Se dice que el perro es la mascota más inteligente porque es capaz de asumir órdenes sin rechistar, sin embargo yo considero que como mascota es más inteligente el gato que, sin rechistar, hace lo que le da la gana. El perfil de conducta de quien acata un mandato sin plantearse apenas su coherencia no es propio de mentes brillantes sino más bien de pelotas o masoquistas, que en esto también hay matices. El pelotas, digamos, que es aquel que ejerce de sumiso por encontrar a la postre alguna ventaja propia en premio a su obediencia, el masoquista, sin embargo, obedece por condición natural incluso si la cosa va en su detrimento. Tanto mejor en este caso ya que sufre, luego disfruta. También, claro, están aquellos que son sumisos por falta de iniciativa e imaginación y no sabiendo qué hacer si no se les indica, necesitan ir por la vida con un manual de instrucciones para no perderse. Le pasa a las criaturas humanas y a aquellos perros que se conforman con ser los mejores amigos del hombre. No obstante, hasta los nobles canes cuando dan en adquirir cierta inteligencia terminan por pensar por sí mismos y actuar por cuenta propia. De eso da ejemplo el célebre perro Pancho de cuya biografía nos tuvieron al tanto ciertos anuncios publicitarios. Dado su entendimiento claro y grandes habilidades, el animal era super-explotado por su amo, un solterón bastante inútil, que le hacía cargar con el peso de todas las tareas domésticas desde el cepillado del calzado, la colada, la compra hasta el guiso, llegando a confiar a tal modo en su diligencia que le encargó echar (y acaso rellenar) un boleto de La Primitiva con tal éxito en la empresa que el afortunado can decidió abandonar al aprovechado amo y montárselo de muerte a base de independencia y millones lejos de la esclavitud de su hogar, cambiando el lema de “Siempre fiel” por “Que te den” como cuando las mujeres dejan de ser señoras para ser libres. Si a un esclavo le dejas pensar, acaba por pedir su manumisión. O tomársela por propia mano.
Un ingeniero ruso acaba de lanzar al mercado el llamado coche fantástico; un automóvil al que el conductor, de viva voz, podrá exigirle toda clase de servicios, desde verificar el estado de su correo electrónico, obtener una dirección, localizar individuos, pinchar su disco favorito o buscarle cualquier restaurante italiano que se ubique en el planeta. El susodicho vehículo, gracias a un sistema informatizado, de nombre “Synphony”, se presenta como una fiel secretaria siempre atenta a las más mínimas necesidades de su amo a quien responde con una dulce voz femenina que, sin duda, hará las delicias de aquellos varones que, en la actualidad, lamentan la tragedia de haber perdido su rol dominante sobre el que fue otrora género delicado y sumiso. De este modo, suponemos que el coche al estilo sinphony no sólo se convertirá en un modelo de eficacia sino además en esa fantasía erótica para los que aún sueñan con la tópica idea de ser “amo” de una secretaria, señora estupenda según el cliché, dispuesta a obedecer cualquier orden que a uno se le antoje. Definitivamente, este nuevo hallazgo de la ingeniería electrónica, más allá de satisfacer la comodidad vial, va por el camino de paliar verdaderas carencias afectivas, cuando no de enervar la libido a cien por hora. Lo preocupante es que, además de fantástica, a esta máquina se le empieza a llamar “inteligente”, apelativo que puede suponer el desarrollo de cierta sensibilidad y espíritu crítico. De modo que podríamos augurar que el vehículo “Synphony” acabe rebelándose contra los continuos imperativos del amo conductor y termine actuando por su cuenta. No es factible que un coche inteligente tolere, sin rechistar, la conducta, por antonomasia garrula, del españolito al volante, siguiéndole el juego del exceso de velocidad, el adelantamiento imprudente, la previa ingesta de alcohol, el caso omiso a semáforos y señales de tráfico y los consabidos cortes de manga e improperios a los motorizados colindantes. Lo más seguro es que, ante el salvajismo del usuario autóctono –por pacífico que sea en otras facetas de su vida, parece que a casi todo quisque compatriota se le despierta el instinto primitivo al volante- a la sofisticada máquina soviética se le suban los humos y la líe con un dispositivo aposta de bronca y muy señor mío a todo decibelio de grito femenino digital, cuando no que te deje tirado en una cuneta, previo mensaje escueto y contundente: “Ahí te quedas, Manolo”. Advierto.
Conoce usted muchos pelotas? O los tiene?
Será triste, pero para la vida práctica es mejor ser pelota que rebelde. Uno o una termina siéndolo por su bien. Yo lo tengo claro ser pelota es ser inteligente a la par que cínico…
fdo. Un pelota