Si tienes unos días libres y no sabes dónde ir, tírate a Cádiz. Está cerca y siempre encontrarás allí algo que te guste. Por el momento, el paisaje que se anima de un verde intenso, pasado Campillos cuando el cartel indica la entrada a la provincia gaditana por la llamada ruta de los pueblos blancos, cuya blancura queda aún más resaltada por estar enmarcados entre pastizales de aire bucólico que bordea, ya más sinuosa la carretera, desde donde se alza la vista a Olvera, que saluda majestuosa, encaramada a su colina que vigila un soberbio castillo y bendice la iglesia construida sobre el solar de una mezquita. Los castillos, las iglesias y los conventos son una constante de estos pueblos, donde parecen por fin dormir en paz muchos siglos de historia virulenta, de batallas y conquistas, cuyo fragor es difícil imaginar en esta atmósfera hoy pausada que, al caer la tarde, se acompasa únicamente por el lejano tañer de una campana, cuando los pastores recogen sus rebaños y el dios Pan guarda en su zurrón el caramillo para entregarse al sueño bajo los olivares. Mas allá en Algodonales chillan los pájaros en bandada, confundidos por otras aves humanas que surcan los cielos, cumpliendo el sueño de Leonardo Da Vinci. Son los aficionados al parapente que tienen en esta gruta de Eolo, su particular paraíso. Familiarizarse con Cádiz es también depender del humor de sus vientos, que mueven las aspas gigantescas de los molinos, que forman parte de la peculiaridad del horizonte, donde buscamos Arcos de la Frontera, como lugar idóneo para pasar la noche, dejando atrás el embalse de Bornos, que se diría un lago, donde se mira la cara una magnífica luna llena. Una coyuntura ideal para visitar el casco histórico del pueblo más monumental de este entorno, después de tomar parada y fonda en un pintoresco edificio del siglo XIX, con su patio andaluz, amenizado de macetas, sus azulejos, sus habitaciones de techos altos con vigas de madera y un rancio pasillo que cruje al paso, amueblado con estanterías de libros selectos que pueden leerse en un acogedor saloncito al fondo de la galería. Dan ganas de quedarse allí, hasta a vivir, por el precio irrisorio y la amabilidad del conserje, pero todavía queda ruta por vivir y la noche de Arcos, inexcusable. Trepando por la calle empedrada hacia arriba; por los palacetes con escudos de armas, los imponentes conventos y las gárgolas que te sacan la lengua desde las iglesias, te crees por un momento, que estés en Cuenca. Por un solo momento, porque luego te encuentras al paso la procesión que, después del Carnaval, entierra a la sardina y los bares de estilo jerezano, decorados con ambiente taurino, donde es de rigor tomarse uno de esos vinitos de Arcos, con mucho cuerpo y no menos arte. Lo normal en estos casos es “enrearte”, harás amigos y te darán las tantas, no obstante, aconsejo dejar la juerga para luego y terminar la visita al pueblo hasta alcanzar su cima; desde allí la vista es impresionante y se pueden apreciar las azoteas; esos techos de las casas, planos, que los privilegiados arqueños utilizan como miradores y terrazas; lugares perfectos para instalar un velador, perder la vista en el horizonte y hacerse filósofo.
Pero eso no será sin antes darse una vuelta por la sierra de Grazalema, después del desayuno en Arcos con su buena rebanada del pastor impregnada de sustancioso aceite de “Espera” y una visita al próximo pueblo de Bornos, donde recrea un paseo por ese delicioso jardín renacentista, que te traslada al recuerdo de la propia Villa Borghese. Luego ir hasta la placita junto al convento, habilitado hoy como instituto, y descubrir la taberna más vieja del lugar donde ofrecen caracoles. Todo allí es tan antiguo que empiezas a sospechar de la frescura de los caracoles y de la actualidad de un cartel donde anuncian un concierto titulado “Contra la Represión” con la colaboración estelar de Luis Eduardo Aute y Luis Pastor en Marinaleda, el pueblo de Sánchez Gordillo (¿habremos vuelto a los setenta?) La duda puede esperar, pero no la ruta. Todavía queda que ir a “El Bosque”, una aldea donde queda su mijita de Carnaval. Las mijitas de Carnaval no se acaban en Cádiz ni entrada la Cuaresma. “La gente, que no se jarta, de cachondeo”, comentan los lugareños, hábiles para la chirigota y la manipulación de los lácteos. Y ahora, hablemos de queso. Yo no sé que dirá Carlos Herrera al respecto, pero, diga lo que diga, aseguró por mi honor que ni en la Mancha, hay un queso tan sabroso como “El Bosqueño”, si no es el de cabra de Grazalema, en esa variedad llamada Payoyo. Por esas y otras muchas razones, hay que visitar Grazalema, sin duda, uno de los pueblos más bonitos que haya visto en mi vida. Blanco por dentro y verde por fuera, “bello por naturaleza”, como bien anuncia su cartel de bienvenida. Y original; nunca había visto en la puerta de una iglesia, una máquina de tabaco que dispensase medallitas de santos y beatos del lugar, en lugar de cigarrillos.
La ventana de la habitación del hotel es un mirador espectacular a la sierra, diáfana y mágica por la luz de la luna llena que persiste. Hay momentos en la vida en que hay que afrontar la realidad y tomar una firme decisión. Éste no es uno de ellos.
Tírate a Cádiz
1
Mar
¿Y adentrándose en Cádiz
en pasando por Olvera
te manda un saludo grácil
el castillito de Arenas…?
Que lo sepa don Javier
y que sea agradecido
por las flores que le tiran
(sin importar procedencia)
al porte de su castillo;
es cuestión de conciencia…
y en el infierno, amigos.
Que ya es suerte viajar
por la sierra gaditana
sin tenerse que parar
a causa de la nevada,
recrearse y contemplar
los amenos paisajes,
disfrutar del carnaval
y no pagar alto peaje…
No lo dudaría Petrarca
(de volver por estos lares)
acabar en Cádiz “África”
y el Buccolicum Carmen
sin la influencia de Laura…
Sana envidia, ya se sabe.
Saludos
Pues no es caro este viaje
ni hay que pagar a Caronte
el peaje,
ponte rumbo al horizonte
y disfruta del paisaje.
Que en la tierra gaditana
te encontrarás en el cielo
te aseguro,
sólo hacen falta las ganas
y gastar muy pocos duros.
Pisa el acelerador
y olvidando envidia sana,
plántate en esta tierra tan cercana, Winspector,
dale caña a tu motor,
que en menos de una jornada
tienes a Cádiz entera, entregada
y tú serás su señor…
Porque nunca estuve en Cádiz
una noche tuve un sueño:
Carnavales.
Me disfracé de pirata que cantaba
y don Fernando Quiñones,
desde el fondo,
vaya si disparataba.
Las calles hechas teatro;
su platea, infitas azoteas,
y detrás del escenario,
borrachos y tabernarios.
¿Quién pensara ponerle
a tanta alegría
cañones de artillería?
¿Quién no hubiera viajado
por sus callejas
vestido de antigüedad
si importarle la edad?
Pónle data a la ruina
si te atreves…
Un gato con cascabes
va y se mete por la sangre.
Las murgas de Emilio El moro,
San Fernando, un almirante,
la Pepa del año doce,
nuevas casas en la costa,
Casas Viejas en la Historia,
las olas, los malecones,
los que quitan, los que pones.
Los señoritos con jacas
y los peones muleros,
una astilla, un astilleros,
y una jura de bandera
en el álbum familiar
vestido de marinero.
Lo que yo te diga, Anselmo
me dejas anonadada
tal se digan de estos versos
sean por el arte compuestos
del poeta gaditano
que nunca estuvo en Granada
(una auténtica pasada)
Granada nadie la ha visto,
es una ilusión del mapa.
A Anselmo, tampoco visto,
no se le conocece laya
de poeta ni prosista,
si acaso, malabarista de nada.
Y por nada, no se quede anonadada.
Por seguir alguna treta
te niegas como poeta,
que no te llames Anselmo,
lo comprendo
por negar tu identidad,
mas no niegues la ciudad,
que es una barbaridad,
ocultarla de los mapas
con tamaña antigüedad,
que los siglos la saludan
y no hay ninguna duda
de que su imagen no es trampa
y desdichados los ojos
que, sin mirar, no la ven,
dale limosna mujer,
que no hay en la vida nada
como la pena de ser ciego en Granada.
Ahora por segunda vez
me dejas anonadada.