El regreso a las lagunas de la memoria

27 Jul

Resulta difícil imaginarse, en pleno mes de julio, la calle Esperanza mientras caen chuzos de punta. El entorno se transforma de inmediato en un paisaje lacustre y no es difícil transportarse a los escenarios de Cañas y Barro o a esos pantanos cenagosos en los que el joven Príncipe Valiente daba buena cuenta de las tortugas gigantes.

El responsable de que este lago sea sostenible son los cimientos de una casa que, sin nada que sostener, se convierten en el perfecto recipiente para acoger en su seno los litros de agua que hagan falta y de los batracios y otras criaturas acuáticas ni hablamos.

Sin embargo, toda la belleza de este paraje natural se esfuma en cuanto el sol recalienta la escena. Si ustedes mismos pasean en julio por esta vía de comunicación entre la calle Lagunillas y la de la Victoria, notarán sequedad en la garganta y hasta síntomas de insolación. No teman, los vecinos de este secarral les dirán que, más que una dolencia física, lo que les causa todas esas penalidades es la impresión desoladora de encontrarse en una tierra de nadie, abandonada por las administraciones desde que Griñán era barbilampiño y nuestro alcalde no había ocupado un puesto de responsabilidad política.

Los más viejos del lugar recordarán la veterana promesa de la Junta de Andalucía de construir en esta calle, hoy un desolado escenario para un spaguetti western, unas tecnocasas. Pero de las casas todavía no hay ni rastro –el proyecto va a la velocidad del barco del arroz– y de lo tecno sólo encontramos un cable de ordenador semienterrado en la arena, pisoteado a diario por las decenas de conductores que hacen uso de este inmundo terrizo.

Porque lo de inmundo no es una licencia gratuita del firmante. En lo que fue la calle Esperanza y hoy es un vergonzoso agujero negro administrativo podemos encontrar restos despanzurrados de televisores, maderas innobles, latas de bebidas de los tiempos de Carlomagno y todo el mobiliario del hogar necesario para decorar nuestro salón de una forma inquietante.

Curiosamente, la mayor acumulación de porquería la encontramos detrás del cierre metálico de una tienda que da a la calle Lagunillas y que sólo es una fachada vacía, así que los servicios municipales no lo tienen complicado para localizarlo.

Y cuidado si osan dar un paseo por esos andurriales pues encontrarán una rica colección de suelos antiguos de piso y mayormente socavones para dar, tomar y caer.

La calle Lagunillas, por cierto, debe su nombre a las antiguas lagunas vecinas, acumulación natural de agua de lluvia y barro con las que acabó hace 200 años el ingeniero que construyó la Farola. En un espeluznante viaje al pasado, ahora regresan cada año a la calle Esperanza. Aguarden a que caigan cuatro gotas y no pierdan la ídem.

Desfiladeros

El modelo de la estrecha calle Don Juan Díaz, con mesas a sendos lados del desfiladero por el que a duras penas pasan los peatones, se repite en la calle Denis Belgrano. La ocupación de vía pública, al extremo.

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