Buenas noticias. Los libros han vuelto a la playa. Al caer la tarde, hora favorita de los lectores, por dulcificarse el sol sin dejar de iluminar, las toallas albergan un pequeño poblado de individuos taciturnos, con la mirada concentrada en páginas de papel. Ebook no se ve ninguno. A fin de cuentas, el cacharrito eficiente satisfizo el capricho de los esnobs, pero como todo capricho, resultó una moda fugaz. La verdad verdadera es que los lectores, tal vez por pertenecer a una raza anticuada, preferimos el papel. Por costumbre a lo vegetal y a lo flexible y también por razones sentimentales. El papel registra nuestras huellas y nuestro olor, inmortaliza de manera sensible el momento irrepetible de la lectura y, al volver a esas páginas, pasado el tiempo, nos devuelve la sensación física de reconocernos, como en una instantánea, en ese encuentro íntimo que respira a café de sobremesa en casa, a viaje en tren o a tarde de playa y dejan un testimonio de lo que fuimos. Los recuerdos tienen olor y sabor como nos enseñó Proust con su célebre magdalena y, para eso, no sirve un dispositivo inodoro e insípido que no humaniza las páginas con nuestro contacto ni personaliza los libros que se esfuman como presencias fugaces en las que no se reconoce nuestra compañía. Esa compañía que resiste al paso del tiempo como sólo lo hace el papel cuando amarillea para dejar constancia de tantos años de convivencia. Silenciosos y fieles en la misma estantería, aguardan a que un día te acuerdes de que existen y quieras consultarle aquellas frases subrayadas en las que te reconoces como fuiste y, por lo general, como nunca has dejado de ser.
Leo con emoción aquellos antiguos subrayados, que ya no hago por no querer dañar su vida vegetal. Ya no subrayo libros como no arranco flores, pero me gusta oler en ellos las tardes de playa; reconocer ese instante en que unas palabras te sacuden como cuando una ola te arrastra y te lleva a la orilla y gritas en silencio, eureka, igual que si fueses Arquímedes en su bañera.
De todas las experiencias gratas que he tenido en la vida, no he hallado ninguna más placentera que leer y viajar; que es lo mismo en sustancia. Porque leer es viajar a cualquier parte del mundo sin tener que salir de casa o de la plaza que, en la arena, ha conquistado tu toalla. Este libro que ahora leo, sin embargo, no me lleva muy lejos de donde ahora estoy sentada, pero aunque los lugares que cita son los mismos que veo, me parecen muy lejanos por esas distancias que crea la frontera del tiempo. Aquí, precisamente, en este mismo lugar, se ambienta la novela de Mercedes Formica, “Monte de Sancha”. Los escenarios son los que contemplo, pero me parecen irreales y fantásticos. Otro tipo de viaje, que sin la literatura no sería posible, es el viaje a través del tiempo.
Intento descubrir en lo que me rodea, aquella Málaga remota de los años treinta, inmediata a la Guerra Civil, que la autora narra con la intensidad de lo vivido. Recreo en el panorama aquellas antiguas y magnificas mansiones de los aristócratas de apellidos extranjeros que, despreocupados, daban tés y fiestas en sus magníficos jardines. Aquellos descendientes de prósperos comerciantes que se arruinaron a merced del clima benigno de la ciudad, que alienta al hedonismo y la laxitud, abandonándose a una exquisita y elegante decadencia y formando una élite más de forma que de fondos, que, sin intervenir en política, se vio sacudida por el resentimiento de los barrios paupérrimos como el Perchel o La Trinidad, cuyos habitantes, adocenados en piojosos corralones veían como una afrentosa provocación su modo de vida.
Los aristócratas, que formaban parte del círculo familiar y amistoso de la propia Formica, quien pasó en el Paseo de Reding, su juventud, eran de natural bonachón y tenían como único defecto vivir de espaldas a la realidad de los barrios, que, como ella describe sin ahorrar detalle, era durísima. Así lo plantea en la primera parte de la novela que es, aparentemente, objetiva, como puede serlo cualquier novela sobre la Guerra civil, pues me pregunto, a estas alturas, si la objetividad no es una utopía cuando se plantea la contienda. He leído ya muchísimas novelas sobre el tema en un signo y en otro o presumiblemente, en ninguno, y aún no encuentro que la balanza no se incline de alguna parte. Ahora sí, todas me llevan a la misma conclusión. Una Guerra como esa hay que evitarla a toda costa y, en ningún modo, propiciar que se repita semejante salvajada. Más aún cuando leo la segunda parte de la novela de Formica, de un detallismo muy tremendista cuando la revolución sanguinaria de los barrios obreros se desata sobre La Caleta, quema sus casas y, con total brutalidad, tortura y asesina a sus habitantes.
El comportamiento brutal de las masas obreras lo basa Formica en dos cuestiones. Los revolucionarios barriobajeros, por su ignorancia, son primarios y el agravio de la desigualdad los enerva salvajemente. De lo escrito, se deduce que, evitando la desigualdad y su obscena ostentación, y la ignorancia de las clases bajas, sería imposible que una situación similar se pudiese repetir. Y, sin embargo, a día de hoy, con las clases medias desaparecidas, la reforma laboral, el mayor enriquecimiento de los ricos y la precaria formación de los pobres, se dan todos los ingredientes para reincidir. La historia se repite porque el hombre es el único animal que tropieza tropecientas veces con la misma piedra. Y aún así no aprende a esquivarla.
Los libros vuelven a la playa
27
May
Así ocurría que, a veces, te sentías junto al mar sonoro, simplemente cambiando una palabra de un poema, bien que te encontraras frente a un silencioso lago. Entonces decíamos, mal que le pesase a Dante: …intra Siestri e Chiaveri s’adima una “schiuma” bella (e non una “fiumana…”) por ser la espuma la que te hacía evocar el oleaje marino, no la corriente del río…Eran tiempos de lecturas, de libro de bolsillo; leer las obras críticas con el momento presente, leer por gusto o por considerarlo una moda; una suerte de Renacimiento, cuando todo el mundo leía y era filósofo; después Barroco y decadencia…Más o menos como hoy. ¿Qué impulsaba a aquellos maestros y maestras rurales, allá por los sesenta, a preferir el pueblo perdido entre montañas a la ciudad, llevando con ell@s pocos, pero doctos libros…? Sobre todo, enseñar con ilusión al que no sabe y como obra de misericordia, evidentemente. Otro tanto hacían/hacen voluntarios, monjas o misioneros perdidos en las profundidades de las selvas, aun siendo de buena familia y pudiendo vivir sin problemas en su país de origen. Alguna vez lo leyeron en algún sitio…
Y qué decir de nuestros demonios, de la guerra larvada, tan española, que las élites maduran, fanatizando a las masas, uniformadas o no. Aquellos brigadistas internacionales suizos, tres, coincidían en un punto: nunca habían visto tanto odio entre gente de un mismo país, europeo pese a todo, matándose con tal fiereza… Al menos podemos presumir de ser los primeros en algo, corroborando la opinión de aquel canciller llamado Otto Von Bismarck, que dijo que España es la nación más fuerte del mundo, pues siempre que ha intentado autodestruirse nunca lo ha conseguido. El día que deje de intentarlo, volverá a ser la vanguardia del mundo.
Buenos días y suerte con ese libro…
Leer junto al mar,
y aprender también
al gozar,
vivir en ese placer
que nos enseña a pensar,
que es el libro pensamiento
y al oído caracola,
ese plácido sustento,
que toma asiento,
con el rumor de las olas.
Es a solas y en silencio
cuando entiendo
este mensaje,
sobrevivido en el tiempo,
que da luz y que apacigua
los instintos más violentos.
Muda sea esta revolución
de paz sobre la arena,
que ejercer la transgresión,
no tiene otra dimensión
que el intelecto,
encendido y satisfecho
en una causa serena
cuando Dante te propone
ascender al paraíso
en unos versos
y renegar del infierno,
pues sin libros,
todo es yermo
para los seres oscuros
que sin alas ni cordura,
ni ciencia literatura,
conducen míseras almas
al Averno.
Iletrada será siempre
la sociedad que naufraga
y que esclava,
traicionará sus intereses,
ya tarde para el clamor
y puesta al crujir de dientes.
No cabrá la indignación
y si la resignación, al recibir
la pensión que ha subido en dos euretes,
anda si hiiciste el zoquete!!!
El “graneo” no ha de faltar
entreteniendo al zoquete
-al ritmo de sus mofletes-
como al ave del corral
con sus alas recortadas
una vez y otra vez más
al compás de come y calla
desde tiempo inmemorial…
De tal manera se igualan
zoquete y aves gallináceas
a expensas de su libertad
y de tener buenos amigos
por no saberlos encontrar
en las páginas de un libro…