Gigolós

31 May

Si la belleza, como creo, es más una cuestión de autoestima que de belleza misma, se podría decir que los españoles son los más guapos del mundo. A ver, si no, quién es el guapo que se atreve a ofrecerse como gigoló y acompañante de mujeres de alto nivel económico, tal y como, dicen, se están poniendo las mujeres de exigentes y, más aún, cuando, a cambio, de una sola cita han de pagar 4.000 euros. Mucho ha de confiar el aspirante a gigoló en sus capacidades como para no intimidarse ante la muy probable posibilidad de que la clienta pida una hoja de reclamaciones y se vaya sin pagar. Y mucho confía, pues, ante todo, éste es, en definitiva, un país de valientes. Cualquier otro varón del planeta se acobardaría por miedo a no dar la talla; el español no, el español saca pecho y dice; cuidado, que voy. La virilidad del hombre patrio está avalada por la más rancia tradición literaria, habida cuenta de que el mito de Don Juan es de claro cuño español, personaje que, por pintoresco, llamó la atención en otros países- donde, por el clima más frío, la sangre es menos caliente- hasta merecer versiones en francés e inglés, de Moliere y de Lord Byron. Aquí el primero que la escribió fue un fraile mercedario, cuyo celibato no le impedía conocer las entretelas de los asuntos mundanos. La fogosidad viril, por estos lares, no ha perdonado ni a las sotanas, que es ya materia de fabulación realista en las correrías eróticas del Arcipreste de Hita con sus fornidas serranas de velludos sobacos y en El Lazarillo, donde sale otro Arcipreste con barragana. Tampoco ha perdonado los claustros, si atendemos a la segunda versión española de Don Juan, firmada muy oportunamente por un escritor llamado “Zorrilla”.
Sin lugar a dudas, la hombría desaforada es característica congénita de la marca España. Como diría aquel; “hasta el rabo todo es toro”. Lo dice aquel y también una filmografía que, con el nombre de landismo, vino a perpetrar la leyenda del macho ibérico, basada, no obstante, en las realidades más cercanas de la época, como he leído en muchos reportajes a tenor de la reciente muerte del actor, Alfredo Landa, quien ha dejado para la memoria aquellas imágenes en las que lucía junto al escuálido José Sacristán una montera de torero y un torso desnudo, pequeño, peludo y suave con el que se disponía a arrebatar de pasión a unas suecas. De aquellas películas de Landa se ha dicho que aumentaban la autoestima del español medio, quien, al verse reflejado en el físico del actor, fantaseaba con sus ilimitadas dotes de seducción. Quizás demasiado, pues la fantasía y la autoestima, como todo, están bien hasta cierto límite, pero extralimitadas acaban cegando. Éste ha sido el caso de las víctimas de una estafa tramada por tres malagueños, que ofrecían trabajo como acompañantes y gigolós de mujeres potentadas a cambio de una fianza de entre 5.000 y 7.000 euros, que les sería devuelta a los galanes después de consumar sus servicios, con la cual sólo trataban de asegurarse de que el seductor acudiese a la cita. Que acudía, cómo no, pero, al llegar, no encontraban ni rastro de la opulenta señora ni, por supuesto, del dinero invertido. La estafa, sin embargo, podía olerse de lejos de no ser explicable sino porque a los estafados les cegó la vanidad, tal vez alentados por el ejemplo de ciertos referentes. Es comprensible que cualquier criaturo humano se considere capaz de igualar los encantos amatorios de, por ejemplo, un Julián Muñoz, quien, después de arramblar con las arcas públicas de Marbella, vende sus secretos de alcoba con la Pantoja, “la primera noche de pasión y los escarceos eróticos en el camerino”, según anuncia en titulares, una revista que encuentro en la sala de espera del odontólogo y que hallo muy apropiada como lectura de cabecera de los gigolós. Serán prejuicios –los gigolós me perdonen- pero no me los imagino, leyendo libros muy sesudos, aunque tal vez me equivoque y lean a Zorrilla y, como yo, se han encontrado por casualidad esta revista en la sala de espera del odontólogo. Normal es, en todo caso, que les haya afectado el contenido. Si Julián Muñoz, con su esperpéntica figura, sus pantalones subidos hasta el sobaco y su sonrisa de comadreja, puede servir de gigoló, la verdad es que podría servir cualquiera.
Lo peor en este país es que malos ejemplos hay muchos y cunden más que los buenos. Si la corrupción en política es generalizada, es porque, al entrar un nuevo político en filas ha dicho, si tantos políticos roban ¿Por qué no voy a robar yo también? Mientras el vecino decía, si mi vecino cobra y paga en negro, si defrauda a hacienda, si va con miles de trapicheos ¿A qué yo ser yo el tonto que no lo haga?
Mientras muchos de los que ahora se quejan, cobraban el paro al tiempo que trabajaban y cosas así, les daba igual que los políticos robasen. Como al Lazarillo que el ciego cogiese tres uvas, si él cogía dos. De alguien han aprendido los gigolós que no hay como ganarse la vida por la cara. Pobres.

8 respuestas a «Gigolós»

  1. POR MOMENTOS PENS’E QUE ERA EL MES DE DIFUNTOS PERO LUEGO ME ACLARO Y RECUERDO QUE ES DE DIFUNTAS.
    HAY QUE HACER IRON’IA NONOS QUEDA OTRA.+IRONIA O JUSTICIA.MEJOR IRONIA Y JUSTICIA

  2. Me puedes aclarar el comentario. No entiendo eso de las difuntas, ¿La Habana para un infante difunto? ¿O pavana?
    El cansancio del viernes me confunde ¿debo suponer que no he hecho ironía ni justicia o que sí? dígamelo.

  3. Buenas tardes,

    ….cuánto nos hubiese gustado ver la cara de los estafados. Asesor de Santamaría en los asuntos económicos, había que nombrar a quién se le ocurrió la estafa, porque mira que hiló fino. A ver que me cuenten de alguien que se puso triste cuando supo de esta estafa. Ay la cara del estafado. Con lo bien que debía tener la autoestima, menudo jarro de agua fría. Y a ver cómo le pasas el objeto/causa/marrón de la estafa a otro memo. Si fuese un coche que te lo vendieron por bueno y salió rana, te andas listo y se lo colocas a otro. Pero, en ésta, a ver a quién le pasas el negocio, cuando la estafa es tan perfecta que el incauto ha caído hasta sin objeto. A ver cómo le “pasas” a otro tu inicial negocio de derechos de roce y crédito por tal roce con una desconocida. Ya digo, finísimo el estafador. Y a dónde denuncio que me han levantado 7.000 euros debido a mi vanagloria. Nunca oí noticia, ni negocio, ni vacile, ni gato por liebre tan bien colocado al esnobista, menuda lección de humildad. Los del timo de la estampita, aprendices de estos conocedores de ego en su máxima potencia.

    Saludos a todas/os

  4. Dices bien, figúrate que la estafa lleva en marcha desde 2009 con los mismos estafadores y similares, pero hasta ahora los estafados no se atrevían a denunciarla por la vergüenza que habían pasado.
    Dada la cantidad de hombres que han picado, habría que pensar que este país no es tan machista, ya que hay mucho varón dispuesto a ser un mantenido de las mujeres. El lenguaje además que ayuda, pues gigoló suena bien, nada que ver con su equivalente femenino que sería p….que, por contra, tienen la autoestima muy baja y, en muchas ocasiones, no lo eligen voluntariamente, si bien también son víctimas de estafas. Me refiero a las inmigrantes que pagan a mafias para obtener un trabajo digno en este país y caen secuestradas en un club de carretera. Éstas sí que me dan lástima…

  5. Tal vez les hubiera ido mejor a los presuntos gigolós si se hubieran conformado con realizar las tareas propias del palanganero, no tan bien remuneradas, es cierto, pero se habrían ahorrado la vergüenza de haber sido timados a costa de su buena reputación e imagen. Aquellos que alguna vez picaron en el timo del toco-mocho, cuando acudían a presentar denuncia, tuvieron que soportar las chanzas en la inspección de guardia, pues lo primero que les soltaban era que su intención, en principio, había sido la de engañar a un pobre desgraciado (el tonto) y por ello habían salido escaldados. O sea, que salían de allí rapidito y sin denunciar. Aclarar que la palabra palanganero puede dar lugar a equívocos. En el argot de barrio sórdido malagueño, es la persona que tienen las prostitutas para que les haga los «mandaos», como ir por tabaco, bebida, la prensa…el chico de los recados, vaya.
    Por otro lado, el autor del Lazarillo bien que se mantuvo en el anonimato, que contar/cantar las verdades en este país de pícaros es jugársela (te la juegas, Lola) porque toca las conciencias de los aparentemente sin tacha. Cualquier cosa serían capaces de hacer, menos intentar ganarse la vida honradamente; son los «claqueurs» que, en conciencia, aplauden al ladrón, sea del tipo Dioni o de rango superior. Y abundan, ya lo creo.
    Saludos, Lola, Quinti et alia

  6. Para mí que el autor del Lazarillo fue Alfonso de Valdés, secretario de cartas latinas de Carlos V, aunque últimamente suena la posibilidad del granadino Diego Hurtado de Mendoza,podría ser por la gracia malafollá que desprende la novela. La malafollá es un humor ácido y negro que yo, personalmente, admiro.
    En cualquier caso, el autor, consciente del valor de su escrito, compuso un prólogo saludando a la fama inmortal, si bien luego debió escoger entre la fama y su cabeza, por lo que se resignó al anonimato.
    Decir la verdad, trae problemas, incluso ahora que se supone que estamos en democracia, pero si un escritor no dice la verdad, qué le queda. El caso de Maruja Torres me inquieta y me atormenta y, sin embargo, nunca ha sido mayor mi admiración hacia la articulista.
    En fin y al fin…
    Gracias, Winspector, una vez más por tus impagables comentarios. Eres grande.

  7. Con algo de retraso diré que es lo que tiene cuando vas contra lo establecido, el pensamiento único. El escritor o escritora, propensos a una cierta rebeldía, caso de Maruja Torres, se vuelven incómodos para el sistema. Le ocurrió a Peter Handke, a cuyo degüello se lanzó también, como un poseso, el diario El País, durante el conflicto yugoslavo, que no soportaba las críticas a la OTAN por parte de este escritor y mucho menos que le concediesen premios en Francia o Alemania al «amigo de Milosevic», como llegan a considerarlo conocidos periodistas del referido diario. Con gran tino lo defendería, en un espléndido artículo escrito en la Revista de Occidente, la traductora y crítica literaria, Cecilia Dreymüller, concluyendo que, si por denunciar la guerra mediática habida durante ese conflicto, el escritor, cualquier escritor, podía devenir en testigo sospechoso, la libertad quedaba sin margen de maniobra. Va a resultar que sí.
    Saludos

  8. Muy bien hallado paralelismo. Los periódicos deberían fomentar la libertad de expresión que es un modo de formar opinión y no dar las opiniones ya formadas, de-formadas que es alinear en pensamientos paralelos (para-lelos, dígase.)
    De esta guisa, no nos queda otra que leer todos los diarios, los de los unos y los de los otros, sobre todo entre líneas, y luego de digerirlos, montarse la opinión por cuenta propia. Menudo trabajito, mon dieu!!!

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