El Parque que refulge pero que no riela

6 Jun

La histórica zona verde sigue siendo tan bella y desconocida como Palencia. Entre sus muchos secretos, una glorieta secreta en recuerdo de la Guerra de Melilla

Hay verbos que sólo parecen acompañar a un único sustantivo. Ahí tenemos rielar. Los poetas insisten en que únicamente la luna riela. Harina de otro costal es refulgir.

Ayer hablábamos de la nueva guía del Parque que ha colgado en su web Parques y Jardines. Pues bien, no nos equivocamos mucho al decir que el Parque de Málaga refulge, es decir, emite una luz. Esa es al menos la sensación mañanera, cuando el sol se despereza y parece escaparse entre las hojas del pequeño bosque de costillas de Adán, en el extremo oriental del Parque.

Las costillas de Adán trepan sin complejos por los troncos de gigantescos pinos. Les queda mucho camino hasta coronar los 8.000. Nada de esto parecen captar los cientos de homúnculos anónimos que, a cualquier hora del día o de la noche cambian el agua al borde de sus veredas. Parece como si esta histórica zona verde ejerciera algún tipo de efecto poltergeist en sus vejigas y sin poder aguantar se arrimaran al árbol que más calienta.

En el paseo mañanero, efectuado el martes, no falta el imitador del manneken pis. A pocos metros del sujeto un hombre, tapado con su saco, da las últimas cabezadas en un banco del Parque. A su lado, una humilde palmera de Cunningham parece preguntarse por el significado de su existencia rodeada de tantos árboles gigantes.

Menos existenciales, las grevilleas, los árboles de fuego que tanta belleza exhibieron durante las semanas anteriores, llamean en sus copas de forma discreta, sabedores de que su tiempo ha pasado.

Puede que justo entonces, caminando en dirección a la Alameda, el paseante descubra una suerte de construcción azteca, hecha de piedra. Basta con dar la vuelta y descubrir, mirando al paseo de España, que se trata de un pequeño homenaje a San Fiacre, el patrono de los jardineros, acompañado no muy lejos por palmeras de Bismarck, de la lejana Madagascar y pacayas de Costa de Rica.

Y como los restos de un naufragio se han quedado los bancos donados en 1997, primer centenario de la inauguración del Parque, por la antigua Caja de Ahorros Rural de Málaga. La posterior remodelación los ha dejado semienterrados en la tierra, y más que para sentarse, ya sólo sirven para atarse los cordones de los zapatos.

Hay muchos ecos de los Mares del Sur en estos terrenos ganados al mar. Podemos encontrar, por ejemplo, pandanos, tan presentes en el Pacífico, y hasta ébano gris australiano. En un plano más humilde, una higuera tapa desde hace meses el rostro de la escultura al pobre de Muñoz Degrain, que se ha convertido en monumento al pintor desconocido.

Al lado tenemos la glorieta del Fiestero. Resulta curioso cómo esta escultura ha hecho olvidar el origen de esta preciosa glorieta, diseñada por el arquitecto Daniel Rubio en 1922 y que conmemoraba la concesión ese año al escudo de Málaga del título de Muy Benéfica, por su papel como gigantesco hospital durante la sangrienta Guerra de Melilla. El techo del salón de plenos recuerda este hecho, perdido en el refulgente follaje del Parque.

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