Alemania es grande

15 Ago
Johann Sebastian Bach
Leipzig no tiene ni la belleza ni el encanto de otras grandes ciudades alemanas y puede ser un punto prescindible en una ruta cultural por Alemania. Para quien no sea un devoto de Bach, pero, si éste es el caso del viajero, le obliga a una visita, al menos, de un día.
En su pequeño casco histórico, no tardará en encontrar la iglesia de Santo Tomás, donde el músico fue director de coro durante veintisiete años y dejó gran parte de su talento y de su vida.
Pues mucha era la explotación a la que le sometían sus patronos, quienes lo requerían no sólo como maestro de canto, sino incluso como profesor de latín. Tareas que compaginaba con la composición continua de piezas para misas, entierros y bautizos, debido al enorme gasto que le suponía mantener a su numerosa prole que crecía cada año con un nuevo retoño de su segunda esposa, Anna Magdalena. Entre sus dos matrimonios, reunió nada menos que veinte bocas que alimentar, de lo que puede deducirse que Bach se dejara en Leipzig los restos. Precisamente se encuentran aquí, en esta iglesia, bajo una lápida junto al altar mayor, donde nunca faltan peregrinos de cualquier parte del mundo, rindiéndole un último homenaje y se diría que rezándole en silencio. El compositor alemán es un santo tanto para creyentes como ateos, pues su música actúa sobre el sufrimiento como un bálsamo divino. Si hay estudios científicos que demuestran el poder de la música como lenitivo del dolor, cualquier pieza de Bach, en particular, debe ser medicina santa para el enfermo. Tanta es la armonía y el equilibrio que se desprende de cada una de sus notas que se diría que contagian de una profunda dicha interna que, sin tales datos biográficos, asociaríamos al espíritu de un hombre calmo y de vida placentera y desahogada y nunca al individuo estresado y sobresaturado de obligaciones que era Bach, quien iniciaba sus jornadas laborales a las seis de la mañana en invierno y a las cinco en verano. De su cotidianidad real y toda su biografía al detalle, así como del sonido de cada uno de los instrumentos de su orquesta nos informa el museo de Bach, muy cerca de la mencionada iglesia, donde además es posible oír todas las obras del compositor, ver fragmentos de cada una de las películas dedicadas a su figura y servirse de una autoguía donde se explica al dedillo el contenido de cada sala en cada idioma imaginable de manera completamente gratuita. Cosa rara en un país, donde la entrada a cualquier museo no suele bajar de los diez euros y los folletos explicativos y las autoguías además del alemán, ofrecen, no siempre, la variante del inglés.
Por lo que sé hasta ahora, el pueblo alemán no es demasiado poliglota. En general, no te niegan una información si se la pides y ésta suele ser bastante amplia, pero, eso sí, en alemán riguroso. Si quieres enterarte de algo, más vale que vayas tomando algunas nociones.
Otra visita que no puedes perderte en Leipzig es la de la bodega Auerbachs Keller, donde, según la leyenda del siglo XVI, el doctor Fausto salió volando a lomos de un barril de cerveza y que sirvió de inspiración a Goethe para escribir su obra maestra, cuando se encontraba en esta ciudad estudiando leyes sin ninguna pasión por órdenes estrictas de su padre. La bodega que se encuentra en un sótano a cuya entrada se accede por Mädler Passage (frente a la plaza del mercado), alberga un restaurante pintoresco, elegante y con pinta de carísimo que, sin embargo, recomiendo por poderosas razones; la primera, poderosísima, que no es tan caro y la segunda, insoslayable, que ofrecen en su carta el mejor jabalí que se comiese nunca Obelix. Tampoco está nada mal la tarta de cerezas. Si quieres seguir este consejo, cosa que te aconsejo, procura llegar a la hora de la cena –allí, sobre las siete- porque antes no lo sirven. Hora, por otra parte, oportuna, ya que los museos cierran a las seis. Los horarios tempranos de los alemanes pueden parecer incoherentes para los españoles que somos de despertar y dormir tardíos, más aún en vacaciones, pero conviene adoptarlos si uno no quiere quedarse fuera de juego. En este país, a partir de las diez, es en muchos lugares, noche cerrada, lo que conlleva locales cerrados y calles desiertas, si bien hay excepciones, pero, eso, excepciones, en todo caso.
De esas excepciones se dan en el Äußere Neustadt de la ciudad de Dresde, entre las calles Alaunstrasse, Louisenstrasse y Görlitzer, donde la movida nocturna puede durar hasta entrada el día. Se trata de un barrio que ha recuperado la juventud, llenándolo de comercios originales y bares alternativos con música en vivo como el Katy´s Garage que, al hilo de otros bares aledaños, aprovecha garajes y descampados para poner antros de marcha donde se ofrecen conciertos de grupos experimentales y salchichas. Por hacerse una idea, se trata de una suerte de lo de Chueca en Madrid o lo de Notting Hill en Londres, pero más a lo bestia –en el mejor de los sentidos-.
Al otro lado del puente, asomada al Elba, está la vieja ciudad con su monumentalidad teatral, hecha a la medida de la gloria de Augusto el Fuerte, rey de Polonia y Sajonia. De esa y de otros lugares de la ruta, hablaremos otro día.

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