Ya ha salido publicado en el “Inventario de cosas cutres” de este blog, el esperadísimo e inapelable fallo del jurado. En dicha entrada, podréis encontrar expreso el nombre del premiado-el inefable Armando- su emotivo discurso de agradecimiento y pertinentes dedicatorias, junto a los nombres de los finalistas y colaboradores de mención. No os perdais los resultados de este controvertido certamen, que ya ha robado protagonismo a la ceremonía de entrega de los Oscar por la rivalidad de sus cualificados concursantes y polémicas incidencias.
P.D: El inventario, dado el éxito de la primera convocatoria, sigue abierto en una segunda edición. Gracias a todos por participar tan apasionadamente.
Lo más cutre de la semana
8
Mar
Los catalanes, esos españoles algo afrancesados que, en ciertas ocasiones se creen más finos que el resto son capaces de hacer estas figurillas;”los caganers”, emblema del mal gusto y la repugnancia. Como pueden comprobar por la imagen, “los caganers” tienen la gracia en el culo.
Algo cutre; Aznar haciendo la peseta o Esperanza Aguirre diciendo “Hijo Puta” o esa “puta mierda”. Los políticos son muy cutres, en general ¿Por qué nadie ha desarrollado esta tan prolífica faceta del cutrerío?
P.D: Que, por cierto, estos dos también tienen sus caganers.
Nada hay más cutre que la Belén Esteban en los programas del corazón y los propios susodichos programas con su horrenda anti-estética y grotescos personajes que se insultan a voces en sus pseudo-debates y constituyen así una vergüenza nacional, sobre todo, por su tremenda cuota de audiencia.
Hasta hace bien poco tiempo toda España era eminentemente caganer y agrícola. Cagona bajo los auspicios de su Excelencia, que vaticinaba en la posguerra “ni un español sin pan”. Tendría que haber añadido “y sin un sitio donde cagar”, aunque ancho era el campo. Y grande el ingenio, aguzado por el hambre, para dotar de nombre todo volumen ex corpóreo, sea por su tamaño, su forma o su textura.
De la famosa canción de principios de los cuarenta, “La Churripampa”, tomó nombre la cagada diarreica, tan odiada por las sufridas madres que no daban abasto para lavar calzoncillos y braguitas en el río o en la pila del pozo. Pero el río también se las traía flotando, pues mientras la reina de la casa restregaba sin pausa los churretones de mierda blanda, corriente arriba los niños que llevaban siempre consigo, cuando les entraban ganas de soltar la majá, no encontraban sitio mejor para hacerlo que en medio del río y allá que alargaban el zorugo, como si fuera la canoa del último mohicano.
Otra modalidad para soltar el mojón, no exenta de peligro, consistía en subirse a los árboles, generalmente olivos, cuyas ramas se adecuaban más a la postura y firmeza que había que mantener mientras se evacuaba. El propósito era imitar en lo posible la bosta aplastada y redonda de vacas y bueyes. No siempre se conseguía debido más que nada a estreñimientos provocados por la ingestión, tan de moda, de carne de membrillo. Entonces se cogía el zorullo endurecido con un palo (algun@s lo hacían con las manos) se lanzaba al aire lo más alto que fuera posible y se procuraba que se estrellase contra alguna roca. Solía dar resultado pero llegabas a casa llen@ de salpicones de mierda fresca que solían limpiar las madres, primero dándote una de escobonazos en el culo y después medio achicharrándote con un caldero lleno de agua caliente.
Caso aparte era el cagar a gusto en tiempos de recolección. No había manera. Ni papel. Eso sí, abundaban las piedras redondeadas que se adaptaban bien al paso de las Horcas Caudinas una vez soltada la carga. El campo rebosaba de gente por doquier y era difícil encontrar matojos suficientemente espesos para camuflarte. Porque no se trataba sólo de cagar. Ya puestos, te echabas mano al “manubrio” y pensando en la vecina, en tu prima… se te iba el santo al cielo. Y si por un acaso te habías ausentado del trabajo a la hora del almuerzo, al volver se te preguntaba con insistencia, antes de ponerte a migar el gazpacho, si te habías lavado las manos en el arroyo. Sin más explicaciones, al ser algo que ya se daba por sabido…
Hoy el caganer/cagón, inmerso en el centripetismo, ha recalado en hogares asépticos y forma ya parte de esa lista infinita de cutrez encadenada. Ha encontrado aposento en muebles y tarimas, mesitas y coquetas…por ahora. Y con estupor le veo avanzar cada Navidad, milímetro a milímetro, como el desierto del Sahel, derecho a ocupar el trono del Portal.
¡Lo que va de ayer a hoy!
Saludos
Hasta hace bien poco tiempo toda España era eminentemente caganer y agrícola. Cagona bajo los auspicios de su Excelencia, que vaticinaba en la posguerra “ni un español sin pan”. Tendría que haber añadido “y sin un sitio donde cagar”, aunque ancho era el campo. Y grande el ingenio, aguzado por el hambre, para dotar de nombre todo volumen ex corpóreo, sea por su tamaño, su forma o su textura.
De la famosa canción de principios de los cuarenta, “La Churripampa”, tomó nombre la cagada diarreica, tan odiada por las sufridas madres que no daban abasto para lavar calzoncillos y braguitas en el río o en la pila del pozo. Pero el río también se las traía flotando, pues mientras la reina de la casa restregaba sin pausa los churretones de mierda blanda, corriente arriba los niños que llevaban siempre consigo, cuando les entraban ganas de soltar la majá, no encontraban sitio mejor para hacerlo que en medio del río y allá que alargaban el zorugo, como si fuera la canoa del último mohicano.
Otra modalidad para soltar el mojón, no exenta de peligro, consistía en subirse a los árboles, generalmente olivos, cuyas ramas se adecuaban más a la postura y firmeza que había que mantener mientras se evacuaba. El propósito era imitar en lo posible la bosta aplastada y redonda de vacas y bueyes. No siempre se conseguía debido más que nada a estreñimientos provocados por la ingestión, tan de moda, de carne de membrillo. Entonces se cogía el zorullo endurecido con un palo (algun@s lo hacían con las manos) se lanzaba al aire lo más alto que fuera posible y se procuraba que se estrellase contra alguna roca. Solía dar resultado pero llegabas a casa llen@ de salpicones de mierda fresca que solían limpiar las madres, primero dándote una de escobonazos en el culo y después medio achicharrándote con un caldero lleno de agua caliente.
Caso aparte era el cagar a gusto en tiempos de recolección. No había manera. Ni papel. Eso sí, abundaban las piedras redondeadas que se adaptaban bien al paso de las Horcas Caudinas una vez soltada la carga. El campo rebosaba de gente por doquier y era difícil encontrar matojos suficientemente espesos para camuflarte. Porque no se trataba sólo de cagar. Ya puestos, te echabas mano al “manubrio” y pensando en la vecina, en tu prima… se te iba el santo al cielo. Y si por un acaso te habías ausentado del trabajo a la hora del almuerzo, al volver se te preguntaba con insistencia, antes de ponerte a migar el gazpacho, si te habías lavado las manos en el arroyo. Sin más explicaciones, al ser algo que ya se daba por sabido…
Hoy el caganer/cagón, inmerso en el centripetismo, ha recalado en hogares asépticos y forma ya parte de esa lista infinita de cutrez encadenada. Ha encontrado aposento en muebles y tarimas, mesitas y coquetas…por ahora. Y con estupor le veo avanzar cada Navidad, milímetro a milímetro, como el desierto del Sahel, derecho a ocupar el trono del Portal.
¡Lo que va de ayer a hoy!
Saludos
Lo contado suena a cutrerío solemne y repugnante, tal como “Cagar en tiempos revueltos”, pero, a la vez, revela tal maestría de llegar a punto de pequeña y muy digna joyita literaria.
Oh, la, laaaa. Muchas gracias por las flores, Lola. Huelga decir que el comentario me ha sabido a beso. Tanto es así que por esa razón y haciendo honor a mi E-mail, estaré tres días más sin lavarme la cara. Bacioni!!!