Sin duda, Ámsterdam es una ciudad con luz propia. Aunque sus cielos habitualmente grises muchas veces resuman esta luz a las llamas de las velas, prendidas durante toda la jornada en el interior de sus acogedores locales y esos hogares confortables donde nunca falta la relajante presencia de gatos sigilosos, lustrosos, enormes –y, por lo general, negros-, no respira la atmósfera melancólica de otras ciudades del norte de Europa donde el clima gris tiñe de grisáceo el humor de sus habitantes. El holandés venera el sol que no tiene, acechándolo con más codicia que el destello de sus preciados diamantes y aprovecha su fugaz aparición con tal celo que sólo un rayo que, en un instante, se deslice por la ventana, puede convertirse en el oro esplendido que dio celebridad al lienzo más luminoso de la historia; “La lechera” de Vermeer. Así están habituados a poner al mal tiempo, buena cara y cantar bajo la lluvia. Y saludar a voces a amigos y desconocidos mientras pedalean de sur a norte las calles empedradas con un vigor sin límite de edad. Hasta el ciudadano más provecto tiene bicicleta y la usa como una innata prolongación de sus piernas, incluso en esos días nada raros que vienen a caer chuzos de punta. Se trata de un pueblo vitalista y optimista, que no parece arrugarse por nada. Y decididamente predispuesto a no privarse de placer alguno que pueda ofrecerle el banquete de la vida. Llama la atención que en uno de sus museos más emblemáticos, el “Rijksmuseum”, escaseen las obras religiosas con presencia de Ecce Homo, Vírgenes dolorosas y santos en el martirio a favor de bodegones con manjares suculentos y escenas costumbristas donde un paisanaje de formas orondas, piel blanca, sonrosadas mejillas y sonrisa más que abierta se entregan en torno a la mesa a ciertas pitanzas descomunales regadas de jarros de vino hasta empapar las camisas y hacer bailar con desparpajo descarado a las lugareñas. A falta de sol, los holandeses no tienen viñedos propios, pero procuran importarse los mejores caldos de cada rincón del mundo para beberlos con esa fruición que delatan sus rostros sanguíneos. En Ámsterdam hay un bar por cada habitante y un habitante siempre dispuesto a ir a cada bar. El holandés es un sacerdotiso de esos templos de Dionisos donde fluye la cerveza por sus siete grifos, la aromática ginebra, el vodka y siempre hay amigos, dispuestos a compartir una charla, acodados en la barra de madera milenaria. Si no hay amigos de siempre, se improvisan. Los holandeses, nada amigos de beber solos, se atreven a intercambiar un brindis con cualquier desconocido que les salga al paso, a sellar su amistad después del segundo trago y a invitarte a cenar a casa después del tercero. Son hospitalarios y cocinan con el primor propio de los amantes de la comida. Excelentes son sus suaves cremas de verduras, los purés de patata –con esa patata cremosa que sólo se da en Holanda-las salchichas y los arenques crudos con aliño de cebolla picada. Al igual que el pastel de manzana en su punto de jugosidad y acidez. No puedo decir lo mismo de esos guisos de carne con gruesas y empachosas salsas oscuras y de las coles que en el tiempo de cocción impregnan los hogares de tufo como a pies o sobaco chotuno. Todo hay que decirlo.
Pese a los pesares que por el nazismo sufrió esta ciudad de población mayoritariamente judía, relegada y exterminada en gran parte en los campos de Auschwitz, Ámsterdam no parece guardar las antiguas cicatrices del dolor, a excepción de un monumento a los judíos exterminados y la conmovedora visita al cuchitril donde Ana Frank vivió escondida con su familia y escribió ese diario con la gracia de su pluma de pajarillo enjaulado que aún conserva intacta la capacidad de enternecer al lector más pétreo. La perfecta conservación de sus edificios, su limpieza, su orden, el vigor de su comercio, la hacen parecer esa ciudad próspera desde siempre, especialmente adecuada para el placer, también en sus facetas de vicio y erotismo. No hay más que sentirse paleto, cuando uno viene de un país con dictadura pacata y represora a las espaldas, al instalarse en un hotel cerca del Barrio Rojo, donde casi ponen de tapa Marihuana en los Coffee Shop, las prostitutas se exhiben en sus escaparates y las tiendas venden vibradores y preservativos de todas las formas, colores y sabores y equipos de sado-maso con una naturalidad que pasma. Todo en un clima de perfecta armonía y convivencia, muy cerca de iglesias que tañen no de ese modo fúnebre al que estamos acostumbrados, sino melodías, por así decirlo, un tanto ligeras y casi profanas.
Bajo el cielo gris, Ámsterdam reivindica el colorido, exultante en los cuadros de Van Gogh y el Mercado de las Flores; es una ciudad que nació para la melancolía de la lluvia y los canales, pero que quiso hacerse alegre por su cuenta. La chica optimista, liberal e independiente del norte con la que siempre hay que concertar una cita. O dos. O más.
P.D: Recordad que en nuestros inventarios de “cosas cutres” y “mujeres malas”, ubicados en este mismo blog, seguimos a la espera de vuestras colaboraciones. Sin vosotros, no somos nadie.
Mi querida compañera de viaje, comparto lo de la luz propia, no en vano hay tantos pintores maravillosos, de obligada cita Lilian Berg (es inexcusable tu olvido), también todo lo que tú y yo compartimos con nuestros/as amigos/as holandeses -la pasión por la vida, la música, las risas, el sentido del humor…, también …me llama la atención como los neerlandeses se instalaran ya en el S-XVII en Nueva York -otra ciudad, junto con Amsterdam con uno de los espíritus más libres del planeta-
A ver cuando regresamos, yo probablemente de aquí a unos días, me he enamorado de esa ciudad.
Querida Lola: estupenda y ágil visión de esa hermosa ciudad. Y muy grata sorpresa con ese acierto lingüístico: sacerdotiso.
Gracias por tus escritos.
Totá, que en Amstedam, uno se emporreta y se jincha de bebé y de shingá. Pos yo también quiero ir.
Muchas gracias a ti, Manuel, espero que me tengas reservada una ciudad soñada para mi nuevo inventario de la semana próxima. Vamos a hacer una guía de viajes a nuestra medida.¿Qué te parece? La entrada estará a partir del lunes, te necesitamos!!!
Ámsterdam también es una de mis ciudades favoritas. El sol lo pone allí la alegría de sus habitantes, en los cuales siempre encuentras amigos. Oye, se te ha olvidado hablar del queso de bola.
Gracias Ana para tu comentario.Teniamos unas dias estupenda con mucho fiesta,musica,cenamos en casa de amigos con bien humor.Que no ha sido facil con tanto lluvia.
No puedes ver todo en una semana. Hay muchos galerias contemporáneo que Lola Clavero no ha visitado.
saludos lilian berg
(pardonna que no escribo perfecto)
Mi querida amiga Lilian Berg, ya sabes que nunca he perdido ocasión de celebrar tu valor como pintora, como también saben de sobra los lectores de este periódico. Si no lo repito más es porque temo que crean que, al celebrar tu labor artística, caigo en el amiguismo. Tendré mucho gusto en visitar esas galerías de arte en Ámsterdam cuando regrese que será más pronto que tarde. Muchas gracias, de nuevo, por tu hospitalidad y tu amistad incondicional y un beso muy fuerte.
Encantado, Lola. Cuenta con mi aportación, y si ando despistado, ¡tirón de orejas metafórico!
Me gustan mucho Santillana del Mar y Dublín.
Besos
Querida Lola, desde que publicaste “Amsterdam Ciudad profana” me encuentro en una polémica de la que no sé salir. Pieter, que es de Amsterdam, me pregunta el significado de profano, ¿quizás laico, sacrílego??. Él es protestante, y en absoluto se considera profano, todo lo contrario me ha recordado como Holanda ha sido lugar de peregrinaje, su amor por la Biblia, etc. Además tenía pensado venir a España para semana santa, pero tu artículo le ha hecho dudar, y me pregunta si es de buen gusto que un protestante (que aquí consideran profano) venga a conocer nuestra ciudad en estas fechas. He llegado a la conclusión que el título de tu artículo es inexacto, y que para salir de esta polémica, quizás podrías hacer alguna rectificación. Gracias,