Una escultura de José Vilches desaparece en Jerez de la Frontera, cuando iba a ser donada al Museo de Bellas Artes de Málaga. Se trata de otro de los misterios que envuelven a esta institución, en cuya historia, se han dado miles de intrigas y enigmas como si un sino la predispusiese a esta clase de oscuros accidentes.
Ya resulta digno de una trama fantasiosa el pensar que las obras que albergan ahora este museo, después de ser desalojadas del Palacio de los Condes de Buenavista, permaneciesen embaladas y ocultas al público en un desván, durante casi dos décadas sin encontrar destino. Uno imagina que esas presencias, que hace vivas el talento de un artista, pasarían todos esos años dialogando como lo hicieron los personajes de los lienzos en la memorable obra teatral de Rafael Alberti, «Noche de guerra en el Museo del Prado».
Esta última historia sobre el robo de «Fidelidad» de José Vilches es otro ingrediente que viene a ampliar la leyenda en torno al museo, como todos los robos de obras artísticas que crean en torno a sí una atmósfera cargada de tintes románticos.
Célebre fue el robo de la Gioconda en 1911, llevado a cabo por quien fue un simple vigilante del Museo del Louvre, un tal Vincenzo Peruggia, inmigrante italiano que, teniendo como principal encargo, proteger la obra de Leonardo, incluso instaló sobre el lienzo un cristal para protegerla del polvo.
Mucho debió divertirse este pobre empleado cuando la policía investigó como principales sospechosos al propio Pablo Picasso y a Guillaume Apollinaire a quien incluso hicieron pasar una semana en la cárcel.
Sobre las causas que llevaron al italiano a robar el cuadro, se hicieron muchas hipótesis como la patriótica, «quería devolver la obra a Italia», la económica, «pretendía venderlo», la pragmática, «era más sencillo robar ese cuadro que otro por sus pequeñas dimensiones» y la hedonista «disfrutar a solas de la obra maestra en su pequeño apartamento»; una locura que, sin embargo, puede ser factible, si se considera que el ladrón de arte tiene un perfil psicótico megalómano muy caprichoso. Pal Enger, el primero en robar «El grito» de Munch en 1994, era un bromista que se divirtió ocultando el cuadro entre los tableros del comedor de su casa, donde toda su familia merendaba, mientras la policía buscaba la obra por todo el país. Los segundos en hacerlo en 2004 eran simples delincuentes y, aunque su actuación a mano armada, contó con mayor organización, su actitud no fue menos delirante. Demuestra pocas luces quien cree que es fácil vender una obra tan famosa y de semejante valor.
¿Qué motivos serán esta vez los que han movido al robo de la escultura de Vilches? Un robo muy aparatoso, pues se trataba de un conjunto realizado en mármol y formado por una figura femenina con un perro, ambos a tamaño natural, que reposan sobre una urna funeraria, destinada al vinatero Julián Pemartín, que ahora se encontraba en el jardín de la casa familiar en las afueras de Jerez.
No hay duda de que el ladrón o es un sansón o ha contado con una camarilla de ayudantes forzudos y en extremo sigilosos. Ni tampoco del buen gusto de los delincuentes. La escultura funeraria realizada en 1844 por el imaginero malagueño, José Vilches, es de una gran belleza clasicista, que denota la larga estancia del artista en Roma, donde fue Director de la Academia Española de Bellas Artes.
La figura femenina, una alegoría de la «Fidelidad», título de la obra, va acompañada de un perro de aguas que parece esperar aun el regreso de su dueño fallecido y en cierto modo, me recuerda al monumento a Liliana Crocciati que vi en el cementerio de La Recoleta de Buenos Aires. La chica también fue esculpida junto a su can, del que se cuenta una leyenda asombrosa. Por lo que se sabe, Liliana murió a los veintitantos años durante su luna de miel en Innsbruck una noche en la que se le vino encima un alud de nieve que rompió la ventana de su dormitorio y, en el mismo instante, falleció su perro, Sabú, a 14.000 kilómetros en Buenos Aires, como si hubiera intuido la noticia y estuviese decidido a acompañar a su dueña también en el más allá.
No es que se trate de algo nuevo en la tradición. Los egipcios hacían momificar sus gatos para que reposasen junto a ellos por toda la eternidad y conocemos esa otra historia del perro Bobby de Edimburgo que, muerto su amo, lo acompañó en el cortejo fúnebre y vivió el resto de su vida, catorce años, en las inmediaciones del cementerio. También se sabe que sobre la tumba de María Zambrano hay camadas de gatos, descendientes de los que ella tanto quiso.
Si la traición es un comportamiento usual entre los humanos, sobre todo, en estos tiempos de enfrentamientos e individualismo, podremos comprender tristemente esta célebre frase de Diógenes, «Cuanto más conozco a la gente, más quiero a mi perro» (o a mi gato)
Podría darse el caso que los presuntos hayan decidido, en ausencia de ésta en sus vidas, arramblar con ella. Con la Fidelidad, digo. Raptarla. No para pedir rescate, que no tendría sentido, sino para vivir con ella su día a día y que de ella, de su fortaleza, se impregnase su entorno más inmediato, “semper fidelis et cordis”; si bien se hace uno cargo que sería un corazón fiel, pero frío y marmóreo; algo que iría contra lo establecido en los fueros y códigos del calentamiento global, donde predomina, a gran escala, la presencia “semper fidelis et fortis” del sol. A mayor nivel de calentamiento, menor fidelidad y por tanto menos cordialidad. En mi opinión, una suerte de contradictorio “procès”….
Ya se veía venir desde hace algún tiempo, cuando unos desaprensivos robaron el busto del “Niño de las Moras”, ubicado en la plaza del mismo nombre de El Palo, apareciendo varios días después en una chatarrería, tras haber sido vendido al peso y donde el personal tuvo a bien guardarlo y avisar a la autoridad para que se hiciese cargo…Afortunadamente, al decir de Nietzsche, tenemos arte para no morir de la verdad.
A esos animalillos tan fieles https://www.youtube.com/watch?v=GZqF_uirDUo
Saludos
Winspector, si tú lo dices, así sera, pues de fidelidad entiendes un rato. Por tu fidelidad a este blog, ya te mereces una estatua más bonita y pinturera que la del Márqués de Larios y Tomás Heredia juntos. Para que nadie me la robe pondré para vigilarla al perro Cancerbero con sus tres cabezas y a Argos el de los cien ojos. Las Malas Lenguas no se andan con chiquitas y defenderán la plaza como Numancia. Por cierto, elige plaza y nos ponemos a ello YA.
Oye, por cierto, que tengo yo también una gata Luna, por fortuna, viva. Y canción para ella, malilla pero verbenera…
Siendo así eligiría
(a pesar de que exageras)
una plaza recoleta
no en el centro, en las afueras
y admirar, al ser el día
el dorado de los montes
ese mar que al fondo brilla
plenitud de un horizonte
en que se quiebra la línea
(nadie sabe cómo y dónde)
para envidia de Castilla;
ver pasar las estaciones
como ver pasar la vida
con su nube de emociones
mas sin darse por vencida…
Y a esos gatos remolones
una piazzetta nel cuore
Gracias a ti, Lola, por esa capacidad de aguante…