La manzana es símbolo de la maldad femenina en mitos y leyendas desde tiempos inmemoriales. Una manzana fue la fruta con la que Eva instigó a Adán a transgredir la prohibición divina, provocando la expulsión del Paraíso y también la que la diosa oscura y menor llamada Discordia ofreció al incauto Paris con el fin de que la arrojase a los pies de la diosa que él eligiese entre las tres que competían por arrogarse el título a “la más bella”. La elegida, como sabemos por el mito, fue Venus quien, señalada por la manzana de la Discordia, provocó la ira de las descalificadas, Juno y Minerva, que, en su despecho, armaron la de Troya.
De la rivalidad femenina que desata maldades envenenadas, habla a su vez el cuento de Blancanieves, donde es la misma fruta, ofrecida por la madrastra a la inocente hijastra, vehículo de ponzoña, rencor y fatalidad. Como Caperucita ilustraba sobre el fenómeno de la pederastia, Blancanieves ejemplifica el resentimiento de la mujer madura hacia la más joven que la destrona de beldades y protagonismo en el entorno masculino, lo cual inspira en la agraviada ese tipo de crueldad taimada, retorcida y altamente tóxica sólo concebible en el sexo femenino, especialmente, cuando ha de emplearla contra otra mujer. Los cuentos, nuestros cuentos, que no son nada inocentes nos cuentan con algún velo de fantasía, ni más ni menos, que el mecanismo interno, descarnado de los instintos humanos más primarios y que perviven, cual eternos, en los siglos también narrados por escritores ya del siglo XXI. Acabo de leer un relato de Javier La Beira, “La sinrazón del sabio”, que protagonizan los malos humos de dos amigas íntimamente enemigas; un escalofriante retrato de mujer contra mujer con hombre al fondo, reconocible en el día a día, de hoy a siempre.
Como se deja adivinar por el preámbulo, también he visto la película “Blancanieves” de Pablo Berger, que viajará a la conquista del Oscar, de la que, no obstante, cabría destacar más observaciones de forma que de fondo. Decir, como se dijo, que usaba la fórmula de cine mudo de “The Artist” es quedarse corto; durante todo el metraje se observan un cúmulo de influencias que el director recoge de una reconocible y vasta formación como cinéfilo. Aunque en el desarrollo general de la cinta predomina una atmósfera inquietante, gótica y de tremendismo surrealista a lo Tim Burton, hay detalles que revelan homenajes al frikismo clásico de “La parada de los monstruos”, en la pintura de los siete enanitos y un guiño a “El Crepúsculo de los dioses” en la escena en la que la madrastra, caracterizada como diva decadente, asesina a su representante y lo deja flotando en la piscina. Tampoco falta la huella de algunas películas españolas como “El milagro de P.Tinto” y en los cuadros toreros, “Justino, un asesino de la tercera edad”, también en crudo blanco y negro. Para mí, el hallazgo más personal estuvo en la fotografía de un tipismo andaluz nada tópico. Impagables de esteticismo singular son escenas como las que representan a la niña Blancanieves vestida de comunión bailando flamenco, mientras su abuela, Ángela Molina, se afana en cogerle el vestido con alfileres hasta pincharse un dedo con el continuo movimiento de la niña en el decorado lorquiano de una habitación encalada, con sillas de anea, tapetes de croché y el merodeo de un gallo también lorquiano perdido.
Esta Blancanieves es una película para cinéfilos y digna de verse varias veces, que es el único modo de poder digerir su complejidad llena de matices.
Por supuesto, siendo otoño, tampoco hay que perderse la penúltima cosecha de Woody Allen, “A Roma con amor”, que no siendo una obra maestra, tiene sus destellos de genialidad. Lo peor que haga el cineasta judío siempre será lo mejor que pueden hacer otros. Es cierto que no capta el alma auténtica de la ciudad –para eso hay que ser un romano nato como Fellini y Moravia- como tampoco captó el aura parisina en “Midnight in Paris”, donde se las arregló con trabar un amasijo de tópicos literarios, pues Woody Allen saliendo de su hábitat natural, Manhattan, mira las ciudades europeas con una visión superficial de turista donde encaja como en una postal sus personajes neoyorquinos de siempre, el director de escena algo pirado, su alter ego (“Un final made in Hollywood”), la paciente mujer del director a quien incluso caracteriza a lo Diane Keaton, la actriz joven, caótica, pero increíblemente sexy y devoradora de hombres que desata pasiones peligrosas por donde va (“Todo lo demás”, “Match Point”) remitiéndose cada vez más al mero y amable espíritu de comedia de enredo sentimental al gusto de la alta burguesía, por lo que se deja ver en los sólitos escenarios que recrean hoteles y restaurantes de lujo.
Pero, además de lo sólito, hay chispas de genialidad, en las que pone su oficio Roberto Benigni, un hombre común besado por sorpresa por la fama y el episodio del enterrador que se convierte en un divo de la ópera sólo cantando bajo su ducha. Secuencias abiertas al humor y la reflexión, en las que Allen demuestra que siempre le quedan cosas por decir. Merece la pena escucharlas y verlas. Vamos al cine.
Vamos al cine
5
Oct
Gracias, Lola, por tu mención, dentro de un artículo interesante y hasta instructivo para quienes acudimos tan poco al cine.
Pues yo considero que el peor enemigo de la mujer es un gay, porque tiene la mala leche retorcida de la mujer y la brutalidad del hombre. Como se te cruce uno -o varios-en tu camino estás perdida. Envenenados!!!!
No me entero. Dices que e gustó Blancanieves ¿si o no?
Y mira, yo creo que Woody Allen s sexista,machista porque la joven sexy atrae también a los hombres por ser tan idiota.
La alusión, Javier, venía a cuento; a este cuento de Blancanieves, que tiene que ver con tu relato. Deberías difundirlo más, es estupendo. Gracias por dármelo a leer.
Marga, creo que hablas por una experiencia propia, pero no hay que generalizar, entre los gays hay de todo.
Blancanieves es puro cine, una alu-cine-ación. Antes de categorizar, las críticas predeterminan, invito a verla y opinar. Cada mirada la construye un poco más.
Y supongo que sí, Allen es algo machista a veces o, más bien, paternalista por desear a la chica neurótica y desvalida que dan ganas de proteger. Se trata, quizás de un mero hecho biológico ¿no crees?