Probablemente, “El Decamerón” es uno de esos títulos que está presente en la memoria colectiva y que tuvo la necesaria virtud de transcender a todos los tiempos para convertirse en un clásico, tanto por su estructura, su cuidadísima prosa y su contenido. Aunque sobre todo por su contenido.
El florentino Bocaccio, anuncia el Renacimiento, rompiendo con el espíritu fúnebre de la Edad Media para hacer un canto al placer, al optimismo existencial y proclamar la victoria de Eros sobre Tanatos; el triunfo del amor contra la muerte. Diez jóvenes; siete mujeres y tres hombres se retiran a una bella finca en las afueras de Florencia a objeto de huir de la peste que asola a la ciudad y, en ese retiro, se entretienen contando historias, en las que prevalece el efecto cómico y, amparándose en la risa, burlan el infortunio e invocan al Carpe Diem en su locus amoenus.
La habilidad de hilar cuentos en torno a una trama argumental, familiariza a esta obra con “Las mil y una noches” y “Los cuentos de Canterbury”. Y precisamente, por fondo y forma, el célebre cineasta Pier Paolo Pasolini compone su elogiada trilogía, inspirada en estos tres libros con una maestría memorable.
Hay quien recuerda “El Decamerón” sólo por la película de Pasolini sin haber leído el libro, como también quien sólo conoce “La Colmena” por el film de Mario Camus. Lo ideal es completar el lenguaje literario con el visual, pero si no es así, conviene que las obras caigan en manos de directores sensibles e inteligentes que sepan transmitir su más pura esencia. En estos dos casos se da y también en otros que atañen, exclusivamente, a la literatura española. Las adaptaciones al cine de “Fortunata y Jacinta”, “Cañas y barro” ,“La Regenta”, “El bosque animado” y “Últimas tardes con Teresa” fueron excepcionales, como también “Volaverunt” y “La pasión turca”, pese a ser tan criticadas. Yo que leí los libros antes de ver las películas, puedo decir que no me sentí en absoluto decepcionada. Es más, creo que en algún caso la versión cinematográfica ha mejorado al texto. En cualquier caso, se puede decir que una buena adaptación al cine muchas veces ha guiado a los lectores hacia el texto original.
Sin embargo, hoy he visto “Maravilloso Boccaccio” de los hermanos Taviani y me he sentido muy traicionada. No puedo entender que los cineastas hayan interpretado “El Decamerón” de forma que aburra; que lo hayan convertido en algo trágico, siendo principalmente cómico y que hasta me haya hecho llorar. Nada que objetar a la técnica, la fotografía es maravillosa y es verdad que muchas escenas tienen la plasticidad de un lienzo de Masaccio, Giotto o Botticelli pero el conjunto, excediéndose en ocasiones de lánguido prerrafaelismo, carece de chispa y de alma. Esta película podría tratar de “El Decamerón”como de cualquier otra cosa. Luce a chicas y chicos guapos, se recrea en el paisaje, pero se olvida de Boccaccio. Y podría decir otra cosa, pero voy a decir la verdad. Con peores medios, lo entendió mejor Pasolini. Estoy segura de que Boccaccio no quería hacer llorar a nadie. Sin embargo, en esta película se destaca el relato de un cazador pobre que tuvo que matar a su propio y bienamado halcón para servirlo como almuerzo a su amada. Y con eso termina.
O casi, porque los diez chicos que cuentan las historias convienen en lo bien que se lo han pasado durante esos días con el intercambio de narraciones (y eso después del estremecedor episodio del halcón…)
En definitiva, que ante tal desenlace te vas con un mal rollo espantoso de la sala y quien no haya leído “El Decamerón” previamente, igual ni se anima a leerlo.
Un cineasta en condiciones interesa al público por la obra que adapta, pero otro que no, la condena.
Para mí que los Taviani han querido practicar una fórmula de éxito para hacer su película taquillera, sumando a la perfección estética el romanticismo trágico y la morosidad lírica.
Algo que, ya digo, puede satisfacer a un público al que le gusta evadirse de la sordidez del panorama actual a través de los goces contemplativos y el “Amor omnia vincit”, pero que no es Boccaccio para nada.
Y es una pena porque a estos tiempos tan oscuros y sositos le convendría ese torrente de luz, vitalismo e ingenio que rezuma en las páginas del Decamerón, como también en la lectura del “Libro de Buen Amor” del Arcipreste de Hita. El siglo XIV, con estas obras, fue un gran heraldo del Renacimiento; esa primavera de la historia en la que florecieron las ciencias y las artes y el humano, perdiendo ya el miedo al castigo constante de Dios, recupera la autoestima y practica el optimismo al celebrar los placeres de la vida.
Yo confío en que, siendo cíclicos los periodos de la historia, ese espíritu modernísimo del prerrenacimiento nos anuncie la luz al final del túnel que es esta Edad Media que seguimos padeciendo en el siglo XXI.
Retazos del prado ameno
carentes de cardos y pinchos
si los ves a ras de suelo…
ese querer ser perfecto
en la ficción y en los dichos
dentro de un mundo real
donde lo ideal es menos
y es la cruda realidad;
ese cine de alucine…
¿Por dónde andará Galeotto,
alto príncipe ficticio
impresionando a Boccaccio?
Para éste era divertido
lo que Dante condenaba,
las mujeres “libertinas”
que abandonaban su casa,
disfrutaban de la vida
al aire libre, sin tasa…
pues los tiempos que corrían
eran malos…¡y confinadas!
Siglos después llegaría
el Gran Galeoto a España
con ausencia de alegría…
Enhorabuena de nuevo;
tengo los libros pero
me faltan las firmillas
la próxima a ver si puedo…
Ese locus amoenus,
ese lugar donde el agua
de la fuente discurría,
donde el canto de las aves
hacía el paso del tiempo
más suave
y el ingenio
en cada turno fluía,
y se atrapaba el momento,
cuando el céfiro soplaba
en acorde al pensamiento
y era sólo la flauta
del fauno
que silbaba.
Ay, silvas de mis amores,
¿dónde fuistes a parar?
¿Y quíen nos va a reparar
de sufrir tantos horrores?
Sin ética y sin estética
sólo nos queda mirar
el ocaso de Machado
frente al mar.
No era delito
el arte
del carpe
de Ovidio y Decamerón
y más infame
es el suavón
que nos irrita,
que nos quita
de un tirón,
aquella inmensa Fortuna
y nos ahoga
en esa Estigia laguna.
(Si no seremos pastores,
seremos Fuenteovejuna)
Seremos más bien actores
reescribiendo la historia
de Macbeth, a mayor gloria;
del mundo, sus sinsabores.
Ensimismados en lo trágico
del destino de las flores,
buscando ese lago mágico
do pulse Apolo su lira
y admirando (si nos mira)
el destello misterioso
de los ojos de Bagheera
será plácido y dichoso
olvidar por un momento
lo azaroso de la vida…
Tañe la lira indignada
cuando quiere silenciar
esta prosa de la nada,
que pastorea al rebaño
y en manada
convierte el placer en daño,
Ay de esa musa lisiada
del Acteón, gran cabr…
que lleva la inspiración
al paredón
y deja la cultura en bragas,
qué viva El Decamerón
y huelgue tanta cagada,
volvamos a La Iliada
y a matar a Agamenón