Quim Torra, presidente de la Generalitat y jefe de los escuadrones vestidos de arlequines que asedian la libertad en Cataluña, recibió hace unas semanas una comunicación en la que se le pedía que dejase de citar a Martin Luther King.
Se trataba del Instituto Martin Luther King. Pedían al hiperventilado mandatario que dejase de usar al héroe luchador por los derechos civiles. No hace falta pensar mucho en un porqué. Pero que un racista cite a MLK que empleó su vida en combatir el racismo está feo. Poco después el Instituto MLK recibió las amenazas de los escuadrones internautas del secesionismo y prefirieron evitar la polémica.
Las raíces del nacionalismo catalán y vasco se hunden en el racismo, en boga en el siglo XIX. Luego, por eso de que perdió punch y que en nombre de esa doctrina se exterminó a millones de personas, sustituyeron el gen por el idioma. Pero sólo en superficie. Por eso en cuanto se calientan un poco, saltan con la doctrina de los orígenes. Gispert, exvicepresidenta del Parlamento de Cataluña, por tercera vez ha dicho a la líder de la oposición y ganadora de las elecciones catalanas, Inés Arrimadas, que se “vuelva a su tierra” haciendo referencia al origen andaluz de la portavoz de Ciudadanos. Por eso Torra escribía sobre las bestias y sus taras, hermanando por cierto lengua y raza. Y por eso Jordi Pujol nos dedicó a los andaluces algunas monerías bien conocidas. Pero Torra cita a MLK y le da igual.
Pero no son sólo los corruptos de Convergencia y sus evoluciones los que creen venir de Agartha. Esquerra tiene sus perlas estupendas: «en América, los negros tienen un coeficiente inferior al de los blancos», «se debería esterilizar a los débiles mentales de origen genético». Estas frases se deben a Heribert Barrera, presidente del Parlamento de Cataluña e histórico mandatario de ERC. Los portavoces de ERC usan también a MLK. A Esquerra la verdad le da igual.
Pero no es sólo MLK el profanado por el nacionalismo catalán. El mismo Torra apareció en público con una foto de Churchill. ¡Sir Winston! El primer ministro británico y vencedor de la 2ª Guerra Mundial. Churchill cuya mayor gesta fue frenar el nacionalismo en Europa. Churchill que consideraba el Parlamento Inglés suelo sagrado, mientras Torra cierra y retuerce el catalán. Churchill que respetó, al contrario que Torra, la ley y la democracia a riesgo incluso de que los pactistas, los apaciguadores le ganasen la partida y firmasen la paz con Hitler, abandonando Europa en manos de los nazis. Sir Winston, que habría hecho frente a los Torras y aledaños que pudieran surgir en Inglaterra.
Puestos a tergiversar figuras y extender la mentira a la memoria de los grandes, Torrent, actual presidente nacionalista del Parlamento de Cataluña, ha dicho en varias ocasiones ser admirador de Stefan Zweig. Una cita del genial autor austrohúngaro: “Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”. Zweig se suicidó por culpa del nacionalismo y clamando en su carta de despedida por Europa como patria. Pero eso a Torrent le da igual.
A los nacionalistas les da igual pervertir la memoria o el pensamiento de quien haga falta. Pero a veces van más allá en su miseria moral. Los nacionalistas en su necesidad de victimización, tienen que demonizar a quienes les hacen frente.
Es bien sabido que los secesionistas catalanes son parte de esa tribu urbana que algunos vienen a llamar los ofendiditos. Precisan sentirse ultrajados permanentemente. Pero decirse violentados por demócratas que piden que se cumpla la ley es complejo. Por eso llaman fascistas – nos lo gritan en el Congreso permanentemente a los miembros de Ciudadanos – a quienes les hacen frente. No les importa banalizar el término. No les importa igualarse ellos a las víctimas del fascismo. Quienes han sufrido en campos de concentración, a quienes fusilaron, violaron, expoliaron o ahorcaron los fascistas, se ponen al servicio del nacionalismo. Qué más da jugar con su memoria y dolor.
Con esta actitud están ejerciendo lo que Pascal Bruckner explica perfectamente en La Tentación de la Inocencia: están vaciando el término. Usan vilmente el dolor de otros y pintan sus pancartas con sangre ajena.
Pero al nacionalismo le da igual. Luther King, Churchill, Zweig o las víctimas del fascismo, han de estar todos al serivicio de la gran farsa. Una farsa destinada a perder, porque cuando el nacionalismo asoma por Occidente, siempre hay Martin Luther Kings, Churchills, Zweigs y millones de ciudadanos defensores de la libertad dispuestos a hacerle frente.