Como Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenneger , trajo a la gran pantalla la nueva moda de las películas de acción con protagonista muy musculado, tipo megacachas, que abrió para sus devotos muchos gimnasios, donde se trabajaba el culto al cuerpo con el apremio de lucir tórax mayúsculo en camiseta minúscula y triunfar en el escaparate veraniego de las playas.
Las sucesivas entregas de Rocky y Terminator propagaron la fiebre del culturismo y el consumo de bebidas proteínicas y la fibra vivió décadas de esplendor. Los tipos duros, de carnes marmóreas, sustituyeron en el imaginero colectivo a ese antihéroe inseguro y entrañable que despertaba en las chicas el instinto maternal y fue interpretado con gran acierto por Woody Allen y Dustin Hoffman, cuya versión española era José Sacristán en las películas de José Luis Garci.
En las postrimerías del siglo XX los culturistas ganaron la batalla a los culturetas y hubo deserción en las bibliotecas a favor de los gimnasios. El triunfo mundial del capitalismo, impulsado por el presidente republicano Ronald Reagan, que tuvo su apoteosis con el advenimiento de la Perestroika y la caída del muro de Berlín, precisaba de prototipos colosales que, encarnando en sus cuerpos el ideal de superioridad de la raza, dieran la imagen de fortaleza que convenía al sistema.
Éste fue el papel estético que asumió Schwarzenneger, el culturista de origen austriaco, haciendo perfecta simbiosis con ese personaje “Terminator” (“El exterminador”), al que todavía sigue interpretando.
Según tengo entendido, “Terminator” es un ciborg T-800, modelo Cyberdine 101; una máquina de matar que viene desde el futuro para combatir la resistencia humana. Lo de matar le sale bien, pues es su especialidad, el problema es que como su inteligencia artificial no da mucho de sí, falla más que una escopetilla de feria. Terminator; musculadísimo, letal y supuestamente infalible, pero robot al fin y al cabo, es muy cuadriculado y, sin mayores planteamientos, hace lo que le dicen y punto. Su misión es liquidar a una mujer embarazada de quien será el salvador de la humanidad y, como el nombre de la susodicha es de lo más vulgar, sin pedir siquiera que le enseñen una foto, va cargándose a todas cuantas el mismo nombre comparten, en tanto no da nunca con la verdadera. Torpe es un rato, pero mata que da gloria; así las películas dan juego para mucho desangre, despelleje y efectos especiales con grandes dosis de pum, chimpún, zas y cataplás, que es lo que hay si de amenizar se trata.
No es que queramos encasillar a Schwarzenneger en el papel de Terminator, lo que ocurre es que cuando un actor lleva más de treinta años representando al mismo personaje, casi resulta inevitable relacionarlos un poquito.
Claro que ya sabemos que Arnold también sabe interpretar otros papeles, como, por ejemplo, gobernador de California; un personaje que igualmente representó Ronald Reagan, también actor y republicano.
Nos sorprende que los actores entren en el mundo de la política, pero tal vez esto sea lo más común. Hay veces que incluso pienso que todos los políticos no son más que actores que interpretan un guión como lo hacen los personajes de un reality-show o los que se gritan tanto en las tertulias.
Cuando falleció Bin Laden escribí que el terrorista no había muerto, sino que simplemente había sido despedido por la poca credibilidad de sus interpretaciones en los vídeos caseros que presuntamente difundía. Como actor no daba la talla.
Del mismo modo creo que habría que despedir a los guionistas de política internacional por lo repetitivo y cansino de los argumentos y a los directores de casting; está claro que Donald Trump pinta mejor en una película de Jim Carrey que en la Casa Blanca, igual que a Rajoy le vendría de perlas un papelito de replicante en Blade Runner. Se ve que las inteligencias artificiales que dominan nuestro planeta desde los espacios intergalácticos aún no han superado el nivel de Terminator.
Espero que el escritor, Javier Salvago, que es un maestro en urdir tramas sobre estos asuntos (“No sueñes conmigo”, Ed. “La isla de Siltolá”, 2017) nos regale una de sus magníficas narraciones, donde nos esclarezca qué situación se prevé que nos asignen esos mandamases de la ultra-dimensión, que juegan con nuestro planeta como los niños con sus vídeo juegos.
Mientras tanto, observemos cómo Schwarzenneger actúa como ecologista en el Festival de Cine de San Sebastián, presentando el documental “Wonders of the sea 3D” sobre Cousteau. En esas lides, critica al actual presidente de EE.UU, Donald Trump, por no preocuparse de proteger el medioambiente. No sé, no sé… a mí este guión me suena…
Tal vez Arnold quiera representar su próximo papel en la Casa Blanca.
Ante la actitud aviesa y semoviente
de tales cabezas pensantes, (¡qué horror!)
que se metan en política, será mejor
gentes de las bellas artes, incipientes
actores, científicos e inventores…
gentes que transmitan paz y no temores
ni de cabeza dolores ni migrañas
ni reaviven de viejos fuegos cenizas
en el humero renegrido de España
pues ya la violencia se planta en misa
y los misacantanos ponen la mano
con inocente cara que se la pisan;
dividen a los fieles, entran al trapo
de los corruptos y la esperanza sisan.