Otra gala de los Goya y la misma conclusión; el séptimo arte en nuestro país anda sobre arenas movedizas y esto nos preocupa, particularmente, en una ciudad que ha apostado por el cine español, dándole protagonismo en un Festival que lo pone en el punto de mira en una cita anual que, a estas alturas, cuenta ya con su tradición y despierta expectativas entre profesionales y público.
Lástima que este apoyo no sea una iniciativa más generalizada y homogénea, lo que sin duda estimularía la brillantez de la oferta y, en consecuencia, la extensión de la demanda, pues lo cierto es que el divorcio entre cine y gobierno está perjudicando bastante a la calidad de la cartelera.
Y es que ya no se trata sólo del recorte de las subvenciones a las producciones cinematográficas sino del gravamen que, con los impuestos, pone las entradas a precios imposibles, nada aptos para una concurrencia de tan limitado presupuesto.
No es que nos haya dejado de gustar ir al cine, es que empezamos a tenerle miedo a la desproporción entre el desembolso en taquilla y lo que nos llevamos luego a casa; una decepción mucho mayor en la medida del dinero invertido. Creo positivamente que si las entradas bajasen de precio, seríamos menos exigentes con la calidad de las películas; que subiría la audiencia y bajaría la piratería, que, sin ser justificable, se multiplica según va subiendo el coste de la butaca.
En resumidas cuentas, que quitándole a la cosa unos euros menos, regresaríamos encantados a las salas con asiduidad de incluso entresemana, no sólo por las películas en sí mismas, sino por disfrutar de ese ritual gratísimo que es una tarde de cine; en su antes, su durante y su después. Dígase la previa ducha en casa, la sesión de restauración frente al espejo, el paseíto al fresco de la calle, el encuentro con pareja o amigos, el efecto hipnótico de la sala a oscuras y esa merienda o copita de después, donde se comentan detalles y se debaten conclusiones.
Necesitamos como agua de mayo; recuperar la calle, los rituales sociales y el contacto con presencias físicas que normalizan nuestras relaciones, ya bastante envenenadas y enrarecidas por las sesiones interminables frente al ordenador, donde campan los malos entendidos de la nada virtuosa letra virtual y la consabida gresca con esos equívocos fantasmas que son los amigos invisibles.
Todo esto sería posible si se reestableciesen las buenas relaciones entre industria cinematográfica y gobierno, que empezaron a resquebrajarse hace más de una década cuando las galas de los Goya fueron escenario de la rebeldía de los actores contra la intervención española en la guerra de Irak. Un desencuentro que relegó la profesión de los focos a la despectiva categoría de “titiriteros”.
El resultado de estos rifirrafes fue que muchos de los rebeldes se fueron a trabajar al extranjero y los que aquí quedaron malviven, pues, según los últimos datos, sólo el 8% de los actores en España viven de su profesión.
Éste ha sido un factor decisivo en el declive del cine español, que, como su padre, el teatro, precisa para su salud, una cierta conciliación con los organismos oficiales. De eso sabía un rato Lope de Vega, quien llenaba de mierda las puertas de los corrales de comedias.
El otro factor es la debilidad de los guiones, que quizás se explique por esa desesperación que tienen los directores con dar con la fórmula del bombazo taquillero, del que depende su subsistencia.
Dados los últimos premios Goya, se diría que se intente imitar la receta hollywoodiense; el thriller de acción vertiginosa con mucha ración de puñetazos, salsa de tomate, persecuciones de vehículos y plas, zas, cataplás. La otra es la fantasía, aliñada con efectos especiales.
Yo, en fin, creo que el cine español no puede llegar tan lejos con la mala imitación de un género foráneo como con el cultivo de su propia tradición donde dará sus máximos frutos en su propio terreno. O sea, haciendo bien lo que siempre ha sabido hacer bien; la referencia es Berlanga, Bardem, José Luis Cuerda, Bigas Luna, Vicente Aranda, Fernando Trueba, Montxo Armendáriz y etc.…y no Tarantino ni Spielberg.
El desafío sería competir en el mercado con un producto propio sin perder esa singularidad que nos ha valido reconocimientos en el cine europeo y en los Óscar.
Debe haber algún modo de que nuestro cine recupere la autoestima y no se diluya en las grisuras globalizadoras. Si bien eso pasa por el apoyo de todas las instituciones y la colaboración de escritores y cineastas. En España se publican novelas que no se leen y serían excelentes guiones para alimentar la inspiración de los directores, que plasmarían un buen producto en pantalla.
Se llama trabajo en equipo y beneficia a todos. También y, en especial, al público.
Queremos volver al cine español; agotar las entradas y llenar las salas.
Que bajen los precios y suba la calidad. Eso es todo.
Será que la gente quiere
más posturas convincentes
y a otro lado el postureo
sobre las causas y efectos
de una guerra solamente
Para medirse la frente
ya nos llega con dos dedos.
¿Son actores y doctrinarios?
¿Son actores solamente…?
El pueblo suele ser sabio
comprende sus emociones
sus amores mercenarios
por esos públicos dones
de que los surtía el erario
y ahora les dice nones.
¿Qué tiene que pasar ya
para que vuelvan los tiempos
de aquel canon digital…?
Claman, como en el desierto
tiempos de unto y plataforma
que ahora echan de menos…
Pues ya es más fácil, creo
llegar a Marte
que llegar a amarte
de nuevo
como dijo aquel amante…
Una de cine, venga
El cine es un alimento
que el público necesita
pero no se facilita
con tan nulo presupuesto.
Se pone duro el gobierno
contra toda actividad
cultural,
pues es consigna oficial
globalizar
la prohibición de pensar.
La fórmula es magistral,
poner las entradas caras
y fomentar las bobadas
y a quien quiera protestar,
dejarle la fama en cueros,
que sólo es titiritero,
vete para el extranjero,
muera lo intelectual.
Vamos a guasapear
y a subirnos esa foto
a Instagram…
Ya es tontería recortar
en cultura o sanidad
dependencia, educación…
Digamos el no va más,
la suma globalización
y la intención de esta gente
que se nos pone de frente
sin más y a bote pronto;
que nos acusa con guasa
de ser tontamente tontos
como individuos de masa;
que con todo y no en balde
siempre se dijo que un tonto
puede más que veinte alcaldes…
Tonterías las justitas
que se contagia la gente
y chanela en vietnamita
sea por apretón urgente
tal vez por cochina envidia…
Por eso, Lola, yo digo
(y te lo digo a conciencia)
“El envidioso, en el pecado
ya lleva su penitencia…”
Si censuran lo que vale
y sólo sale morralla
¿nos van a decir gorrinos
por huir de las pantallas?
Ni somos gente canalla,
ni aun ganado bovino
y por mucho que se empeñen
somos algo más que gente
y non ci piace la merde
y ese negocio porcino.
Winspector,
si yo fuese director
y no sólo de este blog,
serías estrella de cine,
mira este vídeo
y dime….
Wao, esto sí que es alucine
poder ver en video- blog
tal que si fuese en el cine
no mi alter ego, sino yo;
proclamo, para que rime
ça c’est déjà quelque chose!!!
E grazie mille…
Pero, Winspector, es que es lo que hay, tú para mí eres la estrella
Vaya, eso me recuerda algún pasaje de «Lettres de mon moulin»:
«…Mais la plus belle de toutes les étoiles, maîtresse, c’est la nôtre, c’est l’Étoile du Berger, qui nous éclaire à l’aube quand nous sortons le troupeau, et aussi le soir quand nous le rentrons. Nous la nommons encore Maguelonne, la belle Maguelonne qui court après Pierre de Provence (Saturne) et se marie avec lui tous les sept ans.
— Comment ! berger, il y a donc des mariages d’étoiles ?
— Mais oui, maîtresse.
Et comme j’essayais de lui expliquer ce que c’était que ces mariages, je sentis quelque chose de frais et de fin peser légèrement sur mon épaule. C’était sa tête alourdie de sommeil qui s’appuyait contre moi avec un joli froissement de rubans, de dentelles et de cheveux ondés. Elle resta ainsi sans bouger jusqu’au moment où les astres du ciel pâlirent, effacés par le jour qui montait. Moi, je la regardais dormir, un peu troublé au fond de mon être, mais saintement protégé par cette claire nuit qui ne m’a jamais donné que de belles pensées. Autour de nous, les étoiles continuaient leur marche silencieuse, dociles comme un grand troupeau ; et par moments je me figurais qu’une de ces étoiles, la plus fine, la plus brillante, ayant perdu sa route, était venue se poser sur mon épaule pour dormir…»
Muchas gracias, Lola. ¡Y avanti con esos libros!
soberbia, como siempre, certera y clara una auténtica profesora que nos ilumina nos enseña y nos divierte,el mundo de los articulistas debe rendirle honores, huye usted del topicazo y siempre con un estilo depurado, a veces con humor, signo de inteligencia y siempre ameno.Felicidades otra vez, señora
Gracias, Elisa, me encanta que te gusten los artículos. Lo que no me perdono es aburrir…
Genial tu texto, Lola. Arreglando el cine que es gerundio, internándote en una industria monetarizada así a la buena de dios, recetando grajeas y optalidones a cuatro vendedores de humo estético, esparciendo pareceres que llegan a siete (los otros tres mil del negocio leen el «as» o el «marca» como mucho), ejemplificando con sujetos de ínfima catadura, vaya, arreglando el mundo que no tiene arreglo. Entre tú y yo, el cine español actualísimo ni es bueno ni es malo. Es el mejor que puede ser. Como la sociedad, como el mundo, como el orbe, como la urbe… El ser humano funciona, en el 99,99% de los casos, buscando su beneficio y su yo por encima del adyacente. Por tanto, mientras se proyecte una película, funciona el cine. Feliz sesión de tarde, de noche o de entretiempo. Tolón, tolón.
¿Y si no intento cambiar el mundo para qué voy a escribir? Bastaría con encogerse de hombros que es un gesto mudo.
Pero, en fin, Santiago, no puedo enfadarme contigo, porque, a pesar de ser la hipérbole del pesimismo nihilista, tienes gracia. La verdad.
Soy del Atlético de Madrid, pese a lo cual me titulo como «realista» y no como me adjetivas tú con hiperbólica candidez. Ya te llegará el momento. Disfruta de tu calidez o de lo otro que he dicho antes. Hace un rato un desconocido (yo) ha cruzado unas palabras con Sánchez Dragó en la acera de una calle del centro de Madrid. Me ha confesado que tiene ochenta años y, sin perder la sonrisa, me ha dicho que le dejara en paz, que no dialoga con extraños (él sólo habla al personal a través de sus libros, afirma) y que solito es como se encuentra feliz. Los años, Lola, hacen estragos. Al hablador compulsivo le convierten en mudo cuasi autista. Quién te ha visto y quién te ve y lo que te rondaré, rubia de bote o caoba castaña. Vive el momento instantáneo, como decía el otro, que pasará y pasará y nos convertirá a todos en pasas. Hasta entonces, pues eso, pan y circo, pan y toros, pan y fútbol, y a bailar para que nos lo quiten luego. Hasta más escribir, alegría de la huerta.