Maluma, producto ético y estético de nuestro imaginero actual, pone de moda una canción con mensaje. Se trata de un tema pegadizo y respingón que es imposible ignorar, pues desde la primavera se ha colado en todos los espacios con la insistencia envolvente de un himno machacón. Se oye en tiendas, bares, ferias y peluquerías, lo llevan los coches a ráfagas sonoras por calles y carreteras y se baila en gimnasios y piscinas donde su ritmo sirve de fondo a la tabla de ejercicios que los monitores proponen a los jubilados.
Al oído llega sólo en principio un pachangueo jubiloso con la propuesta de ser felices, lo que ya es suficiente motivo para la buena acogida, pero como la canción insiste en multiplicarse por donde quiera que vayas, te terminas quedando con el resto del contenido, que es en cierto modo un alegato contra la violencia de género, ahora llamada violencia machista y antes; crimen de honor.
Maluma, cantante pacifista donde los haya, plantea una situación clásica en el cancionero sentimental; la amada se va con otro. En estas coyunturas, que darían para un tango desgarrador, una letanía melódica en plan Bustamante o una noticia funesta para la crónica de sucesos, el colombiano opta por llegar a un acuerdo conciliatorio “Y si con otro pasas el rato, vamos a ser felices los cuatro. Yo te acepto el trato”.
Se entiende que el chico ha buscado una nueva pareja para ofrecer un trato más equitativo a la exnovia y a su actual partenaire, pues lo demás sería meterse en espinosos triángulos de Bergman.
Ya Luis Eduardo Aute en los ochenta, salvando mucho la diferencia de estilo, proponía una solución semejante en su tema “Una de dos”. En esta ocasión, el conflicto se planteaba por la circunstancia de que un individuo se enamoraba de la mujer de su mejor amigo, lo cual decide planteárselo a modo de pacto o trueque con el fin de que nadie resulte perjudicado: “Una de dos, o me llevo a esa mujer o te la cambio por dos de quince si puede ser (…) Y entre los cinco nos lo montamos, si puede ser”.
Son apaños que se mueven entre lo humorístico y lo estrambótico si tenemos en cuenta que el tema del honor, siempre relativo a la castidad y fidelidad de la mujer (pues al hombre no se le exigen tales requisitos) todavía da para mucho desenlace sangriento. No es de extrañar cuando en el siglo pasado el adulterio (femenino) tenía pena de cárcel y del crimen pasional se absolvía al reo fácilmente.
También por lo que tiene de sintomático la lengua comprobaremos que los insultos más hirientes que, por tradición, ha recibido el hombre (“cornudo”, “hijo de perra”) están relacionados con el comportamiento sexual de sus mujeres y que el insulto más popular contra una mujer no nombra a terceros, sino que se le asigna de modo directo por su supuesta liviandad de cascos. Bien está que son más conocidas estas palabrejas por sus versiones vulgares, ya sabéis.
Que los avances sean tan lentos en este sentido se explica fácilmente si leemos documentos no demasiado remotos relativos al tema. Con motivo de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión ahora instalada en la Plaza de la Merced, descubro un libro muy ilustrativo “Vida cotidiana en Málaga a fines del siglo XIX”, firmado por Antonio Albuera Guirnaldos, que hojeo en la caseta de la librería Códice; un lugar que frecuento a menudo por la variedad e interés de sus fondos y el trato excelente de Enrique; un librero amante de su oficio que te orienta como guía eficaz entre la fronda de sus volúmenes perfectamente cuidados, clasificados y leídos.
En este manual impresionante se describe a qué extremos la mujer debía proteger el honor desde la infancia. Tanto que si la niña perdía la virginidad por una lesión accidental, había de serle redactado un documento médico oficial que certificase el accidente para que se pudiese casar en el futuro.
Las que eran violadas como Trini, protagonista de la novela “La Goletera” de Arturo Reyes, tenían dos opciones; callar su vergüenza para siempre y permanecer solteras o casarse con su propio violador (en este caso, Corrito el Cantimplora). Es memorable un caso verídico según el que una niña de seis años fue obligada a contraer matrimonio con su propio agresor.
Para las sirvientas no existía tal opción, pues si los abusadores eran los señoritos de la casa, padres o hijos y ello se descubría, la resolución era echarlas a la calle y, en caso de estar embarazadas, costearles un aborto en las condiciones precarias de la época.
Bien estaba que otras se embarazaban por propia voluntad una y otra vez para dejar luego a los propios bebés en la Inclusa y ejercer de nodrizas de las familias ricas, que era un modo desesperado de supervivencia.
Si una mujer pagaba por los delitos con los que otros le arrebataban el honor,¿ qué sería de la que adulteraba por propio gusto? Además de caer sobre sí un desprestigio social que la apartaba de hijos y herencias y la llevaba a prisión; según una ley no escrita, sobre todo, en las clases populares, se esperaba que fuese asesinada por el marido, si es que era hombre.
No es extraño que queden aún secuelas de tales comportamientos -ha sido una larguísima tradición, al fin y al cabo- pero tal vez el éxito de esta canción horterilla sugiera un paulatino cambio de mentalidad.
La gente ahora prefiere” el trato” a la sangre, claro que sí, Maluma. La próxima será encargarte un himno por la unidad nacional.
No es mal trato como estímulo
pleno de musicalidad
definirse y completar
la cuadratura del círculo
sin el desafío físico
colectivo, emocional…
ese aura cuasi místico
que envolvía el “ménage à trois”
Mas nuestro ruedo político
y otros grupos monolíticos
en el siglo veintiuno
antes que la fiesta en paz
prefieren la marcha atrás
¡serán burdos y aceitunos!
Si es con la marcha atrás
o con el método Ogino
adivino
que el invento fallará
y quien haya de ponerse a parir,
parirá…