En las playas malagueñas, hay dos tipos de bañistas; los que se bañan por fuera y los que se bañan por dentro. Los que se bañan por fuera son de toalla y de tumbona y los que lo hacen por dentro están abonados al chiringuito y se diría que forman parte de su precario mobiliario como las sillas de tijera. Estos individuos, los incondicionales del chiringuito, son un clásico y como clásico suelen responder a nombres del tipo, Paco, Pepe, Antonio o Manolo. Que era como, por tradición, se llamaban los varones españoles antes de que de mano de las nuevas generaciones nos llegara esa oleada invasiva de Joshuas, Jonnathanes y Adrianes. Pues bien, a los tales Pacos, Pepes y etc, les suele unir además del hispánico nombre propio, cierta idiosincrasia genética, psicológica e indumentaria. Lo de indumentaria es un decir, ya que lo suyo es lucir como única prenda un minúsculo bañador de esos llamados de “paquete”, al que acostumbran a veces a prender una cajetilla de cigarrillos rubios y, como reciente innovación, el móvil. Aunque tanto el bañador como dichos accesorios pueden resultar imperceptibles al ir cubiertos por tremenda tripa cervecera de la cual se sienten bastante orgullosos. Vista su costumbre de acariciarla con cariño cuando alguien se la observa o recrimina al tiempo que comentan, “mis buenos dineritos me ha costado”. El chiringuitero –llamado así como arquetipo- no repara en gastos. Su categoría económica puede ya notarse por las gruesas cadenas de oro que cuelgan sobre su pechera, por lo general, espesamente velluda, algunas como de cofradía rociera y las enormes gafas de sol, más o menos de marca, que coronan su cabeza. De carácter expansivo y generoso y nada individualista, al chiringuitero le gusta entregarse a la rubia espumosa en compañía. Otra de sus frases lapidarias es, “esta ronda la pago yo”, la cual acompañan señalando los vasos vacíos con el dedo índice en un gesto de poderío como de señor feudal.
Les gusta el mar, qué duda cabe, pero como telón de fondo, pues puestos al elemento líquido prefieren al agua ya sea dulce o salada, la birra o el tinto de verano. ¿Te das un baño Paco?, le propone el bañista deportivo, que también los hay, a lo que el chiringuitero responde contundente, “no, gracias, yo ya me estoy bañando por dentro”. Con cierto orgullo de raza.
En fin, necesitaba pronunciarme sobre este tema polémico de la retirada de los chiringuitos como han hecho otros compañeros de diario, Gaby Beneroso, Juan Gaitán y el pasado lunes, Javier La Beira, con bastante gracia por cierto. De acuerdo completamente con sus posturas, abogo por la permanencia de dichos locales que forman parte de nuestra biografía sentimental, la primera paella en familia, el primer tinto de verano con el primer ligue de verano, los mejores años de nuestra vida, pero además insisto en el aspecto de mantenerlos como hábitat de una especie, el chiringuitero, que no tiene en absoluto prevista su extinción y supone beneficio redondo y seguro para el ramo hostelero de nuestras costas. Será que la férrea ley de costas, alejándolos de su entorno natural, los dejará ahogarse en la orilla como las ballenas –entiéndase tal metáfora desde el lado más puramente afectivo-. Será que Roberto Carlos ha de componerles una canción para ablandar el ánimo de las instituciones. Qué harán estos capitanes sin su barco, parias, desterrados, sin techo, bajo el fiero sol de agosto.
Sin chiringuitos, esos locales algo cutres pero llenos de sabor a espeto y encuentros familiares y amistosos y sin chiringuiteros, esos individuos tal vez algo faltos de glamour pero entrañables, nuestra Costa del Sol será más aséptica, más chic, pero ya será otra cosa.
Globalicémonos, pues es preciso para el progreso, pero sin perder del todo nuestra idiosincrasia.
No sin mi chiringuito
20
Oct