Aunque somos unos ilusos románticos, ya sospechábamos que los bancos nos querían por el interés, pero, por más que fuese el suyo un cariño fingido reconfortaba lo suyo, siendo que no nos pedían más a cambio que poner a su recaudo un dinerito.
Dirán que tener un dinerito es complicado, que cuesta el sudor de la frente, etc, pero siempre será más sencillo que conservar el misterio, alimentar la llama de la pasión, regalar al ser querido una sonrisa cada mañana, hacer de cada noche una experiencia inolvidable y todos esos malabarismos que exige el amor verdadero.
Digan lo que digan, el cariño cuando se basa en lo material es más estable e incondicional que el meramente espiritual. Para obtenerlo, antes bastaba sólo con domiciliar una nómina. Y siempre es más fácil tener una nómina que tener los ojos azules, unas medidas perfectas, una sonrisa hechicera y una personalidad arrolladora.
En teoría, más guapo o más feo, más magnético o menos, todo quisque puede tener una nómina y domiciliarla. Incluso recibir de cara el beso de la diosa Fortuna y ganar un premio de muchos ceros en alguno de esos sorteos millonarios de la ONCE o las variopintas Loterías. Con eso, sólo con eso, bastaba en otros tiempos para encontrar desplegada ante ti la alfombra roja de una sucursal bancaria, ovacionado por el mismo director o algún empleado que se ponía a tus pies como la propia alfombra. Igualito que ese José Luis López Vázquez que en aquella inolvidable escena de “Atraco a las tres” se presentaba a la clienta con besos en las manos y reverencias; “Fernando Galindo; un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”.
Pero, sabido es después de esta crisis, que, si bien, los bancos nos atracan más aún a fuerza de dudosos productos financieros, cuanto más suben sus intereses, más bajan en sus cuotas de cariño.
Antes, qué tiempos aquellos, ibas a hacer una transferencia y te ofrecían una silla confortable y delicadamente tapizada para encomendarle tu gestión a un aplicado profesional con maneras amables y solícitas, que te despedía, tras la operación, con un delicado apretón de manos, pero ahora, ay ahora, te vas a la cola inmisericorde de una ventanilla, como quien espera un cuarto de legumbres con la cartilla de racionamiento, para, después de 30 minutos de pie, hallar el gesto agriado de una oficinista que te increpa por no haber hecho tú mismo la transferencia por Internet.
-Oiga usted, señorita, es que yo no tengo Internet. Soy un alma sublime que huye de las frías tecnologías y busca el calor de las presencias físicas.
-Vale, eso se lo dirá usted a todas. Si quiere hacer poesía, váyase al Ateneo o a las tertulias del Pimpi. Esto es una sucursal bancaria.
Ay qué dolor, qué agonía, qué crisis existencial, ¿qué fue de ese banco amoroso para el que fui tantos años su estimado cliente? Ya no me quiere como antes, es decir, ya no me quiere ni como antesdeayer.
-Es que estamos recortando personal. Hágase cargo.
-¿Y dónde han ido esas personas recortadas? ¿Al paro? ¿A la desesperación? ¿Al consumo de psicotropos? ¿Ubi sunt? ¿Y qué será de mi nonagenaria tía Felisa si le exigen hacer una transferencia con sus nulos conocimientos de informática y la artrosis entumecedora de sus manos? O tempora, o mores…
Ahora, definitivamente, comprendo la recuperación de esa costumbre ancestral por la que se guardaban los ahorros bajo el colchón y la calderilla en los calcetines. Aquellos abuelos sabios se las sabían todas; “no te fíes de nadie”.
¿Pero qué hay que hacer para recuperar el inapreciable cariño interesado que tanto nos alimenta? ¿Y si nos lo niegan también en esas últimas reservas espirituales que son las peluquerías y los restaurantes caros? Nunca excesivamente caros, porque el amor, incluido en sus cuentas desorbitadas, no tiene precio.
Sin embargo, ay, sin embargo, voy a un restaurante japonés carísimo y el resultado es el mismo.
No es que el camarero, que, en realidad, es chino como todo el resto del personal, carezca de los más exquisitos modales asiáticos, es que es el único que atiende a todas las mesas. También se ve que están recortando personal y él no es una criatura mitológica como el hecatónquiros. Pese a ser chino y eficiente, sólo tiene dos manos.
Así que después de cuarenta minutos me trae la cuenta. Un espacio suficiente para ir al baño y leerse el periódico de pe a pa. Ya sabemos que la comida japonesa es muy digestiva.
Dato positivo: la cuenta se ha abaratado con el recorte de personal. Tanto que podría venir a comer aquí todos los días, pero yo preferiría venir sólo una vez al año, que me clavasen, pero ser tratada como una reina. Ya lo dije, soy una romántica ilusa.
Nos quieren por nuestros ceritos en la cuenta. Como el sesenta por ciento de los españoles ya no somos público objetivo de la banca. En Italia la organización se llama mafia, aquí estado corrupto. Ahora es más fácil la rapiña del dinero del contribuyente destinado a sanidad, educación y ayudas a los desfavorecidos (a eso llaman ayuda a la banca), que currarse el negocio, mantener sus puestos de trabajo, dar servicio al cliente y no que este tenga que dedicar su jubilación a aprender informática para hacerles su trabajo . La próxima estrategia será quedarse con las casa de los pensionista a precio de saldo. Sin ceritos, mejor estamos muertos o nos hacemos invisibles…¡Lo siento amiga por el desahogo!
Completamente de acuerdo, Carlos. Nos tienen tan en sus manos que ya ni siquiera se esfuerzan por fingir su cariño hipócrita. Se han desenmascarado y nos muestran desafiante su verdadero rostro cruel.
Seguro que estamos de acuerdo en muchas cosas. Espero seguir disfrutando de tus comentarios sabrosos y con ese picante de guapa ironía. Un abrazo.
Salvando las distancias, estamos llegando ya a un nivel socioeconómico muy parecido al que existía en los antiguos satélites europeos de la URSS, durante la tímida apertura al exterior que comenzó en los años setenta, cuando los emigrantes de estos países, sobre todo yugoslavos, envidiaban, (sanamente, creo todavía) a los españoles, por el mero hecho que si tú enviabas al banco un giro, pongamos de veinte mil pesetas, cuando llegaba a España seguían siendo veinte mil y al cabo de un año ya te encontrabas con algunas pesetillas más, de resultas de las ganancias bancarias. Doy fe.
Por el contrario, los emigrantes del Este, salvo algún despiste, no mandaban giros a sus países de origen, porque la mitad de lo enviado se lo quedaba el estado y ellos “no estaban dispuestos a trabajar fuera de casa para mantener ningún estado de funcionarios o burócratas, que tenían al país endeudado y en la ruina” llegaban a decir. O sea, que las familias se lo pulían, viviéndolo y disfrutándolo, en el país occidental de acogida…Llegué a imitarlos y divino, oye.
Por lo demás, muy razonable ese deseo de ser tratada en plan régine a la hora de ir al restaurante. Hubo un tiempo, el otro día, el de la peseta tardía, en el que habrías sido recepcionada por el maître, acompañada hasta la mesa por el jefe de rango, los camareros atentos, entre otras cosas, al cenicero, a la lumbre de la vela, al hilo musical, a apagar las luces para disfrutar del espectáculo del soufflé Alaska…”Salud y pesetas, que lo demás son puñetas”, se decía. Sigue siendo válido el dicho.
Si soy idiota, banqueros
porque os dejo mi dinero
hacedme bien la pelota,
no me interrumpaís la siesta
con productos financieros
y atended la transferencia
con paciencia
que el amor por interés
no es igual en internet
Cuidad este corazón
del distinguido cliente
que ahora ya penitente
llevará sus ahorros
al colchón
por trato tan displicente
y tan tamaña traición.
Ya no soy domiciliado,
buscad a otro pringado…
El caso es que si sale bien
guardándolo en una hucha
u horadando en la pared
siempre te queda la duda
razonable y muy humana
de correr la misma suerte
de un alcalde que gustaba
meter dentro el colchón Flex
toda clase de billetes
provenientes de Alemania
logrados con su honradez
y, por ende, bien ganados
según sus más allegados
más los que confían en él;
aunque exista un tal Montoro
que no se deja engatusar
con chocolate del loro;
que rebusca en tu alcancía
echando mano al Mossad
o a los chicos de la Cia
con tal de cogerlo fresco
si es dinero, que si es frac
igual se lo lleva puesto…
A mí me da por recordar
letrillas de sevillanas
antiguas, cual palimpsesto
cuando alumbraban las “cajas”
“Tú no me vengas con cuentos
de que sabes trabajar
que si tienes algún dinero
es por la Caja Rural”
¡Ahí es na!
Ubi sunt los amores
que fueron verdaderos?
Aquéllos que nacieron
de sueños compulsivos.
Los que fueron pretiles
de tardes sin caminos
y noches cuya luna
anunciaba ceguera,
de tan llena.
Aquéllos, se marcharon
por la puerta de atrás
y dejaron al irse un zigzag
de temblores, la certeza
infinita de un jamás será mía
y el suplido suplicio
del no estaría para mí.
Nunca tuvo la dicha
puteal tan cimero
como el de aquellos días,
caudal de los ilusos.
Ahora, todo está conseguido.
Las horas no caducan
ni cesan los mastines.
El ladrido del tiempo
cumplió sus objetivos
y una brisa apagada
recorre las estancias.
Bajo un pulso preciso,
como si el porvenir fuera de plástico,
ya nada es imposible…
y eso se paga.
Sufrir dolor de amor y ser sentina, no compensan aspirativo a santo y hornacina.
Quién pudo a mí decirme
en qué puerto te hallabas?
De qué razón o infudio
tu nombre labró a fuego
la insignia de esta piel?
Qué brocal tan infiel
facilitó la caída
al pozo de tu nombre?
En qué calle trazada
sobre mapas antiguos
perdí yo para mi siempre
cualquier itinerario y su salida?
Pero hace tanto tiempo…
Que hasta las divisiones han vuelto
de la guerra laureadas de fracaso.
Vivo sin vivir en mí
por pagar al usurero
y de tal manera espero,
que el banquero
me resuelva aquella treta
que se lleva mis ahorros
por el morro
a causa de una tarjeta.
Sin ver los cuernos al toro
me vendió Visa de oro,
gasté lo que no tenía
sin saber
que siempre le debería
como Madame de Flaubert.
La nómina se me esfuma,
pagando aquella fortuna
al triple de lo que vale.
Oh, crédito envenenado
que llagaste como al ciervo
el corazón confiado
y una vida no me basta
por pagar aquella pasta,
pues cobras por triplicado
aquella maldita deuda
del pasado.
Dadivoso me ofreciste
aquel dinero
y ahora todo lo que gano
se va por ese agujero
y muero porque no muero,
ay, maldito dios pagano,
por aquella Visa de oro,
me vas a dar por el ano
hasta que se coman mis huesos
los gusanos…
Más que amores, amoríos
objetos de sus devaneos
el pozo de los deseos
de su cariño fingido
lo que somos, hemos sido
y en el futuro seremos;
con la piedra del camino
de nuevo tropezaremos
pues no somos como ellos
que adivinan el mensaje
(saberlo da escalofrío)
que transmite el semblante
de los que llamamos plata
a un poco de bronce “fundío”…
Leído tu artículo, Lola, y no los prescindibles ripios adyacentes, te felicito, no por el texto, sino por tu autoconfesión final. Y que te dure muchos años. Hay que tener mucho tilín para reconocer en público semejante virtud. Sobre las líneas que has juntado, mi opinión peca de gremialista, ya que me pasé casi 40 años en el sector bancario. Me recuerda el tema a un profesor que tuve en «Teoría de la Historia», que no cesaba de autoflagelarse acerca de su «objetividad» y su «subjetividad» (entre comillas porque eran las del un andaluz pelirrojo reciclado como consejero de Castilla La Mancha ?), como si eso le importara a alguien. Pues bien, te he contado en el cuerpo textual seis adverbios o expresiones temporales, del tipo de «antes», «otros tiempos», «qué tiempos», que me han sorprendido. Y una serie de descripciones tópicas, (lo de «banco amoroso» es de antología), rematadas con una prueba cinéfila desternillante, al que sigue un latinajo que demuestra tu cultura general amplia («O tempora o mores»). Si el ejemplo de Banco de antes es el de López Vázquez, apaga y vámonos. Tu tía Felisa, no sé, pero mi padre tiene 92 años, va al Banco, le atienden correctamente y hace sus operaciones como antes, como ahora y como después. ¿puedes precisar ese antes, o ese otro tiempo o ese similar interjectivo temporal? El Banco es una empresa, un negocio, no una sujeta o un sujeto embaucador. Ni quiere ni deja de querer. Ni antes ni nunca. En fin, que parece que vas a usar el colchón no sólo para aguantar tus kilogramos, sino también para igualarlo con tus calcetines. Si eres feliz con ello, adelante. Pero si prefieres vivir con tu tarjeta de crédito (el Banco te la proporciona, tú luego eres responsable de su uso, tú, no el lucero del alba), con tu cambio de moneda, con tus créditos necesarios, con tus trasferencias, con tu recarga de móviles, con el patrocinio de algún acto cultural-literario, en el que por desgracia (a todos nos pasa), hay más oradores que espectadores, con tus recibos pagados o con tus valores invertidos (hablo de la Bolsa), pues eso, que los cajeros automáticos y lo de dentro son necesarios, imprescindibles, ejemplares y cumplidores (salvo excepciones como en tu gremio) de la ley. Que la cambien si no gusta y que si has tirado de ironía para hacer un sainete gracioso, pues eso, que hasta más leer y más ver. Y entre tú y yo, los Bancos ganan más por la codicia ajena que por las inversiones propias. Muchos de los preferentistas, otros no, querían duros a pesetas. Otros han sido vilmente estafados por sujetos sin escrúpulos. Los hay en la Banca, en la enseñanza, entre los ministros, políticos, médicos, maestros, notarios y registradores de la propiedad. Hombres y mujeres al fin y al cabo. Saludos respetuosos, profesora.