Felipe VI ha sido proclamado Rey de España, el mismo día que La Opinión de Málaga celebra sus quince años en el mundo, la edad de la niña bonita. Esta fecha histórica le sienta bien a un periódico que, en 1999, nació para convertirse en testigo y notario de la accidentada historia del siglo XXI. Ya, en lo que va, una década y media, nos ha pasado de todo. Hemos tenido tres Papas, han volado las torres gemelas en Nueva York, un presidente negro ha gobernado en la Casa Blanca, un magnicidio terrorista asoló Atocha de víctimas inocentes, Aznar que estaba en los cielos, bajó a los infiernos y Zapatero presidente hizo volver las tropas de Irak. El príncipe se enamoró de una modelo noruega y luego se casó con una presentadora de telediario. La banca se desplomó y llegó la crisis y el paro y la demonización de Zapatero y los indignados del 15-M Y la mayoría absoluta de Rajoy. Y más crisis y más paro y más impuestos. Los desahucios, los despidos, el descrédito de la clase política, la corrupción campando por todos sus fueros, los desafueros de Urdangarín, Botsuana, del caso Malaya a la jueza Alaya. Todos en el banquillo.
Los bancos de alimentos, la mendicidad, la economía sumergida. Los ricos más ricos, los pobres más pobres, las clases medias desaparecidas, los funcionarios recortados. El regreso al pesimismo barroco, al suicidio romántico, los libros de autoayuda; Eduardo Punset y Pablo Coelho. Y algunas alivios, menos mal, de euforia colectiva con los ya añorados triunfos de la Roja y de Rafa Nadal. Y del Málaga C.F. cuando jugaba en Champions. Un oasis de felicidad que se esfumó con la deuda, la marcha de Pellegrini y la malograda era Schuster.
Han sido quince años intensos, que, a fuerza de momentos críticos, han hecho madurar a este periódico, a ritmo acelerado, en su compromiso con la información. El periodismo es un oficio de trinchera que exige un estado de alerta permanente, porque las noticias estallan en cualquier momento como una granada de mano y no entienden de periodos vacacionales o de fines de semana ni pactan tregua alguna. Los sucesos se dan muchas veces sin previo aviso y hay que cubrirlos, más allá de las circunstancias personales. Documentar la realidad del día a día, tan caprichosa y cambiante, supone renunciar a toda debilidad del cuerpo y el ánimo y exige, por tanto, un sacrificio del yo a favor del nosotros.
Cuando uno llega al periodismo, cree, con vanidosa ingenuidad, que va a cambiar el periodismo, pero lo cierto es que es el periodismo el que lo cambia a uno. Las noticias marcan, semana a semana, el ritmo de nuestra agenda y no conocemos más orden que el que ellas, de repente, quieran imponer. Un orden, tantas veces tan urgente que no da espacio a los ejercicios de estilo y el lucimiento personal, ni siquiera a la reflexión, si el reloj apremia con la hora de entrega. Si así me resulta a mí que colaboro en este periódico una vez a la semana, qué vertiginoso ritmo no será el que se apropie de las vidas de los reporteros y los de columna diaria. La columna diaria, ha dicho Manuel Alcántara, es una forma de esclavitud de la que aún no se ha ocupado Amnistía Internacional.
Desde luego, uno no lo piensa al principio, cuando, henchido de egolatría, ve publicada su primera columna con foto en un diario. Entonces uno se dedica a creerse importante y a incurrir en los vergonzantes vicios propios del principiante. Habla sin pudor y con complacencia de sí mismo como si uno mismo fuese un acontecimiento de interés general en torno al cual pudiese girar el mundo. No sin cierto bochorno, reconozco en mis primeros artículos un ombliguismo que, inspirado por la notoria imitación de Elvira Lindo o Maruja Torres, resulta más patético todavía.
Pero el tiempo que todo lo cura, me ha ido aliviando de esas fiebres. Uno puede pretender escribir la realidad como una novela, cual pretendían los gurús del nuevo periodismo, Tom Wolfe o Truman Capote, pero, en cualquier caso, siempre será su narrador deficiente y nunca su protagonista. En quince años de convivencia semanal con el periodismo, es lógicamente apreciable lo grande que es el mundo y lo pequeño que es uno. Ahora sudo tinta. Desayuno más diarios que café, más realidad que tostadas. Consagro la siesta a las noticias y las noches a los debates y, como dijo Aleixandre, nada de lo humano me es ajeno.
La columna es una prueba de Hércules. La columna destroza la columna. La columna encadena con la exigencia total de la pasión. Se escribe con sueño, con fiebre, con dolor de muelas, con el brazo roto y, en el lecho de muerte, como dictó Francisco Umbral su última columna sobre las uvas de septiembre.
Hoy cumplo quince años con La Opinión de Málaga. Nunca me ha durado tanto un compromiso. Ni me ha hecho tan feliz.
Feliz cumpleaños, Lola.
Quince son muchos años, da tiempo a consolidar la estructura de pensamiento de un ser humano, claro, si se inicia la cuenta desde el día cero del nacimiento. Si se inicia la cuenta con quince o más años ya cumplidos, esa estructura no la cambia ni la más alta divinidad. Tal vez la escritura y la lectura, ayuden simplemente a limar las asperezas. Gracias Lola, en algo me ayudaste desde tu amor a las letras, tal en la segunda de las dichas de los quince años esté mi clínico y personal caso, y lo digo por hablar, o encadenar o tal vez justificar el ombliguismo, que de otra, está en todo acto humano, si bien el matiz de la diferencia en su uso es la sutileza en la expresión. Aquí mismo en estas mis palabras también existe, no te quepa duda, así que en el asunto del agujero en medio de la barriga, mantén la conciencia tranquila, pues en tus actos de escritura, sinceramente, son más divertimento que “yoismo”.
Hablas de las duras batallas de columna en el periódico, y te saltas y ni cuentas los asaltos de rufianes y afectados de mala hiel que agazapados en la escondida internet te asaltan sin pudor, criticando tus letras. A veces lo hacen con un poco de guasa, sea al menos consentida, no más, sobradas tablas en ello te acompañanan. Otras, se ve que dolidos o afectador por tus contundencias políticas y utópicas, replican con borderías. Qué bien te defiendes, a veces en la aguda respuesta, otras, la más de las eficaces, el silencio. Me admiración, créeme, aprendo de ello. Gracias.
Besos a ellos, abrazos a ellas.
Con metros de zascandil
de alto cargo de Sagasta
o de ex gobernador civil
hay que decir en voz alta:
Tres lustrosos lustros son
como monedas de plata
sus quince años de amor
Quince fue vaso de vino
(los céntimos que costaba)
en Madrid pobre, libertino
y de bohemia, tanto daba
Quindenio es renta papal
mas para evitar el tope
y no herir susceptibilidad
de aquí se sale al galope
y te quedas donde estás.
Quince años es primavera
evocadora de ojos verdes
(tal que los tuvo Minerva)
de los prados, ríos y fuentes
y de esplendor en la yerba
Como haciéndome un favor
quince años – para mí – son
el cuadrante de meridiano
y la cuarta parte del reloj.
Aunque mucho peor sería
tener a la vista quince años…
… y un día.
Grande Quinti. Felicidades, Lola
Y que cumplas muchos más, eso es.
Lo mejor de mis columnas son el pie que las sustenta, como véis, mis fieles e inigualables paladines; mis inefables comentaristas. Felicidades a vosotros!!!!