Creo yo que antes de marcharse de este mundo hay que hacer algo para dejarlo un poco mejor de como lo encontramos. Las opciones clásicas, según José Martí, son tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. Quien tal hace, hace bien, aunque pienso que haría mejor sólo con especializarse en una de ellas para así no limitarse a un simple rito, sino llevar a cabo una gran obra.
Los hijos son imprescindibles porque suponen la perpetuación de la especie, que es una cuestión básica en la evolución, por eso quien los tiene, ha de procurar que su formación en valores sea la adecuada para asegurarse de que el mundo queda en buenas manos.
Los libros son necesarios porque harán de esas nuevas generaciones, seres pensantes y críticos, que sean capaces de construir una sociedad más justa y habitable. Quien los escribe ha de cuidar no sólo la sintaxis y el vocabulario, sobre la que se conforma la complejidad del pensamiento humano, sino también transmitir mensajes válidos para que eduquen a los humanos que hayan de venir hacia las mejores empresas, sea cual fuese el tono o género escogido.
Los árboles, y quien dice árboles, dice naturaleza, son el marco indispensable para que esas nuevas generaciones puedan respirar, porque es gratuito traer hijos a un mundo insalubre y pensar en ningún progreso.
La protección del medioambiente, del hábitat natural es el primer punto que hay que asumir, porque se trata de la vivienda de todos los seres humanos. Por eso, quien se ocupa de ella, quien la defiende, realiza la más importante de las labores.
Resulta impensable que quienes están mirando por los intereses de todos, pues todos vivimos en el planeta, tengan enemigos, pero eso ocurre cuando hay personas que por su egoísmo y codicia insaciable ven enemigos en quienes les impiden perpetrar sus tropelías. Se trata de gente que piensa a corto plazo- lo que vaya a durar su vida- y le importan una higa los demás. Gente que alega encima intenciones altruistas cuando construye en reservas naturales, tala bosques y elimina playas:
-Damos puestos de trabajo ¿qué más queréis?- dicen con toda desfachatez.
Pero el dinero es un placebo momentáneo; una ilusión de papel que se evaporará cuando el sol furioso no nos deje la más mínima sombra donde cobijarnos. Se agotará el agua y de las tierras no prosperarán cosechas ¿Qué vamos a hacer entonces? ¿Nos alimentaremos de plástico o de cemento?
A quienes defienden estas causas arbitrarias, poco les importa. Tienen miras tan estrechas que sólo les alcanzan el ombligo.
Su enemigo es la naturaleza y quien la defiende y les estropea el negocio. Y, entre sus enemigos, está mi tío, Juan Clavero, activista de «Ecologistas en acción» desde 1983.
No digamos que es un idealista, porque es muy realista quien sabe que la agresión a la naturaleza, es una agresión a todo el género humano y que nadie se va a salvar si se destruyen los recursos del planeta. Él lucha desde hace décadas por una causa justa y coherente.
Ha logrado que la depuradora que depositaba los vertidos fecales en la desembocadura del río Guadalete, no infecte las aguas, envenene los peces y haga cerrar las ventanas de los vecinos, que no podían soportar el mal olor. Otras cosas, no. Puerto Sherry se construyó pese a su oposición y la de sus compañeros y el Puerto de Santa María perdió aquellas magníficas playas.
Sus actuaciones durante este tiempo tuvieron represalias; le quemaron el coche y también amenazaron con quemarle la casa, mediante unos pasquines anónimos que distribuyeron en el pueblo al modo usual de los cobardes.
Ha vivido en una casa, acordonada por la protección policial, y soportado un acoso que a cualquiera lo hubiese desmoralizado, pero le mantiene la seguridad de que su causa es justa y no desfallece.
Hace una semana Juan Clavero propuso una marcha en protesta por la construcción de grandes fincas en la Sierra de Cádiz, que interceptaban los caminos públicos.
Un desconocido, que se hizo pasar por un miembro ecologista de Jerez, dijo que quería sumarse a la causa y Juan aceptó que lo acompañase en su furgoneta. El resultado fue que, una vez que el desconocido abandonó el transporte para acudir a una cita, la Guardia Civil detuvo el vehículo y, registrándolo, halló una bolsa de cocaína. De modo que por la tenencia de drogas, Clavero acabó en la comisaría de Ubrique, donde pasó el fin de semana; un lugar inhóspito donde no pudo pegar ojo por el calor, la falta de ventilación y el foco fluorescente que le cegaba la vista.
No tengo reparo en contar estas cosas porque estoy segura de que se trata de una emboscada. Si los responsables de esta falsa inculpación hubiesen vivido en otros tiempos, hace años que le habrían dado el típico «paseíllo», pero ahora se tienen que conformar con crear falsas pruebas, haciendo alarde de su imaginación, que no es mucha. Así se han inventado esta acusación tan torpe, que no se sostiene.
El problema es que la difamación causa daños irreparables. Cuando los rumores se extienden, para la lectura superficial son verdades absolutas; yo misma he creído en la culpabilidad de personas que luego comprendí que eran inocentes. Tan persuasivos pueden ser los difamadores.
A esas personas no las conocía, a mi tío sí y por eso sé que, aparte de ser inocente, es una víctima. Ahora comprendo, si no antes, el daño que hace una falsa acusación, lanzada a masas anónimas.
Como nadie está libre de que la calumnia caiga alguna vez sobre sí mismo, todos tendríamos que guardarnos muy bien de seguirle el juego a la difamación y permitir que este método se convierta en una práctica habitual.
Cuando dejó de ser cazador, Miguel Delibes, gran conocedor y amante de la naturaleza, afirmaba que “el hombre está ensoberbecido y ejerce sobre la naturaleza un efecto demoledor”, es decir, como si no hubiera un mañana…No deja de sorprender que a estas alturas de la historia quieran cargarle, en su justo peso y medida, un marrón a tu tío Juan Clavero, luchador infatigable por la causa ecologista, aunque haya gente plasta, “demócrata” e insolidaria por doquier, que no habrá roto un plato en su vida y lo señalará por eso mismo, por tener la vida resuelta y complicársela defendiendo la naturaleza, con lo a gusto que se está en el redil…
Pero él dice algo que no tiene desperdicio: que está tranquilo en cuanto a la supuesta comisión del delito que se le achaca, siendo inocente; mas no así por cuanto toca a su honradez como persona, como ciudadano libre. Y es que el Gran Galeoto, la sociedad, más que decimonónica, del chisme y la difamación, se ha puesto en marcha. Calumnia, que algo queda, dice el clásico, en plan mafioso. Es como el agua que se tira al suelo, que ya es imposible recogerla; si se intenta, se cogerá poca y encima contaminada…
Sabiendo que Juan Clavero lleva toda una vida batiéndose el cobre por ella, por la naturaleza, saldrá de ésta y se levantará con más fuerza si cabe. Una pena que sean tan pocos los elegidos…
Ánimo para esa familia.