Una buena noticia

14 Dic

Éste será el último artículo que publique, si el próximo viernes, 21 de diciembre, es el día del fin del mundo, como profetizaron los mayas. Según tales pronósticos, a nuestro futuro le quedan seis telediarios, lo cual no deja de ser una noticia estupenda, dado el suplicio en que los telediarios se han convertido y lo mal que pinta el futuro con un año, a la vuelta de la esquina, que, para colmo, acaba en 13. Si tuvimos algo de confianza en aquel 2012 con la gracia de lo semi-capicúo, y resultó ser la catástrofe que todos conocemos, qué será de ese año ya marcado por la cifra del mal agüero, que no sólo perfilan funesto los prejuicios subjetivos de la superstición, sino también los criterios objetivos de los economistas, empeñados en decirnos la verdad con cifras de primera mano, por si alguna criatura humana concebía aún cierta ilusión sobre el porvenir más allá del eterno llanto y crujir de dientes o el letrero que acogía a los pecadores a la entrada del infierno de Dante: “Abandonad toda esperanza”.
Para seguir con este rosario de agonías, mejor que vayan sonando las trompetas del Apocalipsis y, dentro de una semana, todos calvos. Sin mañana ya del que preocuparse ni más plazos de hipoteca que pagar; un alivio al fin, el fin. Por fin, se hará justicia divina y dejarán de pagar justos por pecadores. Llegará el día del juicio final, que ya era hora, y el tribunal celestial, de equidad insobornable, condenará sin dilación a toda esta epidemia de estafadores y malandrines a las calderas de Pedro Botero. Y los últimos seremos los primeros en el reino de los cielos. Nos vamos a quedar en la gloria.
Si bien al fin del mundo, nadie llegará vivo, alcanzaremos ese tipo de perfecta democracia que sólo trae la muerte igualadora; “allegados son iguales los que viven por sus manos y los ricos”, que dijo Jorge Manrique.
Vivir es caminar breve jornada, por el momento, nos quedan sólo seis, si es que se sale con la suya el calendario maya y nos dan, en masa, el finiquito de este mundo cruel. Sin discriminación de sexo, raza o edad; “democracia real ya”, que se llama.
A mí, que estoy aprendiendo a buscar el lado positivo del infortunio, gracias al tropel de reportajes de autoayuda de los que nos atiborran las revistas dominicales, esta fecha me parece de perlas para un Apocalipsis. Si nos vamos a tomar por el saco un 21 de diciembre, nos vamos a ahorrar el disgusto de que, como es habitual, no nos toque la lotería al día siguiente, lo cual, aunque se trate ya de una rutina en nuestras vidas, ahora nos sentaría mucho peor, pues, dadas nuestras precarias circunstancias, le habíamos puesto la poca fe que nos quedaba.
De hecho, a falta de otra cosa en el monedero, habíamos metido en él la medalla de San Pancracio que nos regaló este periódico con un poco de perejil y las pocas veces que lo abrimos nos viene como un olor a filete aliñado.
También, cómo no, nos ahorraremos los gastos propios de la Navidad que, sin la paga extraordinaria, entre comidas y regalos por sobrios que quieran hacerse, van a reventar el saldo de nuestro salario ordinario que, con los recortes, también se ha quedado de un sobrio franciscano.
Pero, sobre todo, lo que más agradezco es que el fin del mundo me libere de ver el especial de Nochebuena con su pertinente concierto de Raphael y el de Nochevieja, a lo peor, amenizado por José Mota. No lo quiera Dios. La televisión es una actividad colectiva de la que es casi imposible zafarse en esas fechas.
Los mayas, no obstante, dicen que esta vez sí, pues, a partir del día 21, no habrá más fechas que valgan. Al mundo le quedan seis telediarios, menos mal. Los telediarios son armas de destrucción masiva. Cada vez que emiten un telediario, oyes una voz bramar desde el ojo patio, que sentencia: ¡Es para pegarse un tiro! Y, a lo peor, se lo pega, porque la siguiente voz que oyes, aunque grita igual, ya no es la misma.
Optimista, como me ha enseñado a ser Eduardo Punset, la noticia del Apocalipsis me parece muy esperanzadora. Si no nos morimos todos del tirón, los telediarios nos irán matando “de poco a poco”, que es una muerte mucho más lenta y dolorosa. Sobre todo, si Berlusconi se incorpora de nuevo a la política.

11 respuestas a «Una buena noticia»

  1. Pues sí que es una buena noticia. Los mayas no sabían nada del fin del mundo y terminaron su calendario porque nadie en su sano juicio está dispuesto a labrar piedras indefinidamente; y fue una película la que nos quiso meter el miedo en el cuerpo para hacer taquilla.
    ¡Cómo han cambiado los tiempos! Antes uno estudiaba y cuando tenía suficiente información se atrevía con la película. Ahora, un cineasta tiene una visión y hace una película. A partir de ahí nos vemos obligados a reconstruir la Historia (con mayúsculas) para ajustarla al visionario del séptimo arte.
    Hay algunos que para vivir de cine nos proponen una muerte de chiste; de modo que mi consejo e que no haga usted mucho caso ni de los cineastas ni de los economistas (esos señores que nos explican por qué ha bajado la bolsa una vez se ha producido el cierre) y siga destilando ironías a través de «Las malas lenguas».
    Y de la lotería ya veremos el 22 por la tarde, por aquello de hacer un poco de economista.

  2. Gracias, ya me voy animando. Aunque nunca me he tomado nada en serio esas profecías del Apocalipsis, hay, además, una razón de peso para que no se cumplan. Es imposible que se acabe el mundo antes del encuentro entre Málaga C.F y Real Madrid. Por nada del mundo, nos lo vamos a perder.

  3. Pues viendo el panorama, se antoja del todo irónico el título de la novela ganadora del Sant Jordi – Plans de futur – de Màrius Serra. Te pasas la vida escuchando durante buena parte del año el «Memento homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris» y ahora resulta que en un pispás, los mayas aceleran el proceso y antes que polvo asentado, lechoso si llueve, eterno al fin y perteneciente el terruño, pasas a categoría de polvo cósmico, estelar y Dios sabrá a qué nebulosa irán a depositarse las partículas, que con el paso de los millones de años darán lugar a otros tantos planetas exactamente igual a la tierra. Entonces sí, será el acabóse, pero del universo entero. Si este Sistema Solar ya tiembla con ver a diario al que viste de azul, a ver…
    Por tanto y en cuanto a mí toca, preferiría verlas venir piano, piano, aun reconociendo que el parco espectáculo del final maya debe ser de unos segundos de insuperable esplendor y que posiblemente tu no-yo se repartirá por todo el maravilloso Zodíaco pero…mejor poquito a poco, como esa madre que veía a su hija un poquito embarazada y esas cosas, aunque sea verdura de las eras, que tal vez al hombre le diera, inesperadamente, por cambiar el chip y no pasarse la eternidad recordando y flagelándose con el polvo. De una manera u otra, siempre los vas a ser, ¿no?.
    Un saludo para ti y para tod@s y eso mismo, que no decaiga.

  4. Tienes razón, Winspector, el mundo si termina es poco a poco y, día a día, ni se nota, la vida sigue igual, como recuerdan Joe Dassin y Julio Iglesias de los que te remito sus canciones «El mundo sigue andando» http://youtu.be/capygeQrYh4
    «La vida sigue igual». http://youtu.be/t4G48BqxCW8
    Seguro que las recuerdas y, en fin, no les falta razón ¿Las pinchamos?
    Maravillosa, Paula, eres tú. Que una alumna te recuerde con cariño es la mejor recompensa para un profesor. Ya lo sabrás por experiencia…

  5. Seguro que sí. Julio Iglesias (Jules des Églises le llamábamos) sigue en la brecha, como su famosa canción, a treinta y dos años de la muerte de Joe Dassin, que se fue y el mundo sigue andando (Ça va pas changer le monde). Este último aparecía con frecuencia en tv los fines de semana a mediados de los setenta. Por entonces yo leía una novela de Jan de Fast, en plan maya, que se titulaba «L’hier est né demain»… A veces, disponer de buena memoria es más bien un engorro: la mayoría de los conocidos, ocupados en sus cosas, no se acuerdan ya de nada, si acaso de lo que han comido al mediodía e incluso te pueden tomar por raro, inadaptado a los tiempos, qué sé yo. Y ahora, con el fin de la historia a un paso, ni eso. Pues ya hay que ser extravagantes. Digo yo también.
    Muchas gracias por el detalle. Buonanotte.

  6. Aaay Lola, si no fuera con cariño cómo te iba a recordar!
    Eres super increíble, y me has enseñado muchas cosas…
    Me encantaría contarte todo y que tú me contaras más, pero me enseñaste que nunca sabes quién puede estar leyendo… jajaja
    Por cierto, hace ya un año que descubrí este blog gracias a mi siempre latente curiosidad, y estoy muy contenta!

    Muchos saludos!

  7. Por el pasado, nos explicamos el presente, esto es la esencia del psicoanálisis y de la novela de Proust. De repente, todo se explica por el sabor de una magdalena o nos reconocemos en las frases de una canción, somos porque hemos sido, no hay más. ¿Raro, tú, Winspector? Sólo si se consideran raros los sabios, que lo son, por pocos…
    Paula, prefiero que me cuentes tú, no porque yo no quiera contarte, sabes que lo mío no es el miedo, pero éste es tu espacio, después de escribir, me queda oír y quisiera aprender también de ti, de tu curiosidad, tu energía y tu entusiasmo. Cuéntame.

  8. Gracias Lola pero, pa sabio, sabio, Salomón, ea. Es que uno no es nada práctico y siempre tira pal monte, como una mala lengua cualquiera, que no es que sea maligna aunque tampoco debe ser magnánima en demasía. A mi parecer, existe gente de ideas y pensamientos inamovibles, incluidas vivencias y sensaciones, que suelen encubrir con una espesa capa de “prudencia”. No hay que confundirla con la educación que puede demostrar un grupo de personas que pasea por cualquier parque suizo y que, a la vista de otras, que están sentadas en un banco, suelen guardar un respetuoso silencio hasta dejarlas atrás. Por no molestar, dicen.
    Nuestra “prudencia” está en el polo opuesto y tiene algo de maquiavélico. No por nada, creo que su origen se remonta hasta el mismo Renacimiento, cuando Maquiavelo trazó su Línea Política donde, en el segundo punto, dice: “La principal virtud del gobernante no es la Justicia sino la Prudencia; aun sin ser justo, obtener un buen resultado…” Se le cogió la palabra y se hizo extensible “à tout vent”, a los cuatro vientos, que proclama la sembradora del Larousse, vaya que sí.
    Un saludo

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