Cuevas en la bahía de Málaga

Cuevas en la bahía de Málaga

El litoral de la provincia posee un entramado arqueológico que describe todas las etapas de la evolución del hombre y el tránsito de la prehistoria a la historia. Un viaje documental de más de medio millón de años

LUCAS MARTÍN

Contemplando el territorio accidentado de la bahía de Málaga, tan diestro con el azul y con las rocas, es difícil no pensar en la metáfora que emplea el arqueólogo Julián Ramos para definir los yacimientos de la playa de La Araña. Las cuevas, dicen, son una gran colección de cajas fuertes. Se refiere, sobre todo, a la historia. Y a la aportación documental, sin apenas paralelo en Europa, de cada una de las cavidades; es como si el tiempo hubiera querido disponer con eficacia de archivero y en una única secuencia todas las etapas de la prehistoria del hombre. Y, además, dándose el gusto de la insinuación estética, con formas tan fantasmagóricas como las que serpentean cerca del entorno; las del complejo de El Cantal, en Rincón de la Victoria, animosamente removido por las olas.

Los dos enclaves, afines y en el mismo itinerario, despiertan rápidamente el entusiasmo. Y hacen que la impresión preceda, y mucho, al conocimiento. El gran queso gruyer de la provincia, llamado así por su espesa trama de galerías y agujeros tramados en la piedra, entra primero por los sentidos. Y, eso, añadido a sus leyendas, su literatura y sus historias de tesoros y caimanes, provoca en muchas ocasiones que el valor científico quede relegado a un segundo plano. Una lástima, sobre todo, porque las autoridades entienden generalmente menos de lírica que de obligaciones y perímetros académicos; y el descuido y la destrucción cuentan en todo el país con un amplia resaca: patrimonio saqueado, perdido, reducido a la nada.

En La Araña son varios los elementos que no han aguantado la corrosión. Pero también hay un extenso conjunto que se ha conservado. Desde principios de los ochenta, las campañas de Julián Ramos, actualmente director del centro de interpretación, han servido para sacar a la luz la importancia del paraje, difícilmente desligada de las virtudes naturales que han marcado la evolución y los asentamientos en el litoral de Málaga. Utensilios, pinturas, restos, que evidencian de una manera pocas veces vista en Europa un tránsito, el del hombre, de más de medio millón de años. Con todas sus fases, culturas y ramificaciones: desde los antecesores a los neandertales a las comunidades del Neolítico. Cada una con su uso del espacio, que fue variando con el tiempo: pasando de ejercer de morada a servir, incluso, de panteón fúnebre.

Ramos coincide con el arqueólogo Pedro Cantalejo en traer a la actualidad las razones que explican la presencia continuada de habitantes en el complejo de La Araña.

Las diferencias, al menos en este aspecto, tampoco son tantas: el viajero prehistórico, azuzado por la necesidad, buscaba en el fondo lo mismo que ahora: buena temperatura, comida, protección, casa. Y la bahía de Málaga, rica en formaciones de piedra Katsina, cumplía con exagerada solvencia todas demandas. Había una gran cantidad de cuevas, frutos de mar, animales. Cantalejo, que trabajó en El Cantal y es responsable del yacimiento de Ardales, propone una imagen poderosa: la de un parque natural sin cortocircuitos ni zonas urbanas, pegado, en su desarrollo, a la línea de costa.

El conjunto de La Araña, con sus seis complejos, tiene rango conquistado de observatorio. Con un número indeterminado de zonas por descubrir, la investigación, pendiente de nuevas campañas, ha sido pródiga en hallazgos: más de 50.000 vestigios. A los que se suma su aprovechamiento conceptual, que ha permitido mejorar en toda Europa el conocimiento del hombre del pasado. Especialmente, del neandertal, a menudo menoscabado en sus habilidades por la intensa polémica entre darwinistas y creacionistas que rodeó su incorporación a la escala evolutiva aceptada por los antropólogos. Julián Ramos explica que no es habitual encontrar cuevas de neandertales en el Mediterráneo. Y menos en un buen grado de conservación, con capacidad para arrojar nuevos datos e interpretaciones.

La Pieza del Museo de Málaga

La riqueza geológica del entorno de la bahía de Málaga dotó a los moradores de las cuevas de La Araña de todos los utensilios necesarios para su supervivencia. Incluso, del más apreciado a nivel industrial, el sílex, que todavía se puede encontrar, aunque, en cantidades residuales, en algunos arroyos del entorno. Este material, muy filoso, coronaba la mayoría de las armas. Y era especialmente apreciado por sus virtudes para la caza. Junto al sílex, el yacimiento estudiado por Julián Ramos también ha proporcionado elementos característicos de culturas neolíticas como la cerámica. Además, de objetos y disposiciones que testimonian el modo de vida de cada etapa: desde pequeños lechos vegetales, a restos de hogueras y residuos orgánicos.

Los rastros que presenta el yacimiento supusieron, en este sentido, un amplio repertorio de novedades. El hombre que habitaba las cuevas en esa época, amortizado, e, incluso, desplazado por el sapiens, pertenecía a una cultura mucho más compleja de la que con frecuencia se da por buena en los manuales. Con el suficiente grado de sofisticación como para dividir el espacio y desarrollar sus herramientas. Ramos no descarta que en Málaga los neandertales dejaran durante un tiempo de ser nómadas, atraídos por el volumen y la variedad de los recursos a su alcance.

La zona de La Araña, rodeada de vegetación y animales, era un lugar idóneo en el que fijar el asentamiento. Al igual que el paraje que cobija el yacimiento de El Cantal, integrado por las cuevas del Tesoro -conocida anteriormente como del Higuerón- y la de la Victoria. En este caso, la singularidad se aprecia de manera inmediata, con un interior que en cada recodo parece haber sido fabricado por las olas, con apariencia de coral, de filigrana arquitectónica. Pedro Cantalejo pone el acento sobre un error muy extendido en torno a las cuevas, que en realidad no se formaron dentro del mar, como indica la creencia, sino en la superficie, siendo posteriormente deformadas en su aspecto por la proximidad constante y el ascenso del agua.

El Cantal, en su profundidad, sigue el mismo patrón de atracción que La Araña. Aunque, en este caso, con una cantidad de leyendas que desbordan dentro de la gruta del Higuerón. Historias que van más allá del Estrecho, que se mantienen vivas desde hace siglos. Y que incluyen viejos tesoros almohades, refugios de generales romanes y hasta exploradores muertos en busca de supuestas monedas de oro. Fue el famoso Henri Breuil, considerado el padre de la prehistoria, el primero en trasladar a su cuaderno las pinturas rupestres que adornan algunas de las paredes. Antes, incluso, que el maestro Manuel Laza, que dio fama con su brega y su intuición a un enclave a menudo más valorado por la comunidad científica internacional que por los vigías y los salvapatrias de España. «En Egipto nos sorprenden los enterramientos y aquí, en la cueva, se encontraron salas que podría considerarse el antecedente de los grandes hipogeos», indica Cantalejo. El pasado, sin duda, incrustado en la roca.

 

Las cuentas pendientes y los otros tesoros

Se han rastreado cientos de metros. Algunos en condiciones poco amables, tirando de pala en el sentido más puramente liberador: retirando desechos, toneladas de escombros. Desde que a principios de los ochenta, Julián Ramos y su equipo comenzaron a trabajar en el complejo histórico de La Araña son muchas las cuevas que han sido analizadas y puestas, con más o menos precisión, al descubierto. Sin embargo, otras muchas aguardan. Hasta el punto de que los especialistas aún no pueden calcular la vastedad del entorno arqueológico. Las características del terreno invitan a pensar en muchos otros puntos de interés. Después de décadas de estudio y actuaciones de urgencia, el equipo de Ramos prepara una nueva expedición, esta vez no marcada por las necesidades inmediatas de conservación, sino por las premisas científicas que han aflorado durante las investigaciones. La campaña, que está pendiente de la confirmación y la financiación de la Junta, supondría un nuevo paso adelante en el estudio de los asentamientos prehistóricos de la bahía de Málaga. Pedro Cantalejo cree que La Araña no es el único enclave de la zona susceptible de mejora. Y pone el acento en la divulgación de las cuevas de El Cantal -en este caso el proyecto, realizado por Pedro Machuca, María del Mar Espejo y el propio Cantalejo está elaborado, pero sin presupuesto-.

 

 

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