Muchos se interesan por el libro que ahora va conmigo. Por el llamativo color rojo de su cubierta y por su título no menos llamativo, “Que viene el lobo”, que les hace suponer a algunos que se trate de un cuento para niños. Nada que ver, sin embargo, con estas diez comedias de un acto que firma Enrique Martín Pardo, de no ser el trasfondo inquietante que comparten con los tradicionales relatos con el que innumerables generaciones de niños hemos abierto tantas noches el umbral de nuestros sueños y también de nuestras pesadillas con el temor aún palpitante bajo los párpados cerrados a ese inventario de criaturas crueles que poblaban los célebres compilados de los hermanos Grimm; todos ellos iconos de la maldad que constantemente nos andaba al acecho, fuese en forma de bestia hambrienta, vigilante entre el follaje de nuestro edén infantil como el lobo de Caperucita, de bruja caníbal como la que engorda en una jaula a Hansel y Gretel para a su vez devorarlos o de malvadísimas madrastras como las que hubieron de padecer la Cenicienta y Blancanieves. La recurrencia de los hermanos Grimm al presentar la perversidad en figuras femeninas, le ha valido cierta reputación de misóginos, bien cimentada en su propia leyenda personal. De estos dos escritores, en realidad algo siniestros y acérrimos germanófilos en una vertiente que profetizaba el sentimiento hitleriano, se cuenta que tomaron por frío acuerdo una esposa, en teoría, para uno de los dos, pero que, en la práctica, compartían, llegando a parir hijos de ambos, indistintamente y a la que hacían cargar con todas las tareas del hogar, mientras ellos se dedicaban al obsesivo estudio de la lengua y el folclore alemán a objeto de justificar la superioridad cultural de su país como pueblo elegido que reverenciasen el resto de las naciones. O sea, dedicados a hacer con las letras, lo que luego la Merkel haría con los números. Por este afán de recopilar la tradición oral germana, acogían en su casa a una anciana, de cuya memoria rescataron esos cuentos espeluznantes que, de pequeños, nos educaron en el miedo. No eran cuentos para niños ni los hermanos Grimm los pretendieron como tales, pero, por accidente, arraigaron en el público infantil y allí fueron a quedarse para siempre. Así los hemos vivido y soñado como esa historia de terror que presentó Berger en el pertinente blanco y negro de su “Blancanieves”. Los Goya le van de maravilla a esta película tan goyesca, que representa en movimiento la pintura más negra del aragonés. En muchas de sus secuencias, se diría que viésemos representadas en todo su esperpento y deformidad, las series grotescas de los Disparates y Caprichos del último Goya, por cierto, pintados del natural. A poco que se intente representar la realidad, nos aparecerá reflejado su rostro monstruoso en el espejo cóncavo. Por eso, las comedias de Enrique Martín Pardo, realistas hasta lo más descarnado, producen un poco de terror, aunque sea el humor la clave que da pie a sus diálogos y monólogos, lo cual no es en nada incompatible. Toda historia macabra está cargada de humor negro, lo que a veces puede resumirse en una viñeta de El Roto. La condición humana produce humor y terror a manos ellas y reflexionar sobre ella, como hace Martín Pardo, es asomarse a abismos. Los abismos generacionales por los que el hijo es un lobo para el padre (“Que viene el lobo”) y los padres un estorbo que despejar en el camino de los hijos (“La bufanda”, “Madrecita del alma querida”.)
La comunicación se hace imposible entre los ancianos (anclados en el recuerdo de su juventud penosa y, no obstante, idealizada) y los jóvenes limitados a la sola supervivencia en su mundo inmediato y despectivos ante la tradición y la experiencia. La juventud es insolente para el viejo y la ancianidad insultante para el joven; nadie se comprende (“Consulta médica”.) Cada cual vive en ese túnel que era metáfora de la existencia humana para Sabato al que no llega la luz ni la voz de los demás. En las parejas también surgen abismos insalvables que favorece la incomunicación (“Háblame”, “Un sábado más”), por los roles de poder de los que sigue beneficiándose esa especie en extinción, por fortuna, que es el genuino macho de Atapuerca y al que sólo las viudas, después de sufrirlo, se dan el placer de hacerle cortes de manga (“No somos nadie”.) , pero que las jóvenes queridas rechazadas, ya más en el mundo, se atreven a presentar venganza, abriendo su caja de Pandora. El ejecutivo casanova es puesto al cabo de la calle por los documentos vergonzantes que la secretaría hace salir a la luz, antes de que él la obligue a salir de su vida (“En la terraza del club”). La vida es un cruce de caminos donde los débiles a veces cobran su ocasión de venganza, como aquel estudiante apocado y humillado por su prepotente y chulesco compañero al que una temeraria conducción de tráfico lo vuelve vulnerable por una rígida pierna ortopédica (“La venganza”), pero no siempre es así, los ricos y suficientes siguen humillando a los de a pie y sacando tajada igual de la prosperidad que de la crisis (“Burbuja inmobiliaria”.) Para muestra, un botón; los entresijos los descubriréis en ese libro de 228 páginas de Martín Pardo donde no falta un detalle. Y si viene el lobo, que venga. Ya lo vamos conociendo.
Que viene el lobo
22
Feb
Yo también estoy leyendo ese libro estos días, y suscribo el análisis de Lola, sagaz y competo: su lectura un disfrute literario, pero también una experiencia amarga como espejo de la vida que es.
No termina de decirlo el autor y ¡zas! ya está aquí el lobo en toda su extensión. Y mira que desde hace algún tiempo ya se adivinaban sus pardas orejas, al acecho tras la mata. Si este libro de Enrique Martín Pardo sale a la luz seis años atrás, de friki, aburrido y aguafiestas no lo bajan las víctimas de entonces. Venir al paraíso con esas…Digo esto y me lanzo a la aventura porque, posiblemente, ninguna habría leído el libro. Mas ahora las víctimas siguen siendo las mismas, pero ya con más conocimiento de causa, en términos generales, claro. Recuerdo que a veces me solía asomar , sin quererlo, a uno de esos abismos que citas, tan resignadamente asumidos por las interfectas: “Ay, hija, ya ves, vieja y con las piernas corvas, donde te pongas, estorbas…” relataba de sus males en familia aquella vecina. Como quien dice, el otro día.
Sea bienvenida la nueva obra de Enrique Martín Pardo – con el que, no se olvide, alguien me quiso confundir en este blog, mamma! – y donde, por los detalles que da Lola, se puede entrever un descarnado choque de generaciones y de relaciones personales y laborales, que ya estaba ahí, pero reflotado hasta la superficie por la crisis. Menudo Titanic. A saber lo que podría surgir de un choque de civilizaciones. Enhorabuena a EMP.
Un saludo para tod@s. Buenas noches.
EL TIEMPO LOBO
Sin duda existen veces en que un lobo amenaza
con irse de visita inesperada.
Suele ser por la noche, en torno de las doce,
como si convocara el Antiángelus.
Aunque le tienes miedo, sacas pecho
para que por sus fauces se queden en molienda
tráquea, bronquios y pulmones.
También los alvéolos diminutos
quedaran en sus dientes para después en la maleza
limpiarlos sin descanso (asepsia de asesino)
y que tu hemoglobina se pierda y su función.
Si lo sientes en tu puerta arañar, te inventas
el inútil consuelo de creer que es el viento,
pero él está ahí, esperándote, hambriento y aullador.
Te acercas a la puerta y te huele y se calla,
y es cuando una madera separa el bien del mal.
Aparece el recuerdo de tu madre, como si te llamara
la voz del nacimiento y el final.
Decidido, le abres la puerta al lobo
y dejas que se ensañe con tu pobre esqueleto
de mortal, harto de que los años anduvieran
buscándote las vueltas y la vejez.
Pero no hay final malo y silencioso,
algunas enseñanzas entreveran las líneas de metal.
No te preocupes, no hace falta,
ensáyate la muerte tantas veces
como el miedo demande,
y que los lobos, de puro inevitables,
se mueran de vergüenza, sorprendidos,
de que habías calculado la crisis precordial
y sus infartos.
Como puedo comprobar, vosotros también le habéis visto las orejas al lobo. ¿El lobo es el tiempo? Cierto, Anselmo, no en vano en el pensamiento y en el verso, te mueve la sabiduría de un Quintiliano.
Es una pena que Enrique Martín Pardo le tema a las aguas procelosas de internet. Le hubiese gustado leer estas palabras.
Las palabras que gustan son migajas
de un corazón herido en un papiro.
De lo otro silenciado, la verdadera herida,
ni dan cuenta las horas ni el lobo ni lo días.
Si acaso algún despite, un cruce de caminos.
La terrible certeza de la melancolía.
Quién añora del camino, lo pasado
valga la herida, que es la vida,
si al final de la ruta recorrida
logras algo del sueño que has soñado.
Hello,
Mi es of Rusia.
Mi estudia spanish and english in España. Very good this place. Literature very beautiful. Felicitationes.
Alegrémonos, oh hermanos
aun si la vida y la paz
previenen secretos de arcano
el destino y lo fatal
yo prefiero lo cercano
y sin prisa, contemplar
con qué parsimonia
trabaja aquel anciano
cantando victoria
azada en mano.
Por si les sirve de ayuda
quien dijo azada dice pluma.
Saludos.
Dices bien, que es desatino
el de sentarse a esperar
las crueldades del destino
para luego lamentar.
Andar es hacer camino
y lo hacemos al obrar,
sea con pluma o con azada,
sembrar para cosechar,
pues no es vida la de quien
no hace en su vida nada
(y además es gran chorrada)
Hagamos lo que sabemos
y sepamos lo que hacemos,
que no hay peor descabello;
quejarse sin hacer nada.