Todos lo hemos oído muchas veces. Alguien, con los brazos en jarras o apuntando amenazadoramente con el dedo índice, ha querido cantar las cuarenta a una amiga, compañera o, quizás, enemiga. Y ha hecho el anuncio con estas dos palabras que, aparentemente, encierran un contenido amable: “Perdona, bonita…”
No está pidiendo perdón, por supuesto. Y mucho menos tratando de manifestar una actitud amistosa. Quien así habla, no considera hermosa a su interlocutora sino antipática y despreciable. Está expresando, con esas palabras cargadas de ironía, una amenaza indudable: Perdona, bonita…
Quien escucha tiene que prepararse. Lo que ha querido decir, en realidad, el indulgente anunciador es lo siguiente: “Ahora te vas a enterar. Prepárate, que te voy a decir lo que pienso y no te va a gustar”. A continuación llegan acusaciones, improperios, descalificaciones, advertencias o amenazas. ¿Por qué, entonces, esa aparente amabilidad en la intro- ducción? : Perdona, bonita…
Pueden tener esa actitud hipócrita y cínica los hombres y las mujeres por igual. No por ser la destinataria de esa expresión una mujer, la persona que da origen al sarcasmo es una mujer. Esas dos palabras son como dos puntos después de los cuales va a llegar la diatriba. La expresión, aparentemente elegante, constituye una burda trampa contra la que se estrella el crédulo interlocutor. Decía Lao-Tsé: “Las palabras elegantes no son sinceras; las palabras sinceras no son elegantes”. Hay que desentrañar el sentido de las palabras. Algunas veces la doble intención las carga de agresividad. Dice Lloyd Bentsen del presidente americano: “He logrado saber dónde está hoy George Bush. Está visitando a sus consejeros económicos. Ha ido a Disneylandia”. El lector podrá encontrar una amplísima selección de dardos mortíferos en el libro de Gregorio Doval significativamente titulado ‘Florilegio de frases envenenadas’.
Una amiga mía define a una persona de esta eficaz y elocuente manera: muestra una amplia sonrisa al decir buenos días mientras con las uñas aceradas recorre el brazo del interlocutor de arriba abajo. Describe así a una persona que con la palabra y la sonrisa se muestra afable, pero con la mano te produce un profundo arañazo. Por delante te halaga e, incluso, te adula pero por detrás te apuñala sin piedad. Hay quien es así. Sonrisas por aquí y por allá, palabras amables por doquier y, al mismo tiempo, intenciones malévolas y hechos abiertamente destructivos. No te puedes fiar de esas personas. Se las define diciendo que no se puede esperar de ellas ni una mala palabra ni un buen hecho. La mano que te pasan por el hombro te deja colgado el muñeco de inocente o, lo que es peor, la herida producida por cuchillo imperceptible.
Fernando Savater acaba de escribir un libro titulado ‘Los diez mandamientos en el siglo XXI’. Cuando comenta el octavo mandamiento (“no levantarás falsos testimonios ni mentiras”) habla de la falsedad y de la cortesía. Dice: “La cortesía está llena de mentiras. Todos nos deseamos unos a otros los buenos días, decimos a las otras personas que las encontramos con aspecto excelente, o que estamos encantados de conocerlos. Lo que generalmente ocurre es que no siempre creemos que los días sean especialmente buenos, ni el aspecto del otro nos parece tan bueno, ni estamos tan encantados de conocerlos. Pero en este tipo de amabilidad está basada nuestra relación mutua y, aunque todos estamos al tanto de la ficción que se esconde detrás de estas fórmulas, nos molesta cuando alguien abusa de su sinceridad y deja de lado la cortesía. Supongo que hay un tipo de mentiras que nosotros exigimos a los demás: las de la cortesía, las del arte, las de la ficción y, en ocasiones, hasta pedimos que se nos oculten realidades desagradables que no podemos cambiar”.
Estoy de acuerdo con el filósofo. Lo que estoy criticando en estas líneas no es la amabilidad, las buenas formas, las mentiras bondadosas. Ni la sinceridad descarnada. Lo que critico es la maldad que se esconde detrás de la cortesía. La falsedad que se oculta detrás de la sonrisa. La hipocresía que lleva a hacer daño porque la víctima está seducida por las formas, engañada por la apariencia. Muchos actúan como Fausto. Cuando la señorita Luz, personaje de la obra teatral ‘Mi Fausto’, de Paul Valéry, le pregunta a Fausto: ¿Quiere usted que le diga la verdad?, Fausto responde con rapidez e ingenio: “Dígame usted la mentira que considere más digna de ser verdad”. Lo que de verdad queremos es que no nos hagan daño. Ni con palabras ni con hechos. Queremos que se callen si nos van a hacer daño. Y que, cuando nos hablen, no nos tiendan trampas.
No reprocho la cortesía de las personas que sonríen sin sentimiento, rechazo la maldad de quien sonríe para provocar una confianza que después traiciona con la maldad. La amabilidad aparente les sirve de coartada. Cuentan que un perro pasa al lado de un ciego. El perro levanta la pata y le orina en los zapatos. El ciego saca un azucarillo, se agacha y se lo tiende al perro. Alguien que está contemplando la escena, le dice al ciego si no se ha dado cuenta de lo que le ha hecho el perro. El ciego responde:
– Sí, me he dado cuenta, sólo quiero ver dónde tiene la boca para darle una patada en el trasero…
No me gustan las personas que te muestran el azucarillo para poderte pegar a gusto, las que sonríen mientras te apuñalan, quienes te muestran una cara amable y por la espalda te despellejan. Te hacen daño pero aparentan que te quieren. Te destruyen y, a la vez, te ensalzan para ocultarse tras el halago. Me parece especialmente rechazable el comportamiento de los aduladores, de los turiferarios del poder. Esas personas que se deshacen en elogios hacia su jefe, que se curvan de forma zalamera en su presencia, que les adulan hipócritamente porque, en realidad, los aborrecen.
La Rochefoucauld dice que el hipócrita rinde pleitesía a unas normas y valores en los que no cree. Literalmente: “La hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud”. Guardar las formas, decir hermosas palabras, multiplicar las sonrisas son costumbres admirables si nacen sinceramente del corazón. Lo reprochable es que estas apariencias se pongan al servicio de la perversión, de la vileza, de la maldad. Hay personas especializadas en el arte de convertir la sonrisa en una espada, las palabras en balas mortíferas, las buenas formas en trampas dañinas. Decía Thomas Fuller: “Cuando la sinceridad es arrojada de la casa, la adulación se sienta en el vestíbulo”.
Perdona, bonita
15
May
Quisiera saber cómo se les llama a ese tipo de personas que sonríen o que siempre están sonriendo. Pase lo que les pase.
Supongo que para mi hay otro tipo de sonrisas que nos hacen seguir hacia delante. Supongo que aqui se citan muchos libros y autores. Pero para mi hay otro tipo de sonrisa, que vi representada en una pequeña escena en http://www.youtube.com Es una pelicula «Paris je t´aime» son muchos cortos… en uno de ellos sale un «mimo» y nos describe su vida. Quizás me sentí identificado!
Un Saludo y gracias por este Blog que vale su peso en oro
Muy interesante