Resulta que es una profesión de éxito entre los jóvenes y muy bien remunerada. Se trata de montar vídeos llamativos y colgarlos en el ciberespacio como reclamo de millones de visitantes, ávidos de novedad y emociones y también jóvenes en su mayoría.
La competencia es máxima, así que en la búsqueda del contenido impactante, se pierden de vista los límites y los inhibidores prejuicios morales. Cómo no, si el objetivo es el dinero y la fama a corto plazo; valores mucho más estimulantes que los aburridos valores éticos. Como diría Mae West las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes. Y lo mismo vale para los chicos. Pues eso; premio para el más malote, para el más gamberro. Porque esto es lo que pueden ser esos vídeos; gamberradas muy crueles, valga la redundancia.
Con una de estas gamberradas, ya hay un chico que ha saltado al estrellato. La hazaña o como diría él “el reto” ha sido darle a un mendigo 20 euros y un paquete de galletas Oreo, rellenas de pasta dentífrica. Todo por su bien, ya que comenta ante la cámara, así el indigente se lavará los dientes; cosa que, seguramente, no hace muy a menudo.
Toma ya con el agudo chistecito y toma ya con los millones de personas que, dicen, le han reído el chistecito. A que extremos de estúpida crueldad, valga también la redundancia, no estaremos llegando cuando un vídeo así se hace viral, trending topic o como se diga.
O sea, no es nada difícil de comprender que a un descerebrado se le ocurran, como no puede ser menos, estas bromitas pesadas de pésimo gusto, lo que choca es que tantos descerebrados se rían con él y que esta situación haya tenido lugar, pues me pregunto ¿cómo se ha podido permitir que un vídeo así sea de consumo público? Como escribió Javier Marías en su artículo del domingo pasado, se censuran obras de la literatura universal porque presuntamente incurren en xenofobia, machismo y etc…, pero este otro tipo de cosas que incitan, ya no digo al clasismo, sino a la más abierta crueldad, campan a sus anchas ¿qué es esto, sino un terrible fracaso social?
La crueldad. Desde luego no es un tema nuevo. Por desgracia, siempre estuvo presente en la naturaleza humana desde la más tierna infancia y la adolescencia. En todas las épocas de la historia ha habido Bullying, aunque no se llamase así y, en extensión a la edad adulta, humillaciones infligidas por los prepotentes a los más débiles o sensibles o simplemente a los diferentes. De esas actitudes dan fe muchos fragmentos de cuentos y novelas de Camilo José Cela y Ana María Matute, pero estos instintos primarios se veían frenados por los principios de una educación judeocristiana, que si bien podía imprimir en el carácter estigmas como el sentimiento de culpa o la baja autoestima, enseñaba valores como la piedad o la solidaridad tan tenazmente de jamás ser olvidados. La experiencia me ha hecho comprobar que, en el fondo de cada persona que es capaz de pedir perdón, de decir gracias o hacer un favor sin pedir nada a cambio, hay un niño con una educación religiosa. Tal vez un niño, que ahora es un adulto del todo agnóstico o incluso ateo, pero enseñado a discernir entre el bien y el mal.
Hay otros modos de enseñar lo mismo desde una educación laica, pero, visto lo visto, está claro que no han funcionado. Y que no funcionarán sino van aparejados a esos altos niveles culturales que impelen a la bondad per se. Un ateo instruido puede ser Voltaire, pero un ateo analfabeto es Robespierre en el mejor de los casos; una criatura destructiva y primaria sin la menor empatía. Un monstruo.
Espero, sin embargo, que haya alguna exageración en esta noticia, porque si hay millones de personas que se han reído de la burla que se le hace un mendigo, es que hay por ahí millones de monstruos. La aporofobia (o repugnancia hacia el mendigo) no es un fenómeno sin tradición. Si volvemos la vista atrás, recordaremos casos de asesinatos o desapariciones de indigentes, que nunca llegaron a esclarecerse, pero ahí quedaron en el anonimato, sin que nadie se atreviese a asignarse tal “hazaña”.
El caso es que acabo de leer una novela sobre dicha aporofobia, que el fenómeno ya tiene nombre, y que se acusa como síntoma del siglo XXI. Luego saltó a los medios esta noticia. Da que pensar y mucho.
Tiene que haber un modo limpio y cristalino de decirle a los jóvenes que el mayor triunfo vale todo el oro del mundo, pero llega poco a poco, después de invertir mucho esfuerzo en hacer algo hermoso por el bien común. Y así poder dormir cada noche con la conciencia tranquila.
Evidentemente, el éxito pasajero no alcanzará para la gran mayoría, que en algún momento, entre mensaje y mensaje, tendrá que buscarse la vida o derivar hacia otras actitudes más inciertas, teniendo en cuenta la fragilidad de la base, cultural o educativa, que la sustenta.
Los mendigos son mal vistos y la gente protesta, o hipócritamente los compadece, cuando hay más gente delante que la pueda escuchar y hacerse cargo. Cosa que no impedirá que se les pueda apalear o pegarles fuego al pie de algún cajero, como así viene ocurriendo a menudo, de un tiempo a esta parte, en las grandes poblaciones de occidente, que irónicamente está a la vanguardia en cuanto a asistencia social…y también desbordado.
Pero tampoco nos llamemos a engaño, ¿hace cuánto que se vienen colgando vídeos en la red sobre riñas sangrientas, agresiones a menores, maltrato de animales, a los que han cortado un miembro o separado la cabeza y el salvaje de turno posando con ellos…? ¿seis, siete años? No se da abasto y no parece que sea cuestión de tiempo y menos de dinero, sino de planes educativos y de políticas, para evitar que se repitan tan a menudo, en los medios de comunicación, esas escenas de unos padres desesperados y pidiendo perdón por no haber sabido educarlos…Digo “y menos de dinero” porque, cuando apremian otras cosas (bienestar y comodidad) son capaces de sacarlo bajo las piedras, con tal que la islamista Turquía sirva de dique de contención de cientos de miles de refugiados que huyen de su guerras, a sabiendas de cómo las gastan los islamistas turcos con esa pobre gente…Por ejemplo.
Habrá que seguir afirmándose con fuerza, pese al vergonzante espectáculo de los líderes mundiales, en el futuro, igual que hace cien años proclamaba A Machado: “…Pero amo mucho más la edad que se avecina y a los poetas que han de surgir, cuando una tarea común apasione las almas…” Al menos, con todo el horror que vino después, amaba, creía en el futuro…
Pues sí, yo también creo en el futuro, en el progreso que debe ser el regreso a la paz y al paraíso. Ésta es una bonita lección argumentada…
Es como un cuento infantil, contado al amor de la lumbre, de aquellos que hoy llamamos “l’introvabili”, que te hacían soñar, que después se llevaron a la tele y que comenzaban “il était une fois…pongamos l’homme”; ¿y quién si no? Lo demás son imaginaciones en forma de balada, por más que su autor se empeñara en decir que su Imagine era, virtualmente, el Manifiesto Comunista. Veamos una muestra:
“Imagina que no hay posesiones,
me pregunto si puedes,
ninguna necesidad de codicia o hambre,
una hermandad del hombre,
imagina a toda la gente
compartiendo todo el mundo…”
Obviamente, sus ideas a favor de compartir todo el mundo no incluían su abultada fortuna. En cierta ocasión le preguntaron si realmente necesitaba tal cantidad de casas o tantos millones de dólares en los bancos y dijo, sin inmutarse: “¿Y qué quieres que haga…? ¿dar todo y caminar por las calles?”. Seguramente, en ese momento, pensaba o, mejor, se imaginaba a Jesús…