El Cuento del Parque se ha acabado por sorpresa

6 Jul

A pesar de nuestros cinco millones de parados, en España y sobre todo en Málaga seguimos con el síndrome del nuevo rico.

Quién lo diría, visto nuestro inmediato pasado, pero desde hace algo más de una década el panorama ha empezado a cambiar radicalmente. Hoy puede decirse que nuestras autoridades se están enfrentando al complicado reto de la inflación de espacios culturales. Con buen tino, cada vez que un edificio notable de Málaga se salva de ser transformado en grava –su destino natural hasta hace bien poco– enseguida se piensa en darle un uso cultural. El uso cultural es a un edificio salvado del mugriento urbanismo local lo que una dehesa con vacas para el toro indultado.

El problema llega cuando el número de inmuebles indultados o rescatados de la decadencia se multiplica y hay que darles un uso cultural no repetido. Es decir, que vaya más allá de un museo al uso, una biblioteca o un centro de interpretación. En esos casos la tormenta de ideas que se sucede, por parte de la administración, puede terminar por anegar la zona objeto de estudio.

Es lo que ha terminado pasando en el antiguo convento y cuartel de la Trinidad. Incluso empleando los términos más sutiles, puede afirmarse con certeza que los vecinos están hasta las narices de la Junta de Andalucía y que su capacidad de aguante ha sido desbordada por la incapacidad y el cuajo de nuestra desnortada administración autonómica.

El cabreo no es para menos. La Trinidad es ahora mismo uno de los barrios que más índices de desdén administrativo presenta. Al estado semiderruido de muchos de sus rincones (olvido municipal), hay que sumar la mencionada pasividad autonómica que no termina de rehabilitar su monumento más importante y prosigue con su tarea de marear la perdiz.

Como sabrán los seguidores de este folletín burocrático, el Ayuntamiento siempre quiso que el Museo Arqueológico fuera al convento de la Trinidad. Imagínense ese enorme edificio con varias de sus salas ocupadas por miles de fragmentos de cerámica de cuerda seca, pues nuestra producción arqueológica no llegaría para ocupar todo el edificio con piezas de renombre.

Descartado el museo, la Junta lleva muchos años anunciando a los cuatro vientos en múltiples ruedas de prensa y visitas que construirá en su lugar el Parque de los Cuentos. Iba a ser el templo de la literatura infantil, aprovechando la circunstancia histórica, muy bien traída, de que Andersen se lo pasó en grande en nuestra ciudad.

Esta semana, sorprendiendo al personal, la Junta acaba de anunciar que el deteriorado edificio albergará un centro de la Unesco dedicado al arte rupestre. Y ya tenemos Málaga convertida en un «referente» y en «pionera» del arte rupestre, las dos palabras fetiche de los políticos. El Cuento del Parque se ha acabado.

El temor de los trinitarios y muchos más mortales es que prosiga este baile incesante de contenidos. ¿Quién nos asegura que mañana no saldrá un consejero proponiendo que el convento albergue las casas de piedra de la Anatolia?

La conclusión parece clara: que hagan lo que quieran pero que lo hagan de una vez. ¿Captará alguien la indirecta?

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