Inventario de ciudades soñadas

14 Mar

En nuestra geografía sentimental siempre hay una ciudad soñada; una ciudad a la que siempre queremos volver o que siempre hemos querido visitar. Aquella que, aún ignota, hemos ido construyendo a la medida frágil e ideal de nuestros sueños como una promesa de misterio y aventuras o esa otra que, en su momento, nos hechizó por su especial encanto o porque aportó momentos inolvidables a nuestra vida gracias a las personas que conocimos allí y/o esas experiencias que aún guardamos como un tesoro en la memoria. Para variar, propongo en esta ocasión que nos pongamos un poquito románticos y soñadores y hagamos inventario de esas ciudades que, de un modo u otro, tocaron nuestro corazón y, en algunos casos, incluso cambiaron nuestra vida o aquellas con las que siempre tenemos una cita pendiente. Así, intercambiando evocaciones sobre nuestras ciudades soñadas, haremos, entre todos, una guía soñada de viajes, que nos sirva de escape de esta, a veces, tan tediosa cotidianidad de rutinas. Cambiemos los lugares comunes por lugares extraordinarios y vayámonos muy lejos, tan lejos como sólo nos pueden llevar los sueños…
En mi vida de viajera impenitente, ha habido muchas ciudades de las que me he enamorado, la última –como todos sabéis- fue Ámsterdam, pero la más soñada fue, sin duda, París; tuve todo un bachillerato para soñar con ella, gracias a esa imaginación apasionada que tienen las adolescentes y a cierto profesor de francés que, con su voz sugerente de galán maduro, nos hablaba del ambiente liberal y artístico de la bohemia de Montmartre, mientras escuchábamos discos de Georges Brassens y Edith Piaf y con él que, a veces, me parecía ir del brazo en la luminosidad de una tarde de primavera por los Campos Eliseos, muy lejos de aquella grisura del colegio de monjas. Nunca he tenido la sensación de ir a París por primera vez sino de haber vuelto y cada vez que regreso la sigo soñando con la misma mirada deslumbrada y ardiente de aquella muchacha que, en las tardes carcelarias de colegio, al ritmo de los acordes del acordeón, subía a lo más alto de la torre Eiffel para allí respirar libre y feliz. París es, sin duda, mi ciudad más soñada ¿Cuál es la tuya?

21 respuestas a «Inventario de ciudades soñadas»

  1. Mi ciudad soñada es Viena, pero no esa deformación cursi aderezada con valses que se suele vender a los turistas, sino la ciudad cosmopolita que hace un siglo fue la puerta de entrada de la modernidad en Europa: los libros de Musil, los edificios de Otto Wagner, las sinfonías de Mahler… Mi rincón favorito es el Lainzertiergarten, el coto de caza de los Habsburgo, hoy un trozo de bosque cerca del barrio de Hutteldorf con vistas maravillosas de la ciudad, y en el que puedes pasear mientras te observan los ciervos y los jabalíes. Y me encanta escuchar a los vieneses con su alemán cantarín, como el italiano, que se ríen de la vida y sobre todo, de Austria y de su capital; algo muy sano para un polvoriento imperio venido a menos.

  2. lisboa.ventana soleadilla en el barrio alto y el mar,la luz queda,de las tristezas haremos humo que decia el sisa.barcelona…lisboa,lisboa.con luz.lisboa.

  3. VIENA EN ESTA ÉPOCA DEL AÑO

    Creo -como dicen en las películas- que Viena debe estar preciosa en esta época del año. Supongo que también tú fuiste en primavera; eso debe condicionar. A mí se me ocurrió ir en Navidad y me resultó algo triste poque anochecía a las tres, por la presencia de Mozart, que siempre me recuerda a su fin desdichado y el no menos desgraciado desenlace de la ya maltrecha existencia de la emperatriz viajera -por cierto que ella nunca quería quedarse en tan bella ciudad-. Será por eso que vi el Danubio, lejos de azul, de un marrón bastante intenso.
    Gracias por tu aportación, Alfonso,seguro que otros muchos van a soñar con Viena. Mucho más en esta época del año.

  4. Hola querida amiga Lola. Gracias por tu deferencia para con mi persona. Santillana del Mar por su viva presencia rocosa y por el encanto de sus telúricas noches donde se puede uno emborrachar de estrellas, vinos sabios y sabias ètoiles de carne y hueso.
    Dublín por su aire de nostalgia y Córdoba por el amor allí hallado.
    Besos, escritora de gran enganche.

    Manuel

  5. AMSTERDAM

    Amsterdam es una ciudad que actúa conmigo como un imán.

    No sé porque motivo tengo tantos amigos amsterdianos, se me pegan y yo me pego a ellos, lo mismo me pasa con la ciudad, constantemente recibo invitaciones para visitarla (en tres meses, tres veces). La última hace dos semanas, una amiga compró dos vuelos, para ella y su novio, y como él no podía ir, me llevó a mí.

    Una vez allí, las dos estábamos como en casa, incluso en el hotel, cogido por azar, había reproducciones de cuadros de Dalí, las mismas que yo tengo en mi habitación, algo que encontré normal, pues cuando estoy en Ámsterdam, su halo mágico me mima, haciendo que todo me sea familiar.

    Nuestro viaje fue corto, apenas una semana, el tiempo necesario para recorrer el Jordan, visitar museos, patear las calles, perdernos, hacer un crucero por la ciudad, empaparnos con la lluvia, ir a fiestas, al Cophy shop 36…estar con nuestros amigos, pelearnos un poquito, hacer como siempre las paces…,y además que yo me enamorara más de la ciudad, también de un amsterdiano que me hablaba de Unamuno y Ortega y Gasset, una especie rara ideada por la ciudad para mí.

    En semana santa voy a New York, el único vuelo disponible que he encontrado hace escala en Ámsterdam. Se que no podía ser de otra manera.

  6. Querida Lola, Viena hay que visitarla en primavera, cuando los bosques que rodean la ciudad están increíbles y todos sus parques a pleno rendimiento. Los turistas no aturullan tanto como en verano y se puede saborear la ciudad. En invierno se vuelve demasiado fría y melancólica, aunque para ver el ‘Danubio azul’ deberás irte lejos de Viena, por la que sólo pasa un ‘canal’ del río de mala muerte. Las mismas afueras son preciosas en primavera, sobre todo por la parte del distrito de Hietzing (suroeste), barrios residenciales con chalecitos y mucho verde. Besos

  7. !! la gran putana !!. ROMA

    Roma son nuestras raices en idioma, cultura, religión, costumbres, hábitos y en gran medida nuestra ascendencia de sangre. La romanización marcó y conformó con
    un sello indeleble a este país de la piel de toro al que llamo España pese algunos erradicados.

    La actual ciudad conjuga en dos aspectos su configuración urbana, lo clásico y lo moderno, que tienen el mismo pálpito, ser foco de Occidente con proyección a todo el orbe.

    Lúdica, profana, cristiana, comunicadora y sobre todo encantadora.En su seno nacieron las tabernas de las que Baltasar de Alcázar decía que delicada fue su invención.

    Es una ciudad muy felina, los gatos callejeros declarados en diciembre de 2001, como » Parimonio Biencultural «.

    Reune todos los atributos para ser por mi elegida como favorita.

  8. Málaga vista a lo lejos, desde los montes; con el mar, el Atlas y una suave bruma al fondo. Un primaveral día, olvidando e imaginado que allá abajo nada puede desmerecer tanta belleza.
    O, Málaga vista a lo lejos, desde los montes, un mágico y frío día de invierno con copos de nieve desasiéndose en tu cuerpo mientras corres deslizándote suavemente sobre una alfombra roja y verde, y el silencio armónico de tus pies y de tu mente te llevan y muestran en puro prodigio -fiel e interesadamente- el pasado, el presente y el futuro de tu ciudad y hasta de tu alma. Málaga vista desde lejos y olvidando. Esa es mi propuesta de viaje (interior y exterior).

  9. ROMA
    Roma, certo, Papín, también me encanta y fascina. Todos los caminos llevan a ella y de ella todos parten. Es la cuna de nuestra cultura y nuestra capital a la vez y, paradójicamente, tanto religiosa como profana. Qué ciudad puede reunir lugares tan dispares como el Vaticano y el Trastevere, haber albergado a personajes como Séneca, Calígula y…hasta Berlusconi!!! Tan contradictoria y tan viva; bravissimo!!!

  10. MÁLAGA
    Málaga; nuestro día a día, a veces necesitamos verla desde lejos para extrañarla y reconocerla como ciudad de nuestro paraíso- más allá de nuestros cotidianos infiernos particulares-. Málaga nos permite viajar sin salir de casa con la mirada en su abierto y azul horizonte. De acuerdo, Rafael.

  11. Málaga vista a lo lejos, desde los montes; con el mar, el Atlas y una suave bruma al fondo. Un primaveral día, olvidando e imaginado que allá abajo nada puede desmerecer tanta belleza.
    O, Málaga vista a lo lejos, desde los montes, un mágico y frío día de invierno con copos de nieve desasiéndose en tu cuerpo mientras corres deslizándote suavemente sobre una alfombra roja y verde, y el silencio armónico de tus pies y de tu mente te lleva y muestra en puro prodigio -fiel e interesadamente- el pasado, el presente y el futuro de tu ciudad y hasta de tu alma. Málaga vista desde lejos y olvidando. Esa es mi propuesta de viaje (interior y exterior).—

  12. LA CIUDAD DE MIS SUEÑOS

    Quiébrense la cabeza buscando ciudades si les place. Escudriñen su memoria hasta el límite de la cordura, investiguen como obsesos por decenas de miles de millones de páginas webs, límense las yemas de los dedos consultando todas las enciclopedias y guías de viaje de que dispongan en las bibliotecas y kioscos. Propongan lo que propongan, les advierto que ningún sitio del mundo va a estar a la altura de la ciudad de mis sueños ¿No se lo creen? Lean un par de frases más y lo entenderán. Mi ciudad de los sueños alberga la refrescante brisa floral del Generalife, la radiante luz de Tánger, las paredes encaladas y puertas teñidas de azul de Sidi Bou Said, las playas paradisíacas de Assilah, los 455 puentes de Venecia, las sobrecogedoras iglesias barrocas londinenses de Hawksmoor……..y todo ambientado con la estética de las ilustraciones de cuento clásico y melodías nostálgicas de acordeones del París de “Amelie”. Pero eso no es lo más increíble. Para ir allí no hace falta recorrer agencias de viajes, reservar billetes y menos pagar un duro. Se ahorrarán transporte, no tendrán que depender de ningún guía turístico ni aguantar a un aerofágico compañero de autobús ¿Qué cómo se llega? Consiste en mirar (mirar y no observar) fijamente una pared o una mosca que aceche sobre una ventana (también se puede probar con el “Ulises” de Joyce o cualquier película de Akira Kurosawa). Tras unos segundos de ensimismamiento ¡Zas! ¡Ya estás allí!

    Desde mi más tierna infancia frecuentaba con asiduidad aquella extraordinaria ciudad. Mientras Astérix se encargaba de transmutarla como Lutecia, Gergovia o la aldea que siempre resistió al invasor, Tintín prefería dotarla de aires más sofisticados, transformándola en Saint-Tropez, Chicago o Shangai. Lo que desconocía por completo es que la ciudad de mis sueños tuviera nombre. Mis abnegados profesores de los Maristas me lo revelaron. Con rostros resignados balbuceaban para sí mismos “Madre mía, siempre está en la inopia” Inopia. Que gran nombre. De hecho en mi coche, en vez de tener adherida una pegatina de “I love Málaga” o “I love Andalucía”, tengo una donde se lee “I love Inopia”. Inopia era un lugar que podías visitar siempre que lo desearas. Si tu madre te pegaba una bronca, que mejor momento que dar una vuelta por Inopia. Menudos paseos me daba con Milú por las calles sembradas de minaretes de Klow, capital de Sildavia. Mi madre, curtida en mil batallas, consciente de que su hijo en aquellos momentos no pertenecía al mundo terrenal, formulaba la sentencia que arrastraba inevitablemente a la tragedia “Repíteme lo que te he dicho”. Inmediatamente un terremoto de proporciones titánicas se cebaba con mi ciudad. Abismales grietas kilométricas se abrían paso velozmente por las avenidas, mientras interminables edificios resquebrajados se precipitaban brutalmente contra el suelo. Los inopianos y yo, con nuestro fez en la cabeza, tratábamos de huir de tanta devastación, aunque los sildavos terminaban por difuminarse para dar paso irremediablemente al semblante circunspecto de mi madre. Un tifón de consecuencias cataclísmicas, plagado de clamores al cielo tales como “¡¡Por los clavos de Cristo!!” y “¡¿Dios mío, pero qué es lo que estoy criando?!”, iba a desencadenarse.

    Un aspecto sorprendente de Inopia, es que puedes hacer partícipe de tus correrías a quién te apetezca. El otro día un primo mío, me ilustraba frente a la barra de un pub, sobre los apasionantes entresijos de las hipotecas, el Euríbor y los créditos bancarios. A los pocos segundos de iniciar su argumentada disertación financiera ¡Zas! ¡Ya estaba otra vez en Inopia! Una racha de aire marino y bien contaminado me sacudió de improviso. La barra ya no era una barra, sino el puente de Brooklyn, y los cubatas adoptaban formas de camiones, furgonetas, coches y taxis amarillos. Todos estaban detenidos entre un ensordecedor enjambre de pitidos de claxon. Mi primo era ahora un veterano agente del Departamento de Policía de Nueva York, que me contenía arguyendo que “Las hipotecas concedidas por bancos se…No se puede acceder a Manhattan…Íbex 35…Ha sido invadida de los extraterrestres…en el portal inmobiliario.” No pude evitar levantarme ligeramente el jersey en aquel bar, para demostrar con mi atuendo interior, que en realidad era Spiderman y que podía dejar la ciudad en mis manos.

    Mi mujer (tiene más paciencia que una santa) es una estrella cinematográfica habitual de mis sueños, protagonizando situaciones cotidianas donde repanchingado sobre mi sillón, se aproxima con suavidad manifestando algo que me dispara como un resorte “¡No tiene mierda la casa ni ná!”. Mi mente automáticamente me teletransporta a un contexto en consonancia con la tensión que sugiere el ambiente. Estoy en la penitenciaria de Alabama, en plena “Milla verde”. Soy un fornido hombre de color confinado en una silla eléctrica, inculpado por un crimen que no he cometido, aunque afrontando con admirable resignación y valor el fatal desenlace. Mi esposa es un funcionario de prisiones situado junto a la palanca de conexión. De repente, una espantosa amenaza articulada por el funcionario sin inmutarse, proporciona una nueva vuelta de tuerca a los acontecimientos “Le hace falta una buena mano de pintura al piso”. John Coffey era un gran tipo, pero no reúne los tintes épicos que requiere el momento. Abato un poco más el respaldo de mi asiento, transfigurándose ahora en un potro de tortura, a la vista de una jauría exaltada de plebeyos en pleno Londres del medievo. Sí, se trata de “Braveheart”. Reconozco una presencia familiar en el verdugo que me escolta. El matarife arrima sus labios a la oreja de mi maltrecho cuerpo, susurrando la definitiva sentencia de muerte “Voy a preparar dos bocadillos, que mañana se nos va a hacer el día muy largo en el Ikea”. Sólo puedo reaccionar de una manera posible, tal como lo haría William Wallace, vociferando al viento “¡¡¡Libertaaaaaad!!!”.

    Un elenco de lujo lo componían mis profesores de la facultad, sobre todo aquellos sufridos becarios que nos colocaban a las cuatro de la tarde ¡Cuántos papeles estelares han interpretado! Recuerdo cuando en pleno junio nos llevaron de excursión al campo. En las proximidades del pueblecito de Bérchules, nuestro anciano y apocado maestro Don Severino Carrascosa, golpeaba persistentemente mediante un pico de geólogo (a pesar de que el hombre ya no estaba para muchos trotes) una roca de mármol, con la intención de desgajar una pequeña muestra con la que aleccionarnos. En Inopia el escenario era muy distinto, en realidad no era un pico, sino un látigo con el que, el hercúleo y apuesto Severino Carrascosa, flagelaba frenéticamente a cuatro espléndidos corceles blancos que tiraban vertiginosamente de su cuadriga. Mis compañeros y yo atiborrábamos las gradas del Coliseo romano jaleando su nombre. Desde aquel día, nadie más lo conoció como Severino, ya que se encumbró como una leyenda viviente, nada menos que el Ben-Hur de Bérchules.

    Era muy difícil mantener un control estricto de mis facciones mientras divagaba por Inopia. Era inevitable esgrimir una sonrisa, arquear las cejas o emitir algún sonido gutural. Normalmente esto no suponía un inconveniente, gracias a la complicidad de mis amigos o familiares, o al amparo de la aglomeración de las clases. El problema surgió después, durante un máster que realicé en Madrid. Había una asignatura insufrible llamada “Mecánica de los suelos semisaturados”. Únicamente éramos seis en un aula diminuta. No había escapatoria, no había forma de concentrarse. El profesor reclamaba continuamente mi atención con sus dilatados ojos abiertos de par en par, como si se viviera en un estado de asombro permanente. Quizás fuera por las innumerables maravillas que le ofrecía su amada disciplina, aunque según mi humilde opinión, era el coñazo más horripilante que se había concebido a lo largo de toda la historia de la humanidad. Jamás había estado tan agobiado……hasta que lo vi. Se sentaba en un extremo de la clase. Era bajito, delgado, algo cabezón, oculto tras unas amplias gafas herméticas de empollón. Observaba fijamente al profesor con un gesto sobrio de total concentración, mientras asentía con seguridad la cabeza. Cuando posteriormente nos dirigíamos a los comedores, lo abordé y le imploré que me revelara como conseguía atender ante aquellas farragosas explicaciones. Su respuesta fue como una fusta que chasquea al estamparse violentamente contra el suelo. “¿Atender? En realidad me paso todas las clases, imaginándome a las tías de mi pueblo en pelotas”. ¡Aquel era en verdad el maestro zen de la Inopia! Había tenido la oportunidad de conocer un genio……y no iba a desaprovecharla. Le supliqué que me adoctrinara. Quería conocer todos sus secretos. Tras sentarme a su lado durante unos días, logré imitar perfectamente sus pautas de comportamiento. La coordinación era total. Asentíamos a la vez, buscábamos la página de un libro a la vez, señalábamos una fórmula escrita en la pizarra a la vez…..y todo mientras me deleitaba con los mundos maravillosos que me brindaba Inopia. El último día decidí visitar el pueblo de mi mentor. Mientras con el rabillo del ojo percibía como mantenía su gesto serio e inescrutable fijo sobre la figura del profesor, creí verle en una vasta plaza, brincando desaforadamente entre una congregación ingente de bellas jovencitas desprovistas de ropa. Ni que decir tiene, que al finalizar las clases, el agradecido maestro nos obsequió con su libro dedicado por nuestra inusitada atención.

    A pesar del grado de perfección que personificaba el maestro zen, descubrí a alguien que lo superaba con creces. Era la reencarnación de Inopia. Mi propia hermana. Podías liarte a cantar “Saca el whisky, cheli” a grito pelao o a bailar una yenka en sus narices, que ni siquiera iba a mover una pestaña. Ya os la presentaré.

    Cuando las realidades que os ofrezca el mundo sean desalentadoras o provocadoramente tediosas, no dudéis en refugiaros en Inopia. La reconoceréis por que está suspendida sobre un manto denso de nubes y porque posee el zoo con mayor variedad de musarañas que hayáis visto en vuestra vida. Los inopianos, ajenos a la crisis, os acogerán con los brazos abiertos. O si no, siempre nos quedará Babia……

    Dedicado a mi madre por el día de su santo y a mi padre por razones evidentes.

  13. Querido Armando:
    Definitivamente, lo tuyo no son los comentarios a un blog, sino ponerte YA a escribir una novela. Te felicitaría, pero espérate un poco que me reponga, pues ahora mismo me muero de la envidia. Por supuesto que para viajar lo mejor es la imaginación y la fantasía. A algunos les hace falta fumarse un porro o un «puerro» ,como decía mi inefable tita Lala, pero, otros, por fortuna, estamos colgados de nacimiento; en la Luna, en la inopia y «ni en cielo ni en tierra». En mi familia todos hemos comido de la misma torta, por eso mi madre celebraba por todo lo alto el «Día de los Difuntos». Yo creo, sin embargo, que hemos sido una familia feliz, incluso mi madre que, para más inri, era algo nerviosa. Viviendo en la INOPIA se está mejor que en la realidad. Desde aquí felicito de nuevo a Armando y, porque es su día -entre otras cosas- a la madre que me parió ¡Viva la Pepa!

  14. Lo he pasado bien leyendo a Armando. Mis viajes interiores nunca fueron tan divertidos o apasionantes, pero prometo esforzarme y tratar de aprender en adelante. Un saludo y gracias.

  15. Albacete, claro, es para mí un lugar inolvidable. Estaba trabajando en «Cortijos nuevos», aldea recóndita de la sierra de Segura, donde me habían destinado por uno de esos errores administrativos que padezco de modo habitual como todo ciudadano, y se suponía que Albacete estaba a una hora. Suponiendo que el conductor no fuese aquella querida amiga que, muy prudente, conducía a cuarenta por hora. Los cabreros nos iban adelantando. Así que tardamos cuatro y llegamos de noche como un cuento. Al llegar, vimos la inigualable fachada artesonada del Carrefour y nos metimos en un bar, con el fútbol a todo volumen, donde dimos cuenta de más de unas cuantas cañas para celebrar tan gratificante viaje. Luego nos fuimos, acto seguido, y bien contentas de nuestra expedición. Como dice el dicho, «Albacete, caga y vete». Gracias, Benito!!!

  16. Recuerdo aquellos larguísimos atardeceres otoñales y los “melodiosos oros” del sol sobre las colinas que dan al norte de la ciudad; de fondo, el lago Leman y las montañas de la vecina Francia. Prados alpinos y blanco de nieve o de nubes sobre azul. Son maravillosos los contrastes que ofrece a la vista Lausana. Si amanece revestida de niebla emergente del lago sólo le faltan los acordes de La Creación, al igual que dijo aquel enamorado cuando fue aceptado por su chica parisina: “ a París le faltan sólo dos letras para ser paraíso”. Cuando vi por primera vez la Place de la Riponne, mi acompañante – maravillosa también – me decía: “hermosa perspectiva, ¿verdad? pero, ¿qué sería de toda esta arquitectura de (entonces ) vanguardia si no fuera por esto?” – señalando hacia el Palais de Rumine, preciosa joya neo renacentista de hace poco más de un siglo, que ocupa todo un lateral de la plaza.

    De las pocas ciudades donde en invierno se pueden sentir la nieve y el frío de la parte alta pero que, caminando, en pocos minutos (por ir cuesta abajo, “bien entendu” ) te ves envuelto en una sutil lluvia atemperada por la proximidad del lago. Evidentemente, aquí ya no crujen, al pisarlas, las hojas secas. Más contrastes. De cualquier manera, la parte baja, Ouchy, me gustaba más antes, cuando algunos días del verano te podías bañar en el lago, todavía de aguas transparentes y disponías de un inmenso campo verde para correr, hacer deporte, sin el encastillamiento del actual puerto deportivo. Pero bueno, ¿a quién tengo que añorar? ¿no era Málaga…?

    Una ciudad cosmopolita y orgullosa, capaz de construir el Mowënpick en los años setenta junto a la “Maison du Peuple”, edificio antiguo donde se servían comidas baratas a los emigrantes o destinar el Palais de Beaulieu a los conciertos de grupos musicales extranjeros, entre ellos muchos españoles, de gira al acabar el verano. Tardofranquismo, tiempo de inquietudes lejos de España. Bernard Clavel, escritor francés y miembro de L’Académie Goncourt, de visita en Lausana, hace una entrevista a ese desconocido y misterioso hombre que lidera el movimiento – precursor de otros que vendrían después – “Terre des Hommes” y que él llama “Ombre, mon frère”, que se dedicaba a recoger en su casa a cuantos niños podía, víctimas de las guerras que asolaban (asolan) el planeta. Le dedicó su obra –denuncia “Le massacre d’innocents”…

    Nunca llegué a vivir de continuo en Lausana, si bien la visitaba asiduamente por motivos familiares. Pero sus contrastes y sus ocasos siempre los llevaré consigo. No sé si el amor también.

    Saludos.

  17. LAUSANA; MON AMOUR
    Este relato o regreso sentimental a Lausana, conmueve y deleita a partes iguales. Es de una tan suma delicadeza en el trazo que no parece que el autor sea el mismo que nos habló de las escatologías en la infancias de posguerra,de no ser porque presenta la misma maestría al escribir. Este Winspector es un profesional de las letras sin duda, que se camufla con el pseudónimo de la modestia, pero al que delata el primor de su oficio. Enhorabuena!!!

  18. Lola, por Dios, ¡suponerle a Winspector tan altas humanidades…!Como Cornelio Agripa, soy filósofo, soy Dios, soy guerrero, soy amante…que es una fatigosa manera de decir que no soy. Muchísimas gracias por el detalle. Viniendo de ti o de cualquier bloguero de La Opinión me hace sentir importante. Pero, en definitiva, la realidad se encuentra en la vieja canción rusa que inspiró a Dostoievski: «años felices, días dichosos que os alejáis como las aguas primaverales…» Por cierto,¿llegaba hoy? (La primavera, digo) Saludos.

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