La primera cosa que se puede hacer en una de estas doradas tardes que nos regala el invierno es abrigarse bien, pues el sol por luminoso que parezca no contradice al frío precisamente y la segunda, una vez abrigados, ir al CAC (Centro de Arte Contemporáneo) a ver la exposición de Mark Ryden (“Cámara de las maravillas”). Si vas los martes y jueves podrás tener acceso a la visita guiada gratuita, pero conviene que el primer recorrido lo hagas por libre a tu libre albedrío, pues ya dice el propio autor que cada mirada completa el cuadro y lo redescubre con su particular interpretación.
Si el arte es una cuestión de mirada- la del artista hacia el mundo y la del espectador hacia la obra del artista.- La mirada de Mark Ryden, en primer lugar, es una mirada de ojos grandes, pues los ojos de sus muñecas ausentes, de sus niñas de cuento perverso, han heredado la mirada huérfana y desangelada de la pintora, Margaret Keane, cuya biografía fue relatada por Tim Burton en la película “Big Eyes”.
La artista, según se sabe ya, se casó con un plagiador, llamado Walter Keane, quien se apropió de la obra de su esposa y se hizo rico y famoso a costa de su trabajo. Un asunto algo paralelo al de la española María Lejárraga, cuyas obras literarias, salían al mercado firmadas por su marido, Gregorio Martínez Sierra. Parece que hubo para ello cuestiones de idiosincrasia. Mientras la familia de Lejárraga desaprobaba su dedicación a la escritura, los padres de Martínez Sierra estaban encantados de tener un hijo escritor. En fin, la verdadera autora, feminista militante a principios del siglo XX, dicen que no se encontraba a disgusto con esta situación, pues así no había de enfrentarse a la censura ni a ser mal vista en sociedad. Incluso cuando su marido la dejó por una actriz mucho más joven que interpretaba los papeles principales en las obras que ella le seguía escribiendo.
Pero a lo que vamos, Mark Ryden es considerado padre del surrealismo pop junto a su mujer, Marion Peck, pintora y también hermana en el espíritu de sus composiciones.
Para Ryden el surrealismo, con sus instrumentos psicoanalíticos, es una herramienta para explicarse a sí mismo desde el regreso a la infancia. En ese viaje de indagación retrospectiva se provee del ojo de Magritte, tan presente en sus cuadros. Los ojos son las ventanas del alma, dice Ryden. Y también son la ubicuidad del Dios padre omnisciente. El elemento religioso que tanto pesa en nuestras infancias como instrumento educador es fundamental en la obra de Ryden. Al Dios padre como presencia todopoderosa se le suma la del Dios hijo sufriente, a veces en apariencia humana y otras bajo la representación de ciervo o de cordero. Y muchas de sus niñas son Madonnas confusas de contundencia carnal y venusina. En los cuadros de Ryden hay un diálogo desafiante entre la sensualidad pagana y el misticismo religioso. Un mestizaje que, en su imaginero, permite sacralizar a figuras históricas como el presidente Abraham Lincoln y a la propia muñeca Barbie. Como Warhol, que convierte la lata de sopa Campbell´s en producto estético, Ryden incorpora los objetos de consumo a su trabajo creativo. Su tributo al pop le viene por herencia plástica y por convivencia con su primera profesión como diseñador comercial. Entre otros trabajos, fue el diseñador de la portada del disco “Dangerous” de Michael Jackson.
Como no podía ser menos, sobre el misticismo de Ryden, planea la sombra del pecado; la carne, que distribuye en muchos lienzos en forma de chuletas, salchichas y jamones, culminando en esa obra colosal que ha creado expresamente para esta exposición, Wood Meat Dress,( vestido de carne de madera), una imagen que le inspiró su visita a la Semana Santa de Málaga en el pasado 2016 por la que se sintió muy conmocionado.
Ryden se confiesa un gran admirador del barroco andaluz, aunque en su obra también están presentes las influencias de los maestros renacentistas y prerrafaelitas y la tradición plástica decimonónica. El artista es como una planta carnívora que todo lo absorbe y todo lo reinterpreta. No sólo en la clave católica sino también en la masónica con su simbología críptica de la naturaleza que Ryden distribuye en sus lienzos y extiende hasta a los marcos, diseñados por él, para agregar pistas a su obra, o, más bien añadirle interrogantes.
Sin embargo, ese mundo creativo de Ryden, si bien siempre misterioso, nos resulta familiar. Todos participamos de los mismos enigmas. Nos resultan cercanos esos juguetes de los que él se provee en los rastrillos y esos cuentos raros, los de siempre, que nunca terminamos de interpretar. Ni siquiera él mismo, por eso su arte no es una petición de aplauso, sino una súplica de ayuda. No tenemos que vislumbrar el misterio, sino compartirlo, asentarnos en la complicidad. Si se descifra la pintura, pierde vida, declara Mark Ryden en una entrevista.
Estoy de acuerdo con el autor. Si el arte necesita ser explicado, sencillamente, no es arte. El talento del artista consiste en su capacidad para comunicar no sólo a los especialistas, sino también a las masas. Así se explica que esta exposición haya gozado de una concurrencia espectacular, de récord histórico.
Si un artista atribuye su fracaso a la incomprensión de las masas, debería volver a planteárselo, pues si no es capaz de hacerse entender o sentir, habría que concluir que el fracaso es enteramente suyo.