En estos tiempos de individualismo feroz que convierten la política y la cultura y hasta las más básicas relaciones humanas en un patio de vecinos donde anda todo quisque a la greña sin lograr más beneficio que la mutua destrucción con el beneplácito de los de siempre (ya dijo Julio César, “divide y vencerás”), crear una antología es un logro encomiable e incluso milagroso, si tenemos en cuenta además que la literatura es el terreno del arte donde suelen campar los egos más desaforados.
Pero, por fortuna, de estas tendencias megalómanas y autodestructivas- porque digamos que un escritor sin grupo ni generación no es más que un cabo suelto con vocación de autor póstumo- siempre nos salvan los que nadan a contracorriente. Los que se atreven incluso a pensar en una tarde de terral sin más refresco que una cervecita.
Así nació “Cuentos marengos” con la conspiración, que es la madre de las revoluciones, tramada entre la idea del escritor, Ángel Domínguez, y el apoyo del editor y también escritor, Javier Rodríguez Barranco. Un rebelde osado que reivindica el libro en papel en esta aciaga época de pereza a la lectura y veneración a la imagen, tal y como lamenta su también amigo y artista, Enrique Gallud Jardiel, nieto de nuestro admiradísimo Enrique Jardiel Poncela.
Pues bien, Barranco, contradiciendo cierta interna vocación de anacoreta, está rompiendo más de una lanza por el corporativismo literario, a sabiendas de que sólo una apuesta arriesgada se lleva el premio gordo. Así que, removiendo más mares que tierras, ha reunido en un volumen los relatos de escritores tan diversos como incluso desconocidos entre sí con el pretexto de un tema común; el mar. Ese alimento nutricio de esta ciudad, que, sin embargo, puede ser tan diversamente digerido, como se demuestra por la heterogeneidad de perspectivas con las que se abordan las narraciones de este libro, donde ningún relato se parece a otro. Este es el resultado de una cita a ciegas sin resabios de tendencias comunes, lo cual se agradece bastante, porque la originalidad es la única nota común en cada una de sus páginas.
Para algunos el mar es, a la vez, un telón reflexivo que invita a los recuerdos o un viaje proceloso que lleva a la locura, para otros es el lugar donde nacen las leyendas; “El hombre pez”, con esencia mixta como el Minotauro o “El hombre pájaro” (Birdy) de Alan Parker (me impresionó mucho esa película, quién me iba a decir que conocería en persona a alguien semejante). Las leyendas son verdad; al entrar en estas páginas descubriremos que existen las sirenas; aquellas de La Odisea que atraían fatalmente a los marineros y también la de Andersen, puesta del revés.
El mar es alimento de mitología y también de viaje, huida de la infelicidad o refugio de pasados tormentosos, un fluido donde se disuelven las malas reputaciones y hasta los crímenes. Pero también un modo de vida, un cuerpo del delito para subsistir, donde se trama el tráfico de drogas.
El mar a su vez es una amenaza cuando no se respeta la naturaleza y puede mostrar sus dientes al pasar de los siglos. El mar es utopía y distopía, no lo olvidemos.
Pero, visto desde otro ángulo, puede ser el escenario que hace desaparecer a los seres queridos.
Aquellos sufridos pescadores que fueron amantes maridos o amantes padres y dejaron a las mujeres, para siempre, esperando en la orilla.
Y fue ese mar, ese mar de todos los veranos, quien dio tablas a la tragedia; un chico aparentemente perfecto, otra chica que lo admira y lo ama y el tercer chico enamorado de la misma muchacha y eclipsado por el brillo cegador del amigo rival y prepotente. “El talento de Mister Ripley” en Pedregalejo o en La Malagueta. Todo eso es posible.
La imaginación, el trauma, el delirio, da muchísimo de sí en estos relatos. Lo podréis comprobar al leerlos.
Pero, para mí, el mar es un don, como lo entendía Rafael Alberti, por eso he escrito sobre la abstemia de mar. Sobre esa enfermedad que es privarse del mar, cuando lo hemos vivido desde la cuna. Para Manrique, que era castellano, el mar es la muerte, pero para los malagueños es la vida; la única manera de entenderla.
El mar que inspiró a Juan de Ovando
malagueño y poeta gongorino
que por ser militar tuvo su sino
entre poemas y soldados al mando
Una breve calle lo va recordando
escalera arriba hacemos camino
el corto trayecto, el mismo destino
de otros que la historia va relegando
Poeta trilingüe y culto con poderío
primero en asociar el mar sonoro
a una costa de sol y plácido estío:
“De l’roso mare, dove il cuore mio
fluctuando se ve por ondas de oro”
(Metáfora o marítimo desvarío…)
Winspector, yo sé que la poesía
es un don
del corazón
y la mar
da versos al militar
y también al policía,
el verso es un talento,
no tan sólo el argumento
de cualquier ideología.
Rimar con el mar
es tan solo sentimiento
y lo tiene un militar
igual que el mismo Sarmiento.
Ignorante y malhadado
sea quien piense de derechas
el poema de Machado,
qué tristeza el pensamiento encorsetado
que menosprecia a Ovando
y hace líder
a Fidel Castro.
Esencia pura
del ser,
la cultura,
jamás será dictadura,
es libre y antojadiza
esta ciencia polirriza.
OCASO
Era un suspiro lánguido y sonoro
la voz del mar aquella tarde…
El día, no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía.
Pero su seno el mar alzó potente,
y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena deshecho.
Para mi pobre cuerpo dolorido,
para mi triste alma lacerada,
para mi yerto corazón herido,
para mi amarga vida fatigada…
¡el mar amado, el mar apetecido,
el mar, el mar y no pensar en nada!…
Manuel Machado.
Ya que estamos en la brecha
y casi rizando el rizo,
escorándonos aún más
a la derecha,
nos encontramos con Pemán
que parece conocido
sólo por el incidente
del paraninfo salmantino;
cuando ya no daba juego
fue borrado de un plumazo
con aires de garrotazo
y que volviera muy luego…
Sin embargo con la mar
su poesía daba juego:
ELEGÍA DEL NIÑO MARISCADOR
Él se sabía un camino
que le enseñó una sirena;
caminito de la arena
hacia un jardín submarino.
¡Qué bien que se lo callaba!
¡Y qué bien que se sabía
el camino que llevaba
sus pasos donde él quería!
Desnudo de pierna y pie,
en la paz de una alborada
por su camino se fue:
se fue diciendo cantares
con su esportilla dorada,
igual que un dios de los mares,
desnudo de pierna y pie.
La playa guardó su huella,
y, desde la aurora aquella,
los anchos mares sonoros
aprendieron las tonadas
que él solía pregonar:
-¡Los buenos cangrejos moros
y las bocas mariscadas
anoche en la bajamar!
Y aun la marea que viene,
sube que sube, detiene
su empuje verde y sonoro
para no borrar la huella
de su pie, que es una estrella
sobre la arena de oro.
Igual que pasa una vela
llena de sol sobre el mar,
pasó dejando una estela
de gracia y luz al pasar:
un aire de su cantar,
una huella de su pie,
un dejo de su cariño
y esta leyenda del niño
mariscador que se fue…
(José Mª Pemán)