omnisciente y su mirada omnipresente abarca esta desgraciada epopeya que representamos para ellos desde la impotencia. Pero ¿qué pasaría si los responsables de esa esfera superior, compadecidos por nuestro sufrimiento, nos enviasen a un elegido para redimir al mundo en pleno siglo XXI? («La historia profana»)
Primero en las calles y luego en los platós televisivos seduciría con su discurso lúcido y esperanzador, pues el enviado propone acabar con la corrupción y las desigualdades, pero pronto empezaría a generar sospechas y a ser golpeado por la difamación, hasta ser crucificado de cualquier modo.
Como podemos imaginar, la vieja historia se repetiría, porque es imposible que concibamos con nuestros sentidos humanos a un ser sin lado oscuro, todo bondad, y, menos aún, el modo tan críptico con el que expresa sus verdades.
Otra de las cosas normales que no lo parecen es la telepatía, pues un planteamiento muy parecido y con la misma conclusión lo escribí hace años a mi manera (similar contenido pero muy diferente expresión), lo que me confirma en llamar a Salvago, hermano del alma.
Del verso a la prosa, Salvago ha trasladado el mismo credo descreído que ahonda en el pesimismo existencial y el escepticismo sobre la condición humana. La misantropía, que caracteriza a muchos de sus personajes, es marca de la casa como, a la vez, el acento desgarradoramente humano. Cualquier frase que escriba a partir de aquí será un tópico. De modo que dejo de escribir para invitaros a que leáis este nuevo libro de Salvago; «No sueñes conmigo». Os quitará el sueño.