Otro rito del otoño y de toda una amplia generación es ver lo último de Woody Allen, que es siempre lo penúltimo, pues confiamos en el compromiso que uno de nuestros directores fetiche ha adquirido con su público y consigo mismo; estrenar una película al año. Una rutina que al judío emblemático le hace sentirse vivo y, de paso, a sus seguidores, quienes nos hemos alimentado de su lenguaje cinematográfico y filosófico como participando de un código común con el que nos identificamos; en el que nosotros, los de antes, volvemos a ser los mismos. La comedia de este año, “Si la cosa funciona”, nos devuelve al Allen de siempre, lo cual se agradece después de aquel inclasificable engendro que supuso para los fieles del clásico neoyorquino, “Vicky, Cristina, Barcelona” con su forzada comercialidad y sus personajes tópicos, histriónicos y como de cartón piedra, en cuyos rígidos corsés, según la presente firmante, agonizaron incluso los potenciales artísticos –magníficos- de actores de probada enjundia como Javier Bardem, Penélope Cruz y Scarlett Johansson. Para contar Barcelona, ya estuvo Mercè Rodoreda, Juan Marsé, Eduardo Mendoza y Terenci Moix; lo de Allen fue una predecible falta de feeling que culminó con broche de anunciado desamor. Comprendemos a Woody en su perfecto hábitat, en la salsa turbulenta de Manhattan donde se ha cocinado su ingenio y tal vez en Londres, cuyo decorado físico y espiritual tampoco enmarca mal sus historias, pero en el Mediterráneo y sin adivinar sus diálogos en estricto inglés, el director de Annie Hall se desenfoca. Por eso nos gratifica recuperar a este Allen en estado puro en su penúltimo estreno, “Si la cosa funciona”, donde no nos falta un detalle de ese universo del cineasta neoyorquino que reconocemos con filia de adeptos. Por no faltar, no falta ni Nueva York, escenario alleniano por antonomasia ni el propio Allen encarnado en el protagonista, un genio pesimista, paranoico, hipocondríaco y maniático que encuentra en cada situación de su rutina o accidente vital ocasión para dar pie a sus máximas humorísticas y cargadas de crítica y ácida sabiduría y, sin embargo, capaz siempre de desarmar su caparazón de gélido nihilismo ante la irresistible dulzura y espontaneidad de la chica simple, voluble, sensible y caótica. Romance de giro inesperado, por cuanto en él irrumpen una serie de logradísimos secundarios que amenizan el film con sus desquiciadas neurosis, punto siempre fuerte del director, llevando al espectador de la reflexión –cuando no propia introspección- a la carcajada. Allen versus Allen con toda su tradicional carga autobiográfica y sus ya clásicas obsesiones, el sexo, la muerte y el azar resueltas en un jubiloso optimismo que culmina en un canto al amor en todas sus formas y posibilidades. “Si la cosa funciona”, resulta una película verdaderamente agradable de ver en la que se revela el espíritu sereno y casi feliz del hombre que, pese a las zozobras, ha podido llevar su vida a buen puerto. Será que no es lo mejor de Allen, no puede serlo cada año, pero es un film que puede gustar tanto a allenianos como profanos y enseña, divierte y relaja. La recomiendo, sin duda, aunque más aún la última de Campanella, “El secreto de sus ojos”, película con la que el argentino, ya bastante y merecidamente reputado( “El hijo de la novia”, “El mismo amor, la misma lluvia”, “Luna de Avellaneda”) ha conseguido narrar una sólida historia donde con singular maestría se combinan los lados más oscuros y claros del comportamiento humano, desde los más bajos instintos a los más altos sentimientos, entretejiendo la comedia romántica con el thriller con tal carga de tensión dramática que logra mantener en vilo la atención del espectador más distraído desde el primer al último minuto, además de cuestionar con firmeza aspectos tan dignos de debate y revisión como la arbitrariedad de las instituciones judiciales. Campanella parece haber llegado al clímax de su carrera cinematográfica, junto con su actor fetiche, Ricardo Darín, cuya actuación podría calificarse, sin peros, de estelar.
Ciertamente, el cine argentino afina cada vez más por su calidad intelectual, su frescura, sus dotes para crear humor sin caer en la vulgaridad ni la chabacanería –así son buena muestra comedias no tan remotas y encomiables como “No sos vos, soy yo” y “Un novio para mi mujer”- y el siempre admirable arte de originar excelentes productos sin hacer mayor gasto que el del talento. En la misma línea que el cine francés que en su convocatoria anual por nuestra ciudad sigue ofreciendo creaciones que divierten y emocionan con poco más que la fuerza, sutileza y elegancia de situaciones y diálogos. Algunas joyas del actualmente celebrado, “Festival de Cine Francés” son “El primer día del resto de tu vida” y “Como los demás”. Historias de sencilla complejidad que tratan de familias, el tema elegido en esta edición, en todos sus registros, trágicos y cómicos, y todas sus variantes sin olvidarse de tratar con la delicadeza precisa, el argumento del hogar homoparental. Cada día la sala del cine ha estado a rebosar, lo que demuestra cómo el público sabe acoger lo bueno cuando se le oferta. Más oferta, por favor.
Excelente tu recomendación para nuestro tiempo de ocio. Ahora me voy a comprar las entradas.Que tengas una buena velada de cine!!!
Los cinéfilos estamos de enhorabuena. Tenemos un otoño de cine. Yo pongo las palomitas, si procede…
Pues yo prefiero el cine americano de Billy Wilder, eso sí que era comedia!!!
Las comparaciones son odiosas, Javi. Cada cine tiene lo suyo, incluso el español…