Antes de pedirle deseos al 2017, deberíamos pensar en qué podemos darle. Sólo así nos quedaría un año muy hermoso
Había comprado un cuaderno para escribir los deseos que quería que me cumpliese el próximo año, 2017, pero como lo he perdido, he tenido que escribir el primero en una hoja suelta: «Encontrar el cuaderno de deseos para 2017».
Luego me he quedado pensando en esa tontería que es pedirle cosas a los años. Los años son pasotas, llegan, pasan y ya está y somos nosotros los que debemos darles algo para llenarlos de contenidos.
Si acusamos al 2016 de haber sido un año malo, deberíamos pensar si, realmente, nos hemos empeñado en que sea mejor o si, acaso, nos hemos limitado a contemplarlo como meros espectadores y no como los protagonistas de esa película que es el tiempo; nuestro tiempo. No hay más; mientras que estemos vivos, somos responsables de la historia y no sujetos pasivos. El 2017 no va a hacer nada por nosotros, pero nosotros sí podemos hacer mucho por él; todo lo necesario para que sea un año hermoso y lleno de felices acontecimientos, que, desde hoy mismo, tenemos que proyectar.
Ya no basta con sentarse a criticar las actuaciones de los demás. Hay que levantarse y actuar nosotros mismos. Si no, tendremos que conformarnos con lo que otros hagan y soportar el peso de sus errores, porque sólo cometen errores los que se atreven a actuar. Y ya nos toca actuar. No sólo con la crítica, que también, sino aportando soluciones para cada problema. Delegar siempre en otro es acatar lo que ese otro decida. Una comodidad muy incómoda, que sale carísima por otra parte.
Esta crisis nos ha enseñado muchas cosas; que nadie tiene la vida hecha hasta que no la termina y que no podemos confiar todo el futuro a un líder divino pues hasta los héroes tienen su punto vulnerable. De Aquiles, el talón, y de Sigfrido, el hombro. Siempre ha sido así; la diferencia es que antes no se cuestionaba porque no se sabía y ahora, gracias a la expansión de la información, se sabe todo de todos. A partir de ahora, ya no habrá líderes santones a los que seguir ciegamente como en un acto de fe colectiva. Y está bien que así sea, porque de este modo se harán imposibles las dictaduras propias de otros tiempos. Las malas y las peores, porque buenas nunca hubo.
Démosle gracias a este contexto en el que todos podemos opinar, no sólo los acreditados, los elegidos por los poderosos, y en el que la creatividad, sin cortapisas, fluye por las redes internáuticas. Estamos conquistando un espacio más libre, más universal, donde los privilegios se difuminan y hay que alegrarse por la llegada de estos nuevos aires de libertad y no aferrarse a la melancolía.
El arte no muere, porque ningún artista muere, sino que se hace eterno y, la música de todos los músicos fallecidos este año, seguirá viva en nuestros recuerdos y vivirá también en generaciones que aún no han nacido. Como viven para nosotros Bach y Mozart y Beethoven. Dentro de 30 años, de 100, de 200; Leonard Cohen, David Bowie, Prince, George Michael, Eagles y Status Quo seguirán despertando emociones en la gente, aunque, para entonces, la nómina de nombres memorables en la música y otras artes habrá aumentado. Si no ocurriese así, habría que sospechar. Las nuevas generaciones no tienen ni menos creatividad ni menor talento que las anteriores y, por ley de la evolución biológica, deberían ser más inteligentes. De modo que si no producen una obra valiosa, tendríamos que plantearnos si es que no les estamos dando las herramientas precisas para desarrollarse; la cultura necesaria. Se trataría de un asunto gravísimo, porque la cultura es el guardián de la memoria de cada generación y, sin cultura, no hay constancia ni memoria de la existencia. Viajamos en los siglos a través de los libros, el cine, la pintura y la música.
Si los gobiernos no favorecen el florecimiento de la cultura y continúan marginando a las artes y las humanidades, las nuevas generaciones aparecerán y desaparecerán sin dejar memoria de ello. Y, hablando de memoria, acabo de acordarme donde está mi cuaderno de deseos para el 2017. Y, como decidí al principio de este artículo, cambio el nombre de la lista; o sea, no voy a pedirle nada al 2017, sino a darle. Y, paradójicamente, le daré la memoria. En el 2017, escribiré sobre el 2017. Para que este próximo año tenga derecho al recuerdo. No sé mentir, así que lo pintaré tal como será.
No esperemos más prodigios del año nuevo que lo que podamos aportarle nosotros mismos. Este año es nuestro y lo vamos a hacer todos de enero a diciembre. Si nos ponemos a ello, podemos hacer un año bien hermoso. Que no se diga.H