Montmartre es también un lugar de peregrinación para los fanáticos de la película “Amelie”.
En este barrio se encuentran la mayoría de los lugares donde se ambienta esta historia que es una oda a la realidad de las personas más comunes y propone la imaginación y el entusiasmo como fórmula para combatir las grisuras de la existencia, inyectándoles un torrente de energía positiva a todo color, que abre la esperanza a un final feliz.
Bajando la cuesta desde el cabaret,”Au Lapin Agile”, encontraremos la calle Saint Vincent, donde se posó ese moscón de la familia de las carifoide capaz de batir las alas 14.000 veces por minuto, que dio comienzo a la película.
A partir de ahí, nuestros propios pasos nos irán llevando a una zona bulliciosa, poblada de esos pequeños y coloridos comercios que son tan del gusto de los montmartrianos y nos devuelven a la antigua esencia del pueblo que nunca dejó de ser. Justo al lado de una floristería, se encuentra la parada de metro Lamarck-Caulaincourt, de doble escalera, donde Amelie deja al mendigo ciego, después de relatarle con detalle todo lo que ve, en un apasionante recorrido. No escasean tampoco por estas calles, las librerías de segunda mano, donde pueden encontrarse los célebres cómics, titulados “Pablo”, cuyo protagonista no es ni más ni menos que Picasso. En una de ellas, encargué un ejemplar de Le grand Duduche, que, traducido como “El gran Pepe” en España, fue uno de los mayores referentes de mi infancia. Las historietas de ese estudiante de secundaria, larguirucho, despistado y pacifista, enamorado de las dudas existenciales y de la hija del director, me dieron mucho que reír y que pensar. Por cierto, que su autor, el dibujante Cabu, fue uno de los integrantes de la revista “Charlie Hebdó” que cayó asesinado en la masacre del siete de enero. Que el humor inteligente de Cabu y sus compañeros haya sido objeto de tan cruenta e inexplicable represalia es síntoma de las cimas de barbarie y primitivismo zopenco a las que hemos llegado a estas bajuras del siglo XXI.
No he llorado nunca tanto con una revista de humor como con el último ejemplar de Charlie Hebdó. Los supervivientes, que aún ilustran sus páginas, todavía no cesan de preguntarse, ¿por qué? Y, lejos del ánimo de revancha, se suman en un estado de hondo dolor perplejo.
Leo el artículo de Philippe Lançon, en el que nos narra su mes y medio de estancia en una habitación de hospital, donde yace más postrado por las heridas del alma que del cuerpo. El policía que le acompaña en sus paseos por el jardín del centro, le pregunta si le consolaría la muerte de los hermanos Kouachi que atentaron contra su vida y la de sus colegas, y él responde que lo único que puede consolarle en estos momentos es la música de Bach y le pide a un amigo que le lleve con su violín alguna de estas piezas a su habitación. Grandeza de espíritu, que se llama.
Prosiguiendo con nuestro paseo, antes de llegar a la rue Lepic, podemos subir la calle Tholozé para contemplar el Moulin de la Galette, que inspiró el cuadro de Renoir, y encontrar, al bajar, el histórico estudio de cine 28, donde se estrenó “El perro andaluz” y, en 1930, “La edad de oro” de Buñuel que provocó la cólera de la ultraderecha, que, en armadas hordas, destrozó la sala diseñada por Jean Cocteau. Hoy restaurada, es conocida por el lugar donde Amelie miraba a los espectadores que contemplaban las películas.
En la parte alta de la rue Lepic, en el número 54, se halla la casa donde vivió el pintor Van Gogh con su hermano Théo. Más visitado que esta casa es el café “Dos molinos”, también en Lepic, donde trabajaba Amelie. Es mucho más pequeño de lo que parece en la película, pero muy acogedor y, contra lo que se pueda pensar, nada caro. Por un precio mucho menor al de otros locales, se puede cenar allí el mejor steak tartar que he tomado en París.
Bajando toda la calle, desembocaremos en el Moulin rouge, el cabaret que, siendo segundo o casi primer hogar de Toulouse Lautrec, inspiró gran parte de sus indecentes carteles. De noche, toda esta zona llamada Pigalle se llena de parpadeantes luces de neón, que anuncian sex-shop, como el “Toys Palace”, donde trabajaba Nino, el chico de Amelie. Este barrio, que ha recreado Patrick Modiano, el último Nobel de Literatura, en sus novelas, es, sin duda, el más golfo de todo París. Mirar sus escaparates donde las y los maniquíes exhiben sus desnudeces en cueros, picardías o cubiertas de cadenas, es ya pecado mortal. Y, puestos al pecado, aquí quien no se consuela es porque no quiere. Además de los famosos clubes de chicas y chicos, los locales surten de los artilugios más originales y sofisticados también para el consuelo solitario. Ya sea más por curiosidad que por lujuria, echar un vistazo a las estanterías, garantiza un buen rato de diversión. Y, desde allí, tomar el metro para seguir explorando otros barrios, otros ambientes.
Pese a todo, París sigue siendo una fiesta.
Adivinaba yo
que de ese viaje
me vendrías con las galas
del libertinaje.
Desnuda es la verdad,
Lola Clavero,
pero molesta a mi castidad
el verla tan en cueros…
Muy de capa caída, ha de andar el periodismo, cuando ha de servirse de estas imágenes para llamar la atención. Por cierto, que a mí me parece de mal gusto…
Pues a mí me gusta; pequeño, peludo y suave y con esos ojitos que me mira….
Pues yo lo veo muy mono; pequeño, peludo y suave y con qué ojitos me mira…
La cosa será reducir lo femenino a objeto. Siempre.
Las mujeres no somos un chiste, Lola…
No sé si lo entiendo o no, pero me da la impresión de que lo que se comenta aquí es la imagen y no el contenido de este artículo ¿o no?
¿Y las elecciones? ¿Te importan un higo?