Nadie se ha quitado nunca un guante como Rita Hayworth, ni se ha puesto unos pantys como Maruja Torres. Ella podía tardar en ponérselos toda una página, la que hasta hace poco ocupaba en una revista dominical, con el mérito encomiable de tener a miles de lectores pendientes de suceso tan singular. Maruja ha contado cosas muy grandes en primera línea de fuego, pero se ha hecho grande por contar cosas pequeñas. Esas cosas que, por cercanas, todos compartimos y, en realidad, nos interesan más que las grandes gestas de la historia. Como dice Aurora de la Rosa, nuestra verdadera épica es la épica cotidiana. Ya se puede hundir el mundo ahí a lo lejos que cualquier domingo nada nos afecta más que, de repente, se averíe la lavadora y se te quede anegada de agua la cocina. En pleno domingo, podrás encontrar a unos cuantos salvadores de la humanidad, pero nunca a un fontanero. Ahora tampoco podrás encontrar a Maruja Torres que deja un espacio insustituible en el dominical, un vacío de orfandad desolada para los lectores de suplementos, tan amigos que somos todos de las rutinas, en la que iba, por supuesto, incluido el artículo de Maruja Torres. Tal vez nos podíamos perder algún sesudo artículo de fondo sobre política internacional pero nunca las últimas peripecias de Maruja. Los asuntos de estado podían esperar, mientras Maruja nos contaba cómo intentaba organizar la cacharrería de su bolso, donde, a veces, por despiste, metía el mando a distancia de la tele en vez del móvil o cómo se alcachofaba en el sofá al llegar los calores del verano o cómo paseaba a su perro por el parque o cómo hacía una mudanza. Cualquier cosa que contase Maruja despertaba el interés general, muy general pues, según creo, era la articulista más leída de España. Se podía estar o no de acuerdo con su opinión, pero no prescindir de ella, porque era necesaria como el pan de cada día o, más bien, como el imprescindible desayuno pausado y tardío del domingo, prorrogable hasta el almuerzo; un festín al olor del café y las tostadas sin prisas y la tinta fresca del papel satinado ¿qué habrá escrito hoy Maruja Torres hace dos semanas? Y ahí era el placer de leerlo en pareja o en la estricta soledad mitigada por su voz. Para muchos solitarios, más solitarios aún en domingo, el artículo de Maruja Torres era la ilusión más inmediata de compañía; una amiga que venía a acompañarles en el salón de casa con su charla ocurrente, cómplice, directa y familiar. Con sus altos y sus bajos, pero siempre inconfundible. Yo digo que el mayor logro de un escritor es tener su propio estilo y ése era su territorio conquistado a tal punto de ser acreedor de una denominación de origen dentro del periodismo. Para mí, podría ser llamado el artículo marujón, sin ánimo despectivo y por derivación de su propio nombre y quizá también por hacer material de enjundia de las realidades domésticas. Si, en el nuevo periodismo, Truman Capote y Tom Wolfe decían contar la realidad como una novela, Maruja la contaba como una anécdota. Tal como luego lo hicieron Carmen Rigalt, Carmen Rico Godoy, Elvira Lindo, Almudena Grandes, Carmen Posadas e Isabel Vicente e incluso Juan José Millás con la brecha abierta de la pionera. La sombra de Maruja Torres ha sido alargada y, al crear escuela, ha dado lugar a una larga nómina de emuladores e imitadores lo que, por desgracia, termina desembocando en un subgénero, “la marujonada”; un coladero para que un ejercito de plumillas, nada diestros, se encarguen de desmigajar las entretelas de su vida cotidiana con mayor afán de protagonismo que verdadero talento. Lo malo de los pioneros es que hacen parecer fácil lo difícil, propiciando despropósitos en los seguidores de su estela hasta estimular la creencia de que un artículo es un espacio que puede rellenar cualquiera con cualquier cosa. El artículo marujón, sin intención previa, ha hecho tanto daño al periodismo como el verso libre a la poesía. Valga el buen verso libre de quien sabe componer sonetos, pero, para nada, el de quien sin conocer las mínimas reglas, vende por escritura automática o lírica existencial, las cuatro chorradas sueltas que se le acaban de venir a la cabeza.
Digamos lo mismo en el cuento, Borges fue el maestro de los cuentos de final inesperado, pero provocó el vicio de que sus muchos seguidores, a la búsqueda de finales sorprendentes, enrevesasen la trama a pique del culebrón o la resolviesen a todo trapo con abruptas salidas de pata de banco. Si el imitador de Borges para colmo escribe microrrelatos, el efectismo raya en lo patético. Si la tercera y última frase de su microrrelato ha de ser el desenlace inesperado, la cosa que sale, ni más ni menos, es un chiste.
Hasta los maestros se cansan de sus propios lugares comunes y vuelven a tomar nuevos aires.
Maruja en estos últimos tiempos se desmelenó como en el 68; pidió el voto por EQUO y se manifestó a favor del escrache, algo arriesgado por el amplio eco que despertaban sus palabras. No quiero pensar que, al final, cayó como una víctima más de la mordaza, pero no dejo de pensarlo.
No hay domingo sin Maruja
14
Jun
Este artículo tiene pinta de obituario, como música de fondo de la Hija de Juan Simón, vaya tela.
Me alegro de que le encuentre fondo a mi artículo. De eso estamos necesitados; de fondos y de buenas formas. Saludos.
Buenos días,
Para hacer constar mi insignificante presencia, me pronuncio. Voy a ser sincero, y generoso, aunque no guste. De Maruja Torres he leído por lo menos un artículo, y quizá medio más. No más. Claro, que he leído muy poco de todo. El poco que he leído de esta mujer, solo me recuerda al guión escrito de programas estos donde interviene la princesa del pueblo. Que por cierto, y coincidiendo con Maruja y el marujeo, también este programa, ahora televisivo, tiene records de audiencia. Rectifico, cuando era corresponsal de
guerra era una buena periodista, entonces la leía más.
Saludos.
Lo malo de leer poco es que luego se juzga demasiado a la ligera. No sé cómo son esos programas de televisión. Yo, sin embargo, leo mucho y apenas veo la tele.