Los premios, que son típicos frutos del otoño, suelen levantar grandes suspicacias. Sobre todo, si se trata del Nobel, pues sólo es una persona quien lo gana en el mundo, mientras lo pierde el resto de la humanidad; los que fueron candidatos y, más aún, los que no lo fueron y nunca lo serán. El Nobel es, por tanto, como fruto, una anticipada calabaza de Halloween de resonancias mundiales, un cate generalizado, el súmmum de los agravios comparativos que saca filo a los rencores colectivos y universales.
Nos han encasquetado la envidia como pecado nacional, pero lo cierto es que, en todas partes, cuecen habas, si se piensa que las mitologías básicas de casi todas las religiones arrancan con la leyenda de un hermano que mata a otro por ojeriza y hasta las epopeyas de Homero con sus interminables batallitas y naufragios tienen su origen en el implacable despecho de dos diosas que perdieron un concurso de belleza.
Que haya un agraciado, supone que haya otros desgraciados; es lo que tienen los premios. El otro día gané un premio de cien euros al comprar un pack de cerveza Victoria y hubo alguna gente que me miró mal en el supermercado, qué no sería si hubiese ganado el Nobel. Menos mal.
Si el Nobel de Literatura- de los demás ni se habla- siempre ha sido un asunto polémico, en estos últimos tiempos en los que quien no es escritor, está planeando serlo, ha tocado el techo de las virulencias. No es sólo que, como otras veces, el fallo de la academia sueca no se haya descrito como un “fallo”, sino que además ha cundido en las redes incendiarias como disparate por ser el beneficiario, Bob Dylan; “que encima es un intruso, un cantante que, para colmo, canta mal”. Una acusación baldía si se piensa que no es lo mismo un cantante- o sea, un intérprete- que un cantautor. Normalmente un poeta, bueno o malo, que acompaña sus poemas con música. Concepto, la verdad tan antiguo como el albor de la literatura, considerando que el género de la lírica recibe este nombre porque los primeros poetas recitaban al son de la lira.
Una que ya saca como una batallita de vez en cuando su tesis inconclusa sobre cantautores anda un poco consternada por la confusión de los términos. Lo discutible en todo caso, no sería que a un cantautor le den el Nobel por sus letras, sino si esas letras, esa poesía, tiene la calidad suficiente como para merecer un Nobel. En este caso y, después de haber estudiado la obra de Dylan y otros, creo, personalmente, que el premio se lo merecería más Leonard Cohen. Pero hay que tener en cuenta que, en las decisiones de la academia sueca, hace tiempo que sobre los valores literarios, priman otros más simbólicos o estratégicos. Premiar a Dylan es premiar a uno de los líderes espirituales de la contracultura, fenómeno que, desde los EEUU, alimentó a nivel mundial el ánimo de tantas generaciones y sus actitudes estéticas. Esto es historia, aunque a mí no me hace ninguna gracia. Me cabrea que también la rebeldía nos las hayan tenido que vender los yanquis, cuando la habíamos inventado mucho antes los europeos con los poetas malditos y que se llame Alan Ginsberg, Jack Kerouac o Bukowski; diosecillos de autores romances que han inspirado sus escritos en versos y prosas del inglés americano, en ocasiones, deficitarias y hasta mal traducidas. Creo, positivamente, que se piensa peor en inglés americano que con nuestro florido vocabulario, nuestros subjuntivos y nuestros complejos periodos subordinados.
Quien piensa en inglés americano es capaz de simpatizar con Donald Trump, hacerlo su presidente, y hasta tener un rifle en su casa.
Si yo fuese la academia sueca y quisiera premiar a un cantautor rebelde, resucitaría ahora mismo a George Brassens para darle el Nobel, pues nadie le ganaba en rebeldía ni en la calidad de las letras. Pero hay que reconocer que Bob Dylan nos tiene muy entretenidos. Haga lo que haga, tenemos conversación. Si lo acepta, se le reprochará que un antisistema renuncie a sus principios por codicia y si no lo acepta, se le echará en cara su soberbia.
Igual la academia sueca quería también hacer recortes y le concedió el Nobel para que lo rechazase. Si esto fuese como el Eurojackpot, se haría bote y Murakami el año que viene, si le toca por fin, cobraría el doble. No hay nada mejor para hacer caja que la paciencia oriental.
No digamos ya, si tratamos
– metiéndole bien la mano-
el premio Nobel de la Paz
Dylan, icono de lo beat
contracultura antitética
del rigor de la Academia
Sueca, severa e hierática;
cristiano nuevo, que lo es
judío converso, que también…
Por más que se diga y hable
se rechace o se bendiga
el premio será inapelable;
importará más el porqué
de la excelsa concesión
al que actuó, para paliar
el hambre de Bangla Desh
y otra vez, para no olvidar
el nazismo en Nuremberg…
Quizás lo más importante
ha sido, para esta vez
más que calidad, mensaje.
¿Cómo la academia sueca
no sabía
que de Dylan la poesía
era, a la cultura oficial,
el mandarla a hacer puñetas?
La contracultura, sea o no literatura,
tiene en las letras de Dylan
el portazo universal.
Él desprecia el capital
¿a qué llamarlo arrogante?
No necesita además
en sus textos calidad,
eso para los pedantes,
que se pongan a currar
con las rimas consonantes,
que él es contracultural
y no admite vasallaje
y, en siendo malafollá,
ya se ha forrado bastante,
qué le importa el dineral
ni el homenaje,
si con ser un gran malaje
ha conquistado
toda la fama mundial
(la academia que se aguante
y Murakami a esperar…
viva la calma oriental.
qué más da
aguardar cien años más
en tanto que ese rival
ni se digna a contestar,
disfrutemos del paisaje,
ya ganará cuando llegue
el diluvio universal
y pierda las elecciones Donald Trump)
El lograr la presidencia
a la dama
también le costó su paciencia.
Nada hay como la ciencia de aguardar
del enemigo ver pasar el cadáver
por tu puerta.
A ciencia cierta hablará
Rajoy como usted al final,
aplicando el refrán chino
(y no para verlo pasar)
se merendó al enemigo
Tampoco aventuraría
la victoria de la dama
americana, convendría
no andarse por las ramas;
Trump sabe sacar punta
a esa gente luterana
de la América Profunda
cuando peligra el mañana
Rusia triunfante en Alepo
Mosul, incierta campaña…
¿moverá alguien un dedo?
¿quién rasgará la guitarra
antes que venzan los buenos?
Después, a toro pasado
saldrán best sellers a porrillo…
Por un Nobel mendigando
se dejarán los nudillos
en el hall de la Academia
acrecentando su brillo
aporreando en la puerta…
En guerras y en elecciones
no triunfa el ideal
que, al final,
se imponen otras razones
del lado del capital.
Recibirá bendiciones
quien defienda esta verdad
que gobierna las naciones
y marca el eje mundial
(no ganará patán Donald,
si acaso será Dolar Trump)