La fisonomía nos marca desde el nacimiento de un modo fatal; por la cara se nos juzga y juzgamos a los otros, dando por dictámenes certeros lo que no son más que prejuicios simplistas, sin caer en la cuenta de que los rostros más angelicales pueden encubrir naturalezas muy diabólicas y los rostros diabólicos pertenecer a personas de alma generosa y elevados sentimientos.
Tendemos a ver malicia en las cejas de curva muy inclinada y antipatía en los labios que, por tendencia natural, se curvan hacia abajo. En el gesto retraído de los tímidos, interpretamos arrogancia y en las poses de veras arrogantes, magnanimidad.
Esta lectura superficial enturbia bastante las relaciones sociales e inevitablemente condiciona la carrera de los actores.
Según su físico, hay intérpretes a los que sólo les dan papeles de malo y otros únicamente de buenos. Difícilmente hubiésemos podido concebir a una Olivia de Havilland, dando vida a una mujer perversa o a una Bette Davis que no fuese la encarnación misma de la perversión. Igual que Audrey Hepburn había de ser por fuerza una muchacha cándida e ingenua, Katharine Hepburn, una chica de ingenio agudo y refinada inteligencia, Edward.G. Robinson, un gángster, Rock Hudson el marido ideal y así, etcétera, etcétera.
Tal vez la mejor bendición para un actor es tener el físico neutro de Juan Diego Botto que se puede llenar de cualquier contenido, porque si uno tiene en los rasgos la marcada expresión ensimismada de Gabino Diego lo encasillan de zangolotino o Rey pasmado y si tiene la cara de Rossy de Palma o la cara y la voz de Gracita Morales va de cabeza al género cómico.
En la cinematografía española este tipo de clichés han funcionado durante muchos años; Rafaela Aparicio era la chacha, Emilio Gutiérrez Caba, un desgraciado perseguido por la mala fortuna, Fernando Rey, el viejo verde de cuna aristocrática, José Luis López Vázquez, el charlatán buscavidas y Maribel Martín, la chica pija… como en la Commedia dell´arte, Arlequín era siempre Arlequín y Pulcinella, Pulcinella.
Con Terele Pávez tampoco hubo excepciones. Bordaba por su cara el papel de harpía o de suegra de las malas a rabiar. Desde que en la serie «Cañas y Barro» hizo de Samaruca, la pérfida cuñada de Cañamel, no resultaba creíble en otras funciones sino como ministra de la maldad. Fue bruja clásica en «La Celestina» y bruja más alternativa en «Las brujas de Zugarramurdi». Se la vio ejercer de suegra tirana e irascible de Merche en la serié «Cuéntame» y le ofrecieron mil veces el papel de Bernarda Alba para que ejerciese como dominadora implacable del rebaño desgraciado de sus hijas.
Sin embargo, este papel nunca lo aceptó, ya que se negaba a interpretar cualquier obra lorquiana, dado que su propio padre, cabecilla de Falange en Granada durante la Guerra Civil, había sido el responsable de sacar al poeta de su refugio en casa de los Rosales para entregarlo a las milicias franquistas.
A causa de esta mancha de honor en la familia, tanto ella como sus dos hermanas actrices, Emma Penella y Elisa Montes renunciaron al apellido paterno y optaron por otros para sus nombres artísticos.
A día de hoy, después de su muerte reciente, se escriben reportajes que la liberan del rol de mala sempiterna y sale a la luz su verdadera personalidad. Fue una madre soltera en los tiempos en que eso era un verdadero estigma y hubo de ver cómo su amor se marchaba sin ataduras hacia la sombra más cómoda y solvente de una ministra.
Los desengaños amorosos, las irregularidades propias de una profesión, donde de los laureles y los reconocimientos, es posible pasar a épocas de desocupación, ingratos olvidos y precariedades económicas, junto a otros disgustos familiares, la llevaron al vagabundeo; a dormir a la intemperie del barrio de Malasaña en cualquier portal, a ahogar por periodos sus desengaños en alcohol y a ser visitada, de vez en cuando, por la locura. De estas estancias en el infierno la rescataba Carolo, su hijo único, y la decisión del director de cine, Álex de la Iglesia, de convertirla en su musa.
La última película en la que actuó fue «El bar», dirigida por el cineasta y en la que interpretó a Amparo, la dueña del bar, una señora malhablada, de mal café y peores pulgas.
Nada que ver con la persona que conocían los más allegados, siempre dispuesta a compartir cualquier golpe de fortuna, invitando a los almuerzos a los que era invitada y desperdigando las efímeras ganancias entre los indigentes que le salían al paso. Era capaz de pagar a diez euros un paquete de Kleenex y de regalar a los transeúntes entradas para el teatro.
No me importa el dinero, he podido vivir siempre sin dinero- declaraba.
De ella se decía que tenía un carácter fuerte, un genio importante, lo cual es compatible con un gran corazón, porque a las gentes de carácter les traiciona un exceso de pasión, que les impide frenar el caudal de sus emociones. La frialdad emotiva, en cambio, esa contención de los sentimientos, disfrazada de discreción y buenas maneras, es, en lo menos, máscara de hipócritas y, en lo más, virtud de psicópatas.
Terele Pávez quedará grabada en la memoria del cine por un físico cargado de personalidad; esa cara que, sumada a un grandísimo talento, le permitió a una mujer buena dar vida a las malas más memorables del cine español.
Por la cara nos enfilan
y se nos declara aptos
a veces para la gloria
o para volar muy alto
en el libro de la historia
O ni me va ni me viene
con esa cara que tiene…
que es envidia y desazón
a mayor gloria de Terele
y también de Lola Gaos
(por su cara y por su voz)
Y es perfil de los tablaos
tras de la ronda de anís…
Con sus caras rellenaron
de cemento hormigonado
la gran obra de Gaudí
gobernantes y allegados
Y allí nadie supo ya
si esta familia es sagrada
u “onorevole società…”
O tal vez solo viciada
del movimiento circular…
https://www.youtube.com/watch?v=0iQOIIAlbl4
Saludos post feriales. Y que no decaiga.
Y a eso viene la célebre frase «desde que le eché la vista encima, ya sabía yo…». Hay mucho brujo que confia en sus habilidades fisonomistas, que fallan más que una escopetilla de feria y se quedan con eso de «No sé por qué pero ese tio/a me da mala espina ¿Y si no lo sabe, por qué no se molesta en averiguarlo? ¿Tanta prisa tiene por arrojar las reputaciones a la hoguera? En fin que mejor el método empírico que los pálpitos, me cachis…
Y si tú lo miras mal,
cómo quieres que te mire, Sebastián
¿por qué miro mal?
Porque no te gusta,
¿Por qué no me gusta?
Porque no lo sabes
¿Por qué no lo sé?
Porque no te importa
¿por qué no me importa?
porque mira mal
¿por qué mira mal?
porque tú lo miras.
No te pongas de listilla,
que la vamos a liar
¿por qué la liamos?
Por el Cartojal…
Eso mismo fue,
por lo que me emborraché,
vaya rollo de ferial…
Por su cara y previamente
por el pueblo sojuzgada
(aquí se escucha a la gente)
la mujer entró en prisión;
si el pueblo no se equivoca
-debió pensar el tribunal-
¿por qué hacer intromisión?
¿por la cara y nada más…?
Quinientos diecinueve días
como en canción de Sabina
quinientas lúgubres noches
de novela de Cadalso
habrían de poner el broche
a un juicio cerrado en falso;
mas la inocente cumplió
por la cara y por condena
sentencia que ya venía
teñida de España negra,
¿quién le devuelve la vida
en el presidio perdida…?
Libre al fin de la injusticia
mas no del pueblo “absolvida”
(por su intimidad y semblante)
busca en la campiña inglesa
que es paisaje que no pesa
echar su vida p’alante
lejos de lo intransigente,
de la villanía rampante,
como estado ideal…
…de la gente.